Deslumbramiento: cortocircuito de dos miradas. Enceguecimiento en pleno día o en plena noche. Luz en la que se ve en posible erupción el reflejo de dos deseos.
Ayer por la noche, cuando subí a acostarme cerca de la una de la mañana, mi padre me pidió que tratara de interceptar todas las cartas, y principalmente un telegrama que posiblemente llegaría hoy, y que por favor se las guardara en su escritorio.
Salí a acompañar a Temístocles al correo y al volver vi la motocicleta de Telégrafos, pero no conseguí alcanzarla ni a interceptar nada.
Por la tarde vamos al cine: Gutenberg, Sudermann, Hesíodo, Arquímedes, Herodotita y Temístocles, que tiene una chamarra nueva. Al volver a casa encuentro a mi padre en la esquina. Caminamos hasta la puerta del edificio y volvimos hacia la esquina una y otra vez. Está muy nervioso.
Que su esposa no estaba y que dijo que había ido a casa de su tía María Luisa, pero que él tomó un taxi y ha ido hasta la casa de la tía María Luisa y su mujer tampoco estaba allí. Que Marina, a quien llama “flaca desgraciada”, mandó un telegrama citando a mi madrastra en alguna parte para romperle la cara o algo así. Pero mi madrastra está “muy ponchada” y además carga un cuchillo en su bolsa…
Guau, me alucina la posibilidad de un crimen pasional.
Oh, la vida de aventuras que existe en los libros
infantiles, a mí que tanto he sufrido, ¿me la darás?
Rimbaud
He pensado que Sofocles nunca desvirga a Greta. Ella pierde su himen en un tranvía Colonia del Valle el día que sus tías descubren su Diario (carrera desesperada, encuentro con Sofocles que esperaba el asalto de la realidad sentado en posición de loto sobre el cofre de la camioneta de su padre, etc.).
También una sensación de Tatiana: que ella no es mujer, o que está habitada por otra mujer que a veces le habla, o que no es otra mujer lo que lleva adentro, sino un ser neutro, un paje, una niña, todas las niñas que ha sido. O que es un incendio: una especie de fiebre que crece, que se incrementa con impaciencia. Llamas inquisitivas e intrépidas…
—Así es —aclaró Temístocles—. El hombre es fuego, la mujer estopa, viene el Diablo y sopla…
Soy estopa entonces, soy fuego y estopa en combustión sincera, sin condiciones, anunciando la entrada a un nuevo, a un verdadero paraíso…
A veces Tatiana es impredecible.
Cuando mi madrastra sale a trabajar, mi padre se ausenta. Dice que va al Club, a la Vanguardia Alpina de México, pero vuelve con los botones de su camisa mal abrochados.
Depravado: aquel que desciende el curso ascendente de los placeres. (Mimi Benoit)
Gracias a Emmanuel Carballo me presentan a don Joaquín Díez-Canedo. Voy a visitarlo a una distribuidora de libros llamada Avándaro, en el centro, cerca del cine Metropólitan. Sin soltarse ni por un segundo de su pipa, me regala La criba de Daniel Sueiro, Homo Faber de Max Frish, Frankie y la boda de Carson McCullers, El buque, de Hans Egon Holthusen, y Actitudes anglosajonas de Angus Wilson.
Para la Gaceta que dirige Carballo, debo entrevistar a Rodolfo Usigli, que está de paso por México.
Inicio la lectura de El buque.
Es más allá de la medianoche.
Helicópteros sobrevolando Polanco. Innumerables familias son desalojadas para proseguir con las obras del Anillo Periférico. El ejército les impide elegir lo que quieren llevarse. Culatazos por aquí y por allá. Ancianos o enfermos, o simplemente necios se niegan a salir y son masacrados por las grúas y las conformadoras. Cadáveres de niños, mujeres y viejitos o viejitas alineados en el suelo antes de que los suban a camiones de redilas. En otros camiones, vigilados por hombres con ametralladoras, los que aceptaron ser desalojados, vociferando o llorando, sumisos o iracundos. Y un poco más allá el trazado de la vía rápida que da una vuelta extraordinariamente forzada para evitar la casa de un político. Y todo esto la mañana de hoy, a 440 años de la captura de Cuauhtémoc y la caída de la Gran Tenochtitlan.
