–Hola, Colt. Me alegra ver que ya estás despierto. Los médicos lo tienen todo controlado. Estarás en casa antes de que te des cuenta. Confía en mí. Todo está en orden en el rancho. Yo me encargo de todo. Simplemente descansa y recupérate.
Justo antes de mediodía, Ana subió a la camioneta de Vance y se dirigieron hacia el pueblo, rumbo al despacho del abogado. Todavía no era capaz de sacarse la imagen de su padre en esa cama de hospital. Tenía el pecho encogido por la emoción. Aquello tenía que ser muy duro para un hombre como Colt. Siempre había sido una persona vital, trabajadora. Pero todo eso había cambiado en un abrir y cerrar de ojos.
Ana se volvió hacia Vance. Se estaba tomando el café que había comprado en el hospital.
–Toma un poco de café. Parece que lo necesitas.
–Gracias –Ana agarró su vaso de papel y bebió un sorbo–. Está bueno.
–Es del puesto de enfermeras. Lo hacen ellas mismas.
Ana se imaginó a Vance Rivers en el puesto de enfermeras, flirteando con ellas para conseguir una taza de café.
–Gracias.
–Hablemos. Solo han pasado cuarenta y ocho horas desde lo de Colt y todavía está muy medicado. Tienes que confiar en que va a ponerse mejor.
Ana miró por la ventanilla. Contempló las tierras del Lazy S, las montañas en el horizonte…
–Parecía tan indefenso.
–Dale tiempo, Ana. Tienes que tener paciencia. No le agobies.
–¿Agobiarle? No tengo pensado agobiarle. ¿Cómo puedes decir algo así?
Vance levantó una mano del volante.
–Solo quería decir que es muy fácil saber qué pasa por tu cabeza. Se te ven las emociones en la cara.
–No puedo evitarlo.
–Tienes que intentarlo, porque Colt nos necesita para recuperarse.
Aminoró la marcha. Estaban cerca del pueblo de Royerton. Fueron por la calle principal y pasaron por delante de una pequeña tienda de ultramarinos, un supermercado y la oficina de correos.
–Eso es exactamente lo que tengo pensado hacer.
–Muy bien. A lo mejor deberíamos ceñirnos al tema del rancho, pero no mencionamos que vas a trabajar con los otros mozos.
–Como si a él le importara…
Vance aparcó frente a un edificio de oficinas de ladrillo.
–¿Pero qué me dices? Colt solo me puso dos reglas. Uno, trabajar duro, y dos, no acercarme a sus hijas.
Ana le miró con ojos de sorpresa. Vance sacó las llaves del contacto y bajó del vehículo. No iba a decirle lo difícil que le había resultado mantener esa promesa.
–No lo sabía –dijo ella cuando le abrió la puerta del acompañante.
–Hay muchas cosas de Colt que no sabes.
Ana tomó la mano que Vance le ofrecía y salió a la acera.
–Eso no es culpa mía.
–No he dicho que lo fuera –Vance abrió la puerta del despacho del abogado y la dejó entrar primero–. Solo quería que lo supieras.
–¿Y qué pasa contigo? ¿Esa regla también era para ti?
Vance asintió. Se preguntó si recordaría lo que había pasado aquel día en el granero.
–Como sigues por aquí, supongo que nunca le dijiste que te lanzaste a por una de sus hijas en el granero –le dio la espalda y entró en el área de recepción.
–Vaya. No estaba solo aquel día. Hacen falta dos para lo que pasó. Si no recuerdo mal, había una jovencita por allí que iba detrás de un muchacho. No fue una buena idea. Ya sabes… Adolescentes efervescentes llenos de hormonas…
–Yo no era un hervidero de hormonas –dijo ella.
–Tú no, pero yo sí.
Wade Dickson salió de su oficina en ese momento y les recibió.
–Hola, Ana, Vance –sonrió–. Por favor, entrad y sentaos –Dickson rodeó el escritorio y se sentó frente a ellos. Abrió una carpeta, examinó unos documentos y entonces miró a Ana–. ¿Seguro que tus hermanas no vienen?
–Ahora mismo no. ¿Por qué?
–Como sabes, el Lazy S es una finca muy grande. Tu padre es dueño de casi todo. Pero hay una buena extensión de terreno que le ha sido alquilada al estado. Y hay pagos atrasados. Conseguí una prórroga del estado, pero así solo hemos ganado unos meses para reunir el dinero. Y, si no lo pagáis, otra persona podría pedir las tierras.
Ana miró a Vance.
–Entonces hay que pagar ese dinero.
–No hay suficientes fondos.
Capítulo 3
ANA abrió los ojos.
–¿Qué quieres decir? ¿No hay suficiente dinero?
–El Lazy S ha pasado años muy difíciles. Me enteré hace poco porque me lo notificó el estado.
Ana se volvió hacia Vance.
–¿Por qué no dijiste nada?
Vance estaba tan sorprendido como ella.
–Primero, no sabía nada al respecto. Sabía que los precios de la carne de vacuno habían bajado, y que habíamos perdido varias cabezas de ganado en esa tormenta del invierno pasado, pero…
–¿Qué quieres decir con eso? ¿Cómo es que no sabías nada? Eres el capataz.
–Yo hago el trabajo físico, pero Colt lleva las cuentas. Yo uso ese dinero para pagar las nóminas, para los suministros y la comida de los animales. Colt lleva las finanzas del rancho.
Vance recordó las tierras que Colt le había dado unos años antes. Había plantado alfalfa en ellas. En seis semanas podría empezar con la cosecha. Tenían tiempo suficiente, pero… ¿serían los beneficios lo bastante grandes como para cubrir esa deuda?
–Ana, llevo años intentando convencer a tu padre para que diversifique el negocio. Perdió buena parte de sus ahorros cuando el mercado cayó hace unos años. En el pasado, ese dinero siempre fue un colchón que lo ayudaba a pasar las épocas difíciles.
–¿Y qué hacemos ahora?
–Como ha dicho el señor Dickson, tenemos casi seis meses –la miró a los ojos–. No puedes hacer esto sola. Creo que tienes que reunir a tus hermanas.
Treinta minutos más tarde, Vance y Ana salieron del despacho del abogado.
–Parece que te vas a caer en cualquier momento.
–Sí. Gracias. Eso es lo que toda mujer quiere oír.
–Come algo.
–Tienes razón, pero debería irme a casa y ver qué puedo hacer para resolver este lío.
Ignorando sus palabras, él la hizo cruzar la calle y la condujo hacia un pequeño restaurante familiar, el Big Sky Grill.
–Primero tienes que comer –le abrió la puerta, pero ella no se movió–. Puedo seguir así todo el día.
Ella le fulminó con la mirada, pero finalmente tiró la toalla.
–Muy bien. Una comida rápida.
Fueron recibidos por los dueños, Burt y Cindy Logan. Burt les acompañó hasta una mesa situada junto a la ventana que daba a Main Street. Varios asiduos