Ilustración 5. Agosto 7 de 1930
Ilustración 6. Centenario de la muerte del Libertador
Ilustración 7. Para los hombres de buena voluntad
Ilustración 8. Año nuevo 1931
Ilustración 9. Con tinta indeleble y Polvo eres y en polvo te convertirás
Ilustración 10. Las opiniones divididas
Ilustración 11. Ante el bloque liberal
Ilustración 12. El primer aniversario
Ilustración 13. Cosi va il mando
Ilustración 14. Reincidencia
Ilustración 15. La reorganización del M. de O. P.
Ilustración 16. Juegos malabares con “los del balde”
Ilustración 17. Hamlet príncipe de Dinamarca
Ilustración 18. Nuestras relaciones con Rusia
Ilustración 19. ¡Al año!
Ilustración 20. Cómo pasaron las cosas
Ilustración 21. El ministro reportero
Ilustración 22. Día de fiesta
Ilustración 23. El momento político
Ilustración 24. Las auras populares y las cometas de agosto
Ilustración 25. En los puros ladrillos
Ilustración 26. El viaje del presidente
Ilustración 27. La Constitución del 86
Ilustración 28. El doctor
Ilustración 29. Los “Tigrecitos” en Tunja
Ilustración 30. La justicia cojea, pero...
Ilustración 31. La víctima desconocida
Ilustración 32. Los escrutinios de Bolívar
Ilustración 33. El Escuadrón Silvio Villegas
Ilustración 34. El desarme de la provincia de García Rovira
Ilustración 35. El relámpago del Catatumbo
Ilustración 36. Santas pascuas
Ilustración 37. El sanalotodo
Ilustración 38. El Catatumbo ante la cámara
Ilustración 39. El memorial de Quintín Lame a la Cámara
Ilustración 40. Leiga pa que se instruiga
Ilustración 41. Se acabó el Catatumbo
Ilustración 42. La última caricatura del maestro Rendón
A Luis Vidales
Ancho el sombrero se posa pájaro negro en su cabeza y no es la tristeza con la que el pintor adorna el cuadro. Es el país Con su botella de ajenjo Sobre la mesa donde un día él en contra Vía, escribió, “No me lleven a casa”, mientras la pequeña pistola apunta contra el tiempo cincuenta años después, desde el agujero de la sien por donde se le escapa todavía la caricatura de la patria.
“Ricardo Rendón”, de Armando Orozco Tovar1
Ricardo Rendón o el espíritu enigmático y callado
Rendón estaba llegando en ese tiempo a una de las etapas más agudas y atormentadoras del alcoholismo, y comprendía, y temía que lo que había hecho su vida y su gloria, la claridad y firmeza de su línea, la inspiración mordaz, el ingenio servido físicamente por una maestría insuperable, estaba llegando poco a poco a su término. Es cierto también que debió parecerle, en medio de su temblorosa visión del futuro cercano, que la cantera de donde extraía la inspiración para sus dibujos, estaba a punto de cerrarse. Y decidió romperse la cabeza en un momento de terrible desfallecimiento y de supremo valor.2
¿¡A quién no impresiona Rendón!? Todo de negro, del ancho sombrero a los zapatos largos que me los imagino, como un gitano de taberna en taberna en la Bogotá aquella de su tiempo; presente en todo y ausente con todos. Disfrutando de la calle de esa pequeña Bogotá que era la de su tiempo, y que solo en un recorrido breve daba para toparse con Alberto Lleras, con León de Greiff, con Luis Tejada y con José Mar, y con toda esa muchachada que a poco andar sería la clase literaria y política de Colombia.
El joven historiador Juan Carlos Herrera dialoga con todos los implicados en adivinar y suponer lo que fue vida y muerte de Ricardo Rendón. En realidad, nadie ha podido saber qué fue lo uno y lo otro. Aproximaciones a un hombre que dejó para que lo juzgaran no su vida íntima, sino su gráfica. Fue hijo de Ricardo Rendón y Julia Bravo, estudió en el taller del maestro Francisco Antonio Cano y en el Instituto de Bellas Artes, dirigido por José Antonio Gaviria, en Medellín. Sus primeros dibujos aparecieron en Panida, revista de un juvenil grupo que capitaneaba León de Greiff. Frisaba apenas los diecinueve años. Escribió versos y su primera caricatura fue publicada en Avanti, que dirigía Samuel Delgado. Fue colaborador de La Semana, un suplemento literario de El Espectador.
Rendón, junto con De Greiff y junto con muchos otros, había subido de la remota Antioquia a la húmeda e insalubre pero culta Bogotá de entonces. No era cosa de un mercado nacional que ponía a un colombiano en conocimiento de otro, sino la cultura, el arte, la literatura que todo junto constituía la política de entonces. Bogotá, esa rara capital de la república, encumbrada, gélida, eternamente con gripa y con lluvia, alejada del mar, tenía una inexplicable atracción que ninguno de los llegados de las montañas de occidente u oriente explicó, pero que sabían que solo aquí los intelectuales podían verse e interactuar y, sobre todo, trabajar y producir arte a la vez, ¡quién sabe!
Era Rendón, desde siempre, arte y parte de la Bogotá que para esa época podía expresarse por tener el vehículo para hacerlo. Su talento, su competencia artística que había demostrado en sus trabajos en Medellín, le abrió las puertas en Bogotá en el diario La República, cuyo dueño era don Alfonso Villegas, el mismo que lo fuera de El Tiempo, el viejo e inquieto republicano antioqueño, suegro generoso de don Eduardo Santos. Pertenecía Rendón a esa sensibilidad, que fue también la de Villegas, Santos, Carlos E. Restrepo, militantes duros del republicanismo y adversarios altivos de la Hegemonía Conservadora. Corrían los últimos años de la década de 1910 cuando arribó a la capital; tenía veinticuatro años, y cuando empezó a caminar parriba y pabajo a lo largo de la carrera séptima hasta alcanzar las sedes de Bogotá Cómico, Cromos, El Espectador, El Gráfico, Universidad y El Tiempo, donde trabajó.
Vivió 37 años. Los últimos trece los pasó en Bogotá. Pocos, en verdad, pero vividos con inaudita intensidad. Fueron trece años de vida productiva. Se sabe poco de su pensamiento expresado verbalmente. Se pronunciaba por el transcurso de sus trazos. Sus líneas agudas y rápidas retrataban lo que de sus objetos de trabajo pensaba, y lo que pensaba era por lo mucho que oía en una Bogotá de intelectuales que no tenían para dónde pegar, distinto de recorrer las pocas calles y refugiarse en los mentideros políticos de entonces, que no eran bastantes.
Nada