¡Despierta Orozco! Ven a enderezar con tu pincel y con tu recia fuerza todo lo que ha torcido la violencia… Ven a desenmascarar cruel, irremisiblemente, toda la Verdad: aquí están degollando, despellejando y pisoteando otra vez la libertad…
¿O a quién tendría que despertar?
La desquiciante hija de la sirvienta siempre se queja. Quizás simplemente imita una pena que hay en lo profundo de la pinche ciudad en que vivimos. Una pena que abruma calles y avenidas, y que presiento que yo sólo puedo adivinar…
Ella no siente nada, o no entiende lo que siente, pero se lamenta una y otra vez, como una víctima propiciatoria…
Me impresionan las uñitas de sus manos brillando (recién pintadas)…
La firmeza de sus senos…
Le gusta desnudarse a la menor provocación…
¿Cómo tengo que manejarla para no tropezar y que no se convierta en un estorbo?
¿Por qué vienen a agitar el agua tranquila que yo soy?
Sensualidad: disposición a sentir y cultivar los placeres que procuran los sentidos. “Es menos de la sensualidad que de la vanidad de lo que hay que preservar a un joven que hace su entrada en el mundo”. (Jean-Jacques Rousseau)
Transcribo algunos aforismos de Bresson, transformándolos a mi conveniencia:
1. Lo importante no es lo que muestran, sino lo que esconden, y sobre todo aquello que ni siquiera sospechan que está en ellos.
2. Literatura: arte militar. Preparar una novela como se prepara una batalla.
3. Llamarás bella a la novela que te dé una idea elevada de la literatura.
4. La novela hace un viaje de descubrimiento en un planeta desconocido.
5. Escribir de improviso, con modelos desconocidos, en lugares insospechados, adecuados para mantenerse en estado de alerta.
6. Monta tu libro a medida que lo escribes. En él se forman núcleos de fuerza, de seguridad, a los que se aferra todo el resto.
7. No corras tras la poesía. Ella penetra por las junturas.
8. Ninguna frase bella. Nada de bellas imágenes. Imágenes y palabras necesarias.
9. No te niegues a los prodigios. Ordena al Sol, a la Luna. Desata el Trueno y el Rayo.
10. Hazte creer. Dante en el exilio se pasea por las calles de Verona, mientras se murmura que baja al infierno cuando quiere y que de ahí trae noticias…
EL PERRO GENEROSO
Hay un perro fuera, en la terraza. Apenas me ve, escapa encorvado; luego se vuelve, regresa, husmea, se mantiene a distancia, temblando. Está flaco, es feísimo, su cola es como un látigo del que se sorprende él mismo continuamente. En El triunfo de la muerte de Brueghel, hay un perro parecido husmeando a un niño muerto, acaso para comérselo. Abro una lata de carne y se la dejo en la terraza. El perro se acerca, vacía la lata en un instante y luego, durante un largo rato, lo oigo empujarla con el hocico, siempre esperando sacar algo más de ella. Hay pan duro. Se lo arrojo y lo hace desaparecer con un ruido de piedras trituradas. A la mañana siguiente otra vez allí, mirando, esperando. El nuevo alimento lo amansa; incluso se deja acariciar. Tiene el pelo rasposo. Llega hasta probar hacerme fiestas, pero no sabe cómo ponerse a ello. Por fin se le ocurre una idea. Vuelve poco después trayendo un zapato viejo, un pedazo de escoba y una bota que deja delante de mi puerta. Son sus regalos.
Ennio