Otra mujer consideraