Como decía, la moda es un espejo de la sociedad de consumo, del cual me sirvo como instrumento para analizarla en un marco objetivo, entender el sentido de su existencia (su historia o cuento), la realidad que conforma y los efectos, directos y colaterales, que tiene (consecuencias). En la segunda parte, analizo el momento actual (la revolución de internet) y sus implicaciones, y abro una vía para transformar la realidad que hemos construido, en cuanto somos parte activa de ella, a partir de nuestra acción (bienes para el Bien), enmarcada en una nueva revolución: la de la conciencia.
«Sin verdad no hay belleza» es una frase que resume mi filosofía. ¿Dónde quedan la Verdad y la Belleza en todo esto?
Y ¿qué relación tiene esto con la moda? Lo que se conoció como moda mantenía un vínculo creativo. La moda, entendida como conexión o vínculo que une a varios seres humanos en un estilo o tendencia común «a seguir», durante un tiempo determinado, existió en el vestir, entre el creador de la alta costura y sus admiradores, ya fuesen clientes reales o aspiracionales, que percibían la «verdad» de las creaciones, en cuanto genuinas, arraigadas en el genio creativo. Algo que se transfirió al diseñador y a los seguidores a una escala mayor.
Pero, por mucha marca que desarrolle, y por muchos argumentos o cuentos que inventen sus equipos, una compañía no puede establecer el mismo vínculo, pues no tiene alma ni corazón, y todo lo que de ella emane no es sino producto del marketing y el interés corporativo. Fruto de un engaño de fondo. Luego, difícilmente puede crear algo sublime, algo que sea bello de verdad.
La sociedad consumista ha promovido la ansiedad del consumo, motor de la industria de la moda, como de toda industria de bienes o productos. Lo cual ha generado una realidad distorsionada, con consecuencias nefastas por un lado, para la psicología y el desarrollo de las personas, y para el planeta, por otro. En todo lo cual hay mucha mentira y poca verdad. O, lo que es lo mismo, muchas cosas feas, y pocas bellas.
INTRODUCCIÓN:
LA NARRATIVA
Inception, de Christopher Nolan, es un thriller cuyo escenario es el inconsciente: un comando se adentra en los sueños de una persona para modificar sus creencias profundas respecto a las cosas, o Inceptos -un término que, si bien no existe en español, incorporo a mi vocabulario, en el sentido de que es un «concepto previo», que determina, sin darnos cuenta, los conceptos que la mente irá elaborando. El objetivo no es banal: se trata de adentrarse en la mente inconsciente del heredero del mayor poder mundial, en un mundo en el que el poder está concentrado en las corporaciones, para cambiar su Incepto o motivación profunda, de modo que ésta sea destruir lo que ha construido su padre, en lugar de mantener el statu quo. Inteligente, ¿no? Imaginemos que en la mente de Putin se instalase el Incepto de que su misión en la vida es alcanzar la paz mundial. O en la de Trump, el de alcanzar un estado del bienestar en el que los seres humanos sean la prioridad. Si pudiera conseguirse algo así, el ahorro de dinero en campañas malintencionadas, hackeos e instrumentos de manipulación y control, armamento convencional y no convencional, muros y demás barreras, y lo más importante, el ahorro en vidas humanas, sería tan relevante como la mejora en las condiciones necesarias para promover la prosperidad y la justicia globales. Y justificaría el desarrollo de la tecnología para lo más simple: que nuestras creencias profundas sean armónicas con el planeta en que habitamos.
Las Creencias Profundas (CP) generan relatos o narrativas, a partir de los cuales se construyen las religiones, las identidades grupales (ya sean naciones, identidades políticas o castas), e incluso, como tan brillantemente explica Yuval Noah Harari en Sapiens, el dinero. Voy a referirme a estas narrativas que conforman el mapa de nuestra realidad indistintamente como «cuento» o como «Creencia Común Compartida» (CCC), algo así como lo que en las matemáticas es un «mínimo común denominador», en el sentido de que es el fundamento en el que se basa el desarrollo de todo lo demás. Y el Incepto es esa CP que subyace en el cuento o CCC.
Acabo de mencionar a Harari, uno de los pensadores más influyentes de los últimos años, quien atribuye esta capacidad de generar ideas compartidas al Homo Sapiens, lo cual explicaría por qué se impuso sobre las otras especies. Sin embargo, existe actualmente una polémica sobre la veracidad de que la capacidad creativa fuera un salto evolutivo característico de Homo Sapiens, ya que se han datado recientemente pinturas rupestres y elementos de adorno simbólicos en fechas muy anteriores a su aparición, como las pinturas de la cueva La Pasiega, en Cantabria, con más de 64000 años de antigüedad, atribuidas por tanto al Homo Neanderthalensis (y más antiguas aún, las conchas marinas perforadas y pigmentadas encontradas en la cueva de Los Aviones, en Cartagena, Murcia, cuyas últimas dataciones las sitúan hace 115 000 años). Y entiendo que tanto la capacidad de representar simbólicamente, como de adornar los objetos o el cuerpo, responden al tipo de pensamiento creativo o narrativo al que hago referencia.
En cualquier caso, lo que importa no es qué homínido adquirió esta capacidad, sino el hecho de que es gracias a ella como construimos nuestra realidad. Harari lo sitúa en Sapiens, y el Génesis bíblico, en Adán; es decir, cuando el hombre comió el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal y puso nombre a todas las cosas, lo cual considero como el «cuento original», que otros identifican con «pecado».
Llámese religión, dinero, patria o política, los nombres y los cuentos son ideas abstractas que unen a desconocidos entre sí, permitiendo la generación de comunidades organizadas, sin las cuales la humanidad no habría podido «evolucionar» —comenzando, como bien relata Jared Diamond en Armas, gérmenes y acero, por la revolución agrícola. Y no sólo une a desconocidos, sino que ejerce sobre ellos una influencia más allá de su voluntad. Es, en definitiva, la fuente de poder.
De hecho, la historia de la humanidad es una sucesión de narrativas o cuentos. No podía ser de otra manera, pues la propia historia es una narrativa en sí.
Entonces, me pregunto, ¿en qué Cuento vivimos?
I
EL CUENTO DEL MATERIALISMO
(REVOLUCIÓN INDUSTRIAL)
Las noticias son abrumadoras: crisis políticas en todo el mundo, crisis económicas con oleadas de recesión continuas, crisis medioambiental, todas ellas latentes ya antes de la devastadora crisis causada por el SARS-CoV-2, que ha actuado de catalizador. La sensación es la de haber perdido el control de un vehículo que se nos ha quedado obsoleto, pero del cual no sabemos cómo bajar. ¿Es esto realmente así? Y si lo es, ¿cómo hemos llegado adonde estamos?
Hace falta remontarse en el tiempo a hace apenas tres siglos, al llamado siglo de las luces, cuando el pensamiento racional alumbró un universo que orbitaba a su alrededor, en el que se fue sustituyendo la religión por la ciencia, la fe por la creencia y la potestad divina por el derecho y la ley de la sociedad. La mente se dejó de historias (o narrativas, en el lenguaje «a lo Harari» que cada vez es más popular) y se centró en la materia como objeto de estudio, algo palpable y constatable, sometido a las «leyes» de la naturaleza. Es más, la mente moderna (ya que es en el siglo XVIII cuando se considera que comenzó la era moderna) creía en la ley y el derecho como la única referencia a una verdad garantizable, espantada del abuso y la arbitrariedad en que había derivado el pensamiento mágico y religioso, que implicaba un sometimiento al poder divino, que todo lo regía, cuyos únicos portavoces eran la iglesia de Roma y los monarcas absolutistas que imponían su voluntad sobre el pueblo.
Tal como explican Daron Acemoğlu y James A. Robinson