Aquí hay verdad, el libro está armado a partir de una investigación rigurosa, exhaustiva, que lo aproxima al ensayo y el reportaje. La verdad sobre aquellos «crímenes blancos» que afectaron y siguen afectando a miles de personas en Italia, muchas más en todo el mundo. La verdad sobre la muerte de Renato, cuyo reconocimiento como víctima exige la familia ante un tribunal. La verdad sobre los responsables, autores materiales, cómplices, encubridores. Por supuesto, Alberto Prunetti no es el primero en denunciarlo, hay investigadores, activistas, sindicatos y colectivos de afectados que llevan décadas luchando por conocer y difundir esta verdad trágica.
Es también un ejercicio de justicia, aunque sea la más modesta justicia poética que permite la literatura, en paralelo a la exigencia de justicia que la familia consigue ante los tribunales. ¿Consigue? No: «Justicia es no morir en el trabajo, no morir ni ver morir a tus propios compañeros».
Y la reparación. Claro que la literatura tiene capacidad reparadora, aunque sea humilde y tardía. Reparación para tantos Renatos explotados, enfermos, inválidos, muertos prematuros. Reparación y agradecimiento, reconocimiento de deuda, de lo mucho que debemos a aquellos sobre cuyas espaldas (y manos, y pulmones, y vidas) se levantó todo lo que hoy tenemos, todo lo que hoy está amenazado y debemos defender también por ellos, para no traicionarlos.
LA NOVELA
Hacer memoria permite contar, restituir el relato. Contar, contarnos, para que no nos cuenten otros. Construir nuestro propio relato para no acabar comprando otros en el mercado de relatos en que vivimos. Si la crisis de la última década es, entre otras cosas, también una crisis de relato, si nos cuesta contar(nos) estas vidas fragmentadas, discontinuas e inciertas, Amianto es una buena propuesta, una posibilidad de relato propio.
Una novela (sí, es una novela) que participa del ensayo, la investigación, el reportaje, el panfleto, la biografía o la autoficción, para lograr un texto sin género definido, en el que cabe todo (es decir, una novela).
Novela manual, en el sentido de hecha con las manos: armada como una estructura de tubos soldados, encajando piezas y ajustando cada parte, con apariencia desordenada, torrencial, pero de gran precisión estructural. Habla el autor de «no aflojar las abrazaderas de la narración que aprietan como mandíbulas la pulpa leñosa de esta historia», y lo imaginamos en efecto enroscando y atornillando testimonios, documentos, voces, emociones, metáforas, hallazgos de lenguaje.
Novela política, que no social, al menos como yo entiendo la distinción: novela política sería aquella que no solo pone la mirada en un conflicto social (como hace la buena novela social), sino que además vuelve conflictiva la propia escritura, es política en su tema pero también (o especialmente) en su forma. Novela que asume que toda impugnación de un orden social (y Amianto lo es) pasa necesariamente por una impugnación del orden formal que lo legitima y reproduce. Y ese orden formal sería la novela burguesa, contra la que está escrita esta novela obrera.
Novela obrera, no solo por contar una historia obrera con protagonismo obrero y conciencia de clase, escrita por un obrero (trabajador cognitivo precario se define a sí mismo), de familia obrera y criado en barrios obreros, y que además escribe para sus iguales, para los obreros muertos, para los supervivientes, y para el nuevo proletariado de hoy. Todo esto ya sería suficiente para colocarle la etiqueta, pero si Amianto es una novela radicalmente obrera lo es por su escritura, por sus decisiones formales, por sus elecciones estéticas que son por supuesto éticas. Es una novela obrera porque evita las trampas dulces de la novela burguesa, prescinde de un realismo convencional (y comercial) que acaba siendo conservador y reproduciendo una visión (burguesa) del mundo.
