Cuando me escribiste hace dos meses comentándome que supiste que Dunia cayó en desgracia en casa de los Svidrigailof, que la trataban con poca consideración, y me solicitabas que te lo explicara todo, no creí que era adecuado hacerlo. Si te hubiese relatado la verdad, lo habrías abandonado todo para venir, aunque hubieras tenido que hacerlo a pie, pues conozco tu temperamento y tus sentimientos y estoy segura de que no habrías permitido que ofendieran a tu hermana.
Yo estaba angustiada y desesperada, pero ¿qué podía hacer? Por otro lado, yo no conocía toda la verdad. El mal estaba en que Dunetchka, cuando entró el año pasado en casa de los Svidrigailof como institutriz, pidió por adelantado la significativa cantidad de cien rublos, comprometiéndose a devolverlos con sus sueldos. Por lo tanto, no podía abandonar el empleo hasta haber cancelado la deuda. Dunia (en este momento, mi amado Rodia, ya te lo puedo explicar todo) pidió esta suma únicamente para poder mandarte los sesenta rublos que entonces requerías urgentemente y que, en efecto, te enviamos el año pasado. Entonces te mentimos diciéndote que Dunia tenía ahorrado ese dinero. No era cierto; la realidad es la que te voy a relatar ahora, primeramente, porque nuestra fortuna ha cambiado repentinamente por la voluntad de Dios, y también porque de esa manera tendrás una prueba de lo mucho que te ama tu hermana y de la nobleza e inmensidad de su corazón.
El señor Svidrigailof comenzó a ser grosero con ella, dirigiéndole todo tipo de burlas y expresiones incómodas, sobre todo cuando se encontraban en la mesa... Pero sobre estos desagradables pormenores no deseo extenderme: no lograría otra cosa que irritarte sin ninguna necesidad, ahora que ya todo ha pasado.
La vida de Dunetchka era un tormento, en resumidas cuentas, a pesar de que recibía un trato afable, gentil y bondadoso de Marta Petrovna, la mujer del señor Svidrigailof, y de todas las demás personas que habitaban en la casa. Era todavía más difícil la situación de Dunia cuando el señor Svidrigailof bebía más de lo normal, cediendo a las costumbres adquiridas en el ejército.
Y esto no fue nada comparado con lo que finalmente nos enteramos. Imagínate que Svidrigailof, el muy demente, desde hacía tiempo sentía por Dunia una pasión que escondía bajo su comportamiento grosero y despectivo. Quizá sentía vergüenza y temor ante la idea de alimentar, él, un hombre ya mayor, un padre de familia, esas ilusiones involuntarias y licenciosas hacia Dunia; quizá sus groserías y sus ironías no tenían más finalidad que esconder su pasión a los ojos de su familia. Finalmente no logró dominarse y, claramente, le hizo propuestas deshonestas e indecentes. Le prometió a Dunia cuanto te puedas suponer, incluso dejar a su familia e irse con ella a una ciudad distante, o al extranjero si ella lo deseaba. Ya te puedes imaginar lo que esto significó para tu hermana. Dunia no podía abandonar su empleo, no solamente porque no había cancelado su deuda, sino por miedo a que Marfa Petrovna sospechara la verdad, lo que habría introducido la discordia en la familia. Además, incluso ella habría padecido las secuelas del escándalo, ya que demostrar la verdad habría sido muy difícil.
Todavía había otros motivos para que Dunia no pudiera abandonar la casa hasta después de seis semanas. Ya sabes que Dunia es una mujer inteligente y de temperamento muy firme. Puede aguantar las peores circunstancias y hallar en su ánimo la entereza suficiente para mantener la calma. Pese a que nos escribíamos frecuentemente, ella no me decía nada sobre esto para no entristecerme ni angustiarme. El desenlace ocurrió repentinamente. Por pura casualidad, Marfa Petrovna sorprendió un día en el jardín a su esposo en el instante en que estaba acosando a tu hermana, y lo interpretó todo al revés, culpando a Dunia. Después de esto surgió una violenta escena en el mismo jardín. Incluso, Marfa Petrovna le pegó a Dunia: no quiso escucharla y, durante más de una hora, estuvo gritando. Finalmente, la mandó a mi casa en una sencilla carreta, a la que fueron lanzados desordenadamente su ropa blanca, sus vestidos y todos sus objetos personales: ni siquiera la dejó hacer sus maletas. Para colmo de desgracias, en ese instante comenzó a llover, y tu hermana, después de haber padecido las más inhumanas y feroces ofensas y humillaciones, debió recorrer diecisiete kilómetros en una carreta sin toldo y acompañada por un mujik. Ahora dime qué podía yo responder a tu misiva, qué podía relatarte de esta historia.
