—Venga, va. ¡Enséñamelo ya!
Cierra la pestaña del segundo perfil y, entonces. ahí está él.
—¿Y bien? —me pregunta Álvaro.
—Está bien, luego puedes hacer de activo si quieres —respondo entre risas—. Joder, ¿cómo lo has conseguido?
—No ha sido tan difícil, la verdad. Primero, revisé todas las listas de amigos de tus amigos, buscando a toda la gente que pareciera tener la misma edad que tú. Por suerte, muchos tenían amigos en común, así que me quedé con unos cuarenta perfiles en total. Aunque tuve que descartar a todos los que tenían el perfil privado y me quedé solo con treinta.
—¿Y allí estaba?
—Qué va. Entre ellos estaba el primer Rubén, el rubiales, pero no creía que fuera él.
—¿Por qué no?
Se encoge de hombros y me mira como si fuera evidente.
—No es tu tipo; demasiado normativo. El caso es que, tras descartar a los que tenían el perfil privado, también descarté a unos cuantos que tenían el instituto en el perfil porque no coincidía con tu ciudad. Me quedaban unos veinticinco perfiles, más o menos. Lo que hice fue repetir el paso anterior y abrir todas sus listas de amigos que podían haber coincidido con tu instituto.
—Estás de coña —respondo impresionado—. ¿Con cuántos perfiles abiertos acabaste?
—No lo sé. Cien como mínimo, eso seguro. Descarté a quince o veinte que tenían los perfiles privados, y menos mal, porque el ordenador estaba ya a punto de petar. Y, de todos los perfiles que quedaban, había dos que se llamaban Rubén. No creía que fuera el musculitos, pero el tercero me parecía mucho más tu tipo.
—Pero ¿cómo estabas tan seguro de que era él? —le pregunto mientras miro la pantalla—. Su perfil es privado y no aparece ningún dato.
—Solo tuve que buscar su nombre en Google y… ¡tachán! —Cambia a otra pestaña, y en ella veo el perfil de LinkedIn de Rubén—. Su perfil me confirmó lo que necesitaba saber: que estudió en el mismo instituto que tú y, más importante todavía, que trabaja en el mismo colegio que tú. —Me mira con esa sonrisita de suficiencia ahora más grande que nunca—. Así que, en realidad, no tenía nada que perder a la hora de hacer la apuesta.
Lo cierto es que estoy impresionado, aunque no se lo pienso decir.
—Eso es trampa.
—¡No es trampa! ¿Acaso no lo encontré por mis propios métodos?
Pongo los ojos en blanco.
—Bueno, vale. Lo que tú digas. —Vuelvo a mirar el perfil de Facebook de Rubén—. Y ahora. ¿qué hago?
Me mira alzando una ceja.
—Es evidente, ¿no?
Y, antes de que pueda detenerlo, le envía una petición de amistad.
—¡Álvaro! —le grito, mitad enfadado y mitad divertido mientras trato de alcanzar el portátil.
Él cierra la pantalla para que no pueda deshacer la petición.
—Me acabarás dando las gracias, así que no te quejes tanto —responde, guiñándome un ojo. A continuación, comienza a deslizar su mano por mi pierna—. Y te recuerdo que me debes algo por haber ganado la apuesta…
Me echo a reír.
—Pues vamos a tener que esperar un rato, porque como empecemos ahora se me va a quemar el bizcocho.
—Bueno… —comienza mientras se pone en pie y se sitúa frente a mí—. Podríamos ir empezando y después ya hacemos una pausa para que saques el bizcocho. Cuando acabemos ya se habrá enfriado y vamos a tener hambre, así que es el plan perfecto.
—Ah, ¿sí? —pregunto, palpando su muslo con la mano—. ¿Y cómo quieres que empecemos?
—Pues mira, por ahí va bien.
—¿Sí? —pregunto mientras continúo acariciando su pierna, subiendo cada vez más—. ¿Esto?
—Justo ahí, sí.
Comienzo a apretar ligeramente con la mano y él suelta un gruñido de satisfacción. Le bajo el bóxer y ahí está su miembro erecto, cálido y deseoso de mi boca. Acerco los labios a él y lo acaricio suavemente con la lengua, arrancándole un gemido prolongado. A continuación, me lo meto en la boca y comienzo a succionar, sintiendo cómo crece mi propia excitación con cada uno de sus jadeos entrecortados.
Continúo así hasta que oigo el temporizador del horno, y entonces hago una pausa rápida para sacar el bizcocho y vuelvo con Álvaro. Ya está completamente desnudo, esperándome en mi cama, y al verlo me doy cuenta de las ganas que tenía realmente de cambiar los papeles con él. Así pues, me subo a la cama para sentarme encima de él y lo beso mientras presiono las nalgas contra su cuerpo como sé que le gusta.
Y a mí me gusta todavía más cuando me hace tumbar boca abajo y hunde la cara entre mis nalgas, preparándome para lo que está por llegar.
Antes
Lunes, 17 de enero de 2005
—¡Cuéntamelo todo! —exigió Natalia, entusiasmada, cuando nos quedamos solos a la hora del recreo. Casi parecía más emocionada que yo de que hubiera quedado con Rubén—. Llevo todo el fin de semana mordiéndome las uñas.
—Ay, déjame
—¡No seas tonto! ¿Qué pasa, te da vergüenza?
—Un poco —admití muy a mi pesar.
De hecho, estaba tan rojo que me sentía a punto de explotar. Me quedé mirando fijamente al suelo, sin saber muy bien qué decir mientras ella me miraba con expectación. En realidad, no era solo el hecho de que me diera vergüenza: por alguna razón, de momento prefería guardarme la tarde con Rubén para mí.
—Bueno —dijo al fin, dándose cuenta de que no le iba a decir nada más—. Si algún día te apetece hablar del tema, me tienes a mí. Yo no te voy a presionar, pero quiero que sepas que puedes contar conmigo. ¿Vale?
Sonreí con los ojos húmedos ante la sinceridad de sus palabras.
—Gracias, Nati.
—No hace falta que las des —respondió, también sonriendo—. Para eso están los amigos, ¿no?
La abracé. No sabía si había sido por impulso, o tal vez simplemente para esconder las lágrimas que amenazaban con derramarse, pero la abracé.
Era la segunda vez que nos abrazábamos desde que nos conocíamos, y la primera que era yo quien tomaba la iniciativa. Y, mientras las lágrimas traicioneras se escapaban de mis ojos y se deslizaban por mis mejillas, ella me devolvió el abrazo con fuerza, transmitiéndome todo su calor y su serenidad, pero también un cariño que necesitaba mucho más de lo que yo mismo pensaba.
Ese fue el día que descubrí que los abrazos de Natalia eran magia. Y, como los buenos trucos de magia, lo único importante es que funcionan, aunque no sepas muy bien cuál es el secreto.
Lo cierto es que durante los meses posteriores necesité su magia demasiadas veces.
Capítulo 6
No me ha aceptado en Facebook.
En realidad, tampoco es que suela entrar mucho; siempre he sido más de Twitter o Instagram. Sin embargo, durante el fin de semana entro cada media hora para ver si me ha aceptado. No tengo suerte: o bien no entra en Facebook, o bien no se ha fijado en mi solicitud… o bien simplemente no quiere aceptarme. Aunque quería