Amianto nos sirve como un manual, o más bien un contramanual: todo lo que no hay que hacer si uno quiere escribir una novela obrera. Todo aquello que solemos detectar en novelas sociales bienintencionadas y que no aparece en esta. Aquí no hay paternalismo, condescendencia, obrerismo sentimentalizado, superioridad moral. No se intenta «dar voz a los sin voz» ni devolverles la dignidad, como si no anduviesen sobrados de ambas, voz y dignidad. No hay fácil épica, ni tampoco victimismo, no se subrayan literariamente los aspectos trágicos. No es una novela dramática, sombría y desesperanzadora; al contrario, contiene mucha luz, humor, energía, orgullo, momentos felices, vida.
Ni hablar de estetizar todo aquello de lo que otros autores harían altísima literatura: el trabajo mismo, lo manual, pero también la explotación, la miseria, el dolor o la muerte. Lo que no significa renunciar a toda la belleza que cabe en una historia así, que es mucha. La mirada de Prunetti no es ajena, exterior, turística. Escribe desde dentro, todo el dolor es suyo, como lo es también toda la dicha.
Una novela que, pese a resistirse a ser etiquetada, no está escrita en el vacío, desde cero, sino que se vincula orgullosamente a una tradición de literatura política y de novelas obreras. Su genealogía es fácilmente rastreable, pero estira ese hilo rojo para traerlo a este hoy inestable, y así escribir una novela que es también inestable, precaria, como nuestras vidas.
Termina aquí este prólogo en zoom. Desde el relato volvemos a replegarnos hacia la memoria, la Historia, el capitalismo, la clase obrera, la vida, la fábrica, el trabajo, el cuerpo y la mano. La mano que trabaja, la mano de Renato.
Isaac Rosa Sevilla, enero del 2020
NOTA SOBRE LA BANDA SONORA
Los títulos de los capítulos hacen referencia a canciones de Nada Malanima y de Piero Ciampi. Aunque rondaban también por mi cabeza los músicos livorneses Bobo Rondelli, I Licantropi, Pardo Fornaciari, Luca Faggella y la canción Pugni chiusi (Puños cerrados), interpretada por Demetrio Stratos en la formación beat de I Ribelli.
Ma che freddo fa (Qué frío hace), de Nada Malanima.
Andare, camminare, lavorare (Ir, caminar, trabajar), de Piero Ciampi.
La polvere si alza (El polvo se levanta), de Piero Ciampi.
Pioggia d’estate (Lluvia de verano), de Nada Malanima.
Cuore stanco (Corazón cansado), de Nada Malanima.
In un palazzo di giustizia (En un palacio de justicia), de Piero Ciampi.
QUÉ FRÍO HACE
Me habría gustado que esta historia no hubiera sucedido realmente. Que fuera producto de la fantasía del autor, como se suele decir. Sin embargo, es la realidad la que llama a la puerta en estas páginas. La imaginación ha rellenado los huecos como yeso de poco valor y ha redibujado ciertos episodios para reflejar mejor la historia de una vida y de una muerte. De una biografía obrera.
El relato debería sostenerse como un racor que une numerosos tubos diversos. Él siempre lo decía: ponle cable de cáñamo, que resiste más que el teflón. Solo debes tener cuidado de respetar el sentido del trenzado y ligarlo todo con un dedo untado en masilla verde. Después aprieta con fuerza, pero sin ensañamiento. No debe perder.
Así lo he hecho, con la pluma. He tratado de respetar el trenzado de la historia, sin forzar el ritmo de los acontecimientos, sin estrangulamientos. He usado la masilla de la fantasía y he apretado, sin ensañamiento pero con firmeza, el orden del discurso. No gotea: he colocado un cartón debajo y las lágrimas se han secado. Era preciso soldar de este modo la plomería de las grandes instalaciones y la memoria de los hombres que unieron kilómetros de tuberías y acero durante toda una vida. Para llevar la presión sanguínea a los canales de la existencia, para bombearla a los depósitos de la memoria y verla gotear día tras día fertilizando la página.
Él viste una funda verde y guantes de gamuza. Dobla una pierna y se apoya en el suelo de gravilla de la fábrica. Empuña la radial. Con un golpe de mazo en la cabeza de un destornillador de mango romo, en dirección contraria al sentido de rotación, afloja la abrazadera que fija el cepillo e inserta un disco de corte.