Me encontraba verdaderamente angustiada. No me atrevía a contarte la verdad, ya que con ello solamente habría logrado entristecerte y provocar tu indignación. Además, ¿tú qué podías hacer? Perderte: solo eso. Por otro lado, Dunia me prohibió. Me sentía incapaz de llenar una carta de palabras vacías y frívolas cuando mi corazón estaba lleno de dolor.
Fuimos el tema favorito de los murmuradores e intrigantes de la ciudad desde que se conoció todo esto, y eso duró un mes completo. Ni siquiera nos atrevimos a cumplir con nuestras actividades y deberes religiosos, ya que nuestra presencia era recibida con miradas despectivas, cuchicheos e incluso comentarios en voz alta. Nuestras amistades se alejaron de nosotras, nadie se nos acercaba ni nos saludaba, e incluso sé de buena fuente que varios empleadillos planeaban contra nosotras la mayor ofensa y humillación: recubrir la puerta de nuestra casa con brea. A propósito, el casero nos había exigido que le entregáramos la vivienda.
Y la culpable fue Marfa Petrovna, que se había apresurado a difamar e injuriar a tu hermana por toda la ciudad. Casi diariamente visitaba esta población, en la que conoce a muchas personas. Es una habladora que se satisface en relatar historias familiares frente al primero que llega y, sobre todo, en criticar a su esposo públicamente, cosa que me parece mal. Así, no es raro que no le alcanzara el tiempo para ir divulgando el asunto de Dunia, no solamente por la ciudad, sino por toda la región.
Me enfermé. Dunia fue mucho más fuerte que yo. ¡Si hubieras visto la entereza y firmeza con que aguantaba su desdicha e intentaba reconfortarme y animarme! Es un verdadero ángel...
Pero Dios, en su divina misericordia, ha puesto fin a nuestra desgracia.
El señor Svidrigailof recobró la sensatez y la lucidez. Atormentado por el arrepentimiento e indudablemente condoliéndose de la suerte de Dunia, mostró a Marfa Petrovna las pruebas más categóricas y concluyentes de que tu hermana era inocente: una misiva que Dunia le escribió antes de que la mujer los sorprendiera en el jardín, para evitar las explicaciones de palabra y demostrarle que no quería tener ninguna entrevista con él. En esta carta, que quedó en poder del señor Svidrigailof cuando Dunetchka abandonó la casa, esta le recriminaba vivamente y con franca indignación la vileza de su comportamiento para con Marfa Petrovna, le decía que no olvidara que estaba casado y que era padre de familia y le hacía ver la indignidad que cometía persiguiendo a una muchacha indefensa e infortunada. Querido Rodia, en una palabra, que esta misiva respira tal nobleza y generosidad de sentimientos y está escrita con frases y expresiones tan emocionantes y conmovedoras, que cuando la leí no pude evitar el llanto, e incluso actualmente no puedo volver a leerla sin derramar unas lágrimas. Además, tu hermana pudo contar finalmente con el testimonio de los criados, que conocían más de lo que el señor Svidrigailof imaginaba.
Por segunda ocasión, Marfa Petrovna quedó atónita, como herida por un relámpago, según sus propias palabras, pero no dudó ni un instante de la inocencia de tu hermana, y al siguiente día, que era domingo, lo primero que hizo fue visitar la iglesia y suplicar a la Santa Virgen que le diera muchas fuerzas para aguantar su nuevo infortunio y para poder cumplir con su deber. Después vino a nuestra casa y, llorando con mucha amargura, nos comentó todo lo sucedido. En un arranque de arrepentimiento, se lanzó en los brazos de Dunia y le rogó que la disculpara. Luego, sin perder tiempo, visitó todas las casas de la ciudad y en todas partes, llorando y con las frases más halagadoras, rendía homenaje a la pureza, a la inocencia, a la nobleza de sentimientos y al comportamiento íntegro de tu hermana. No satisfecha con esto, mostraba y leía a todas las personas la misiva escrita por Dunetchka al señor Svidrigailof. E incluso permitía que le sacaran copias, algo que me parece exagerado. Empleó varios días en recorrer las casas de todos sus amigos.
Ello provocó que varias de sus amistades se molestaran cuando vieron que daba preferencia a otras, y creyeron que era una verdadera injusticia. Finalmente se estableció con toda precisión el orden