No obstante, resultan muy interesantes las usuales acusaciones que reciben los populistas en el poder por ser “fascistas”. Esto es frecuente sobre todo en la actualidad, dado que Salvini ha mostrado afinidad con los movimientos neonazis que infestan las calles de las ciudades italianas y golpean e intimidan a los migrantes africanos, y dado que los asesores políticos de Trump han admitido de manera explícita el haberse inspirado en los libros y las ideas de Julius Evola, filósofo fascista, esotérico y místico, que postuló que la ideología fascista oficial dependía mucho del principio de soberanía popular y del mito igualitario de la Ilustración para ser fascismo genuino. Otros líderes populistas europeos han hecho declaraciones igual de alarmantes sobre cómo las ideas islámicas han “contaminado” las raíces cristianas de sus naciones, o sobre cómo la migración contamina el núcleo étnico del pueblo. Estas afirmaciones resultan llamativas y alarmantes. Pero me sigo resistiendo a la idea de que el nuevo modelo de gobierno representativo que se inició con el populismo sea fascista. Como explicaré en el capítulo 3, en el que describo las similitudes y las diferencias entre el antipartidismo populista y el antipartidismo fascista, es cierto que el fascismo es una ideología y un régimen, muy parecido al populismo, y también es cierto que el fascismo surgió como “movimiento” y militó en contra de los partidos organizados, cosa muy parecida al populismo.71 Sin embargo, debemos mantener la diferencia conceptual porque un partido fascista nunca renunciaría a su plan de llegar al poder para construir una sociedad fascista: una sociedad muy adversa a los derechos fundamentales, la libertad política y, de hecho, la democracia constitucional. Por esta precisa razón, Evola criticó la lectura del fascismo como una versión de la soberanía popular absoluta en la que el fascismo derivaba de la Revolución francesa (y, por lo tanto, popular y “populista”). Por el contrario, concibió el fascismo como una idea de la política y la sociedad radicalmente jerárquica y holística, opuesta por completo al liberalismo y la democracia debido a su negación radical de un punto de vista universalista de los seres humanos,72 para nada parasitaria de la democracia y más bien como un proyecto antidemocrático radical.
El fascismo en el poder no se conforma con hacer algunas enmiendas a la Constitución ni con ejercer su mayoría como si fuera el pueblo. El fascismo es un régimen por propio derecho que busca moldear la sociedad y la vida civil a partir de sus principios. El fascismo es la fusión del Estado y el pueblo.73 No se limita a ser parasitario del gobierno representativo, porque no acepta la idea de que la legitimidad surge libremente de la soberanía popular y las elecciones libres y competitivas. El fascismo es tiranía y su gobierno es una dictadura. El fascismo en el poder siempre es antidemocrático, no sólo en su discurso sino también de facto. No se conforma con limitar a la oposición por medio de propaganda diaria: recurre al poder del Estado y a la represión violenta para silenciar a la oposición. El fascismo busca el consenso, pero no correrá el riesgo de la discrepancia, por lo que proscribe la competencia electoral y reprime las libertades de expresión y de asociación, pilares de la política democrática. Mientras que el populismo es ambiguo, el fascismo no lo es, y al igual que la democracia el fascismo depende de un núcleo pequeño de ideas inequívocas gracias a las cuales es reconocible de inmediato. Raymond Aron ya aludía a esta interpretación a finales de los años cincuenta del siglo pasado, cuando intentó entender la idea de “regímenes sin partidos”, que “exigen una especie de despolitización de los gobernados” y que sin embargo no alcanzaron la omnipresencia y la intensidad de los regímenes fascistas.74
Recurrí a la metáfora del parasitismo para describir situaciones en las cuales el populismo crece desde el interior de la democracia representativa. Para representar la naturaleza ambigua del populismo, y su relación con el fascismo y la democracia, propongo emplear también la metáfora de Wittgenstein del “parecido de familia”.75 Esta metáfora captura la identidad límite del populismo. “En vez de centrarse en los rasgos más evidentes que encontró en las fotografías” de los miembros de una familia, “Wittgenstein tomó en cuenta la presencia de los bordes borrosos, vinculados con rasgos fuera de lo común o excepcionales. Este cambio le permitió reformular ‘parecidos de familia’ en términos del complejo entrecruzado de similitudes entre miembros de una clase determinada.”76 La evolución del método compuesto de los retratos “contribuyó a articular una nueva noción del individuo: flexible, borroso, no concluyente”: el resultado de un trabajo de análisis comparativo que revela los bordes borrosos que ocasionan que los contornos parezcan fuera de foco.77 La noción de un parecido de familia, que se materializa mediante los bordes borrosos que el populismo comparte con la democracia y con el fascismo, es una metáfora útil en este estudio para colocar el fenómeno del populismo en relación con los regímenes populares modernos. Para dar sólo un ejemplo: en la Argentina de 1951, Perón afirmaba con orgullo que su régimen era una alternativa al comunismo y al capitalismo. Pocos años después, enfatizaba los vínculos con la dictadura española de Francisco Franco y se propuso representar su tercer nombramiento como una nueva resistencia, supranacional, ante el demoliberalismo.78 El populismo de Perón era similar al fascismo, mas nunca idéntico, porque no eliminó las elecciones ni les negó su papel legítimo. De hecho, la legitimidad electoral fue una dimensión definitoria de la soberanía populista de Perón, a pesar de que las elecciones se asemejaban a un plebiscito de los miembros de su partido, no a un cálculo de preferencias individuales producto de la competencia abierta entre una pluralidad de partidos.79 En suma, el fascismo destruye la democracia después de haber aprovechado sus recursos para fortalecerse. El populismo desfigura la democracia al transformarla sin destruirla.80
Como implica la metáfora del parecido de familia, el fascismo y el populismo comparten rasgos importantes, bien reconocibles. “El fascismo se ha presentado como el antipartido, ha abierto la puerta a todos los candidatos, con su promesa de impunidad ha permitido a una multitud informe cubrir con un barniz de idealismos políticos vagos y nebulosos el desbordamiento salvaje [selvaggio] de las pasiones, de los odios, de los deseos.”81 Si omitimos la alusión a la violencia (selvaggio), se puede emplear esta descripción del fascismo italiano que esbozó Antonio Gramsci en 1921 para describir el fenómeno populista de la actualidad. El populismo contemporáneo también tiene un enfoque “negativista” que precisaré en el capítulo 1. El populismo antagoniza con el sistema no sólo para oponerse a sus líderes, sino también para dar a las pasiones organizadas la oportunidad de gobernar y velar por sus intereses. En el capítulo 2 exploro cómo ocurre esto. Los gobiernos populistas pueden —y lo hacen a menudo— trazar políticas cuya retórica es violenta, que atacan a sus adversarios y que excluyen a extranjeros y migrantes. Los populistas en el poder pueden —y con frecuencia lo hacen— intimidar y rechazar a quienes no son ciudadanos: vemos que sucede esto en casi todos los países en los que gobiernan. Sin embargo, en cuanto el gobierno empieza a ejercer violencia (inconstitucional) contra sus propios ciudadanos, en el momento en que comienza a reprimir la discrepancia política, a impedir la libertad de asociación y expresión, su llamado gobierno populista se ha convertido en un régimen fascista.
Incluso a pesar de reconocer esta importante distinción, el descenso al fascismo siempre se vislumbra en el horizonte. En el siglo pasado, la historia de la democracia se ha caracterizado por intentos constantes de separarse del fascismo y materializarse como alternativa del fascismo.82 Este divorcio se concretó de manera permanente cuando los gobiernos democráticos adoptaron la idea de que, en los hechos, a la democracia no le corresponde ninguna representación holística del pueblo y de que ningún partido individual puede representar las distintas exigencias de los ciudadanos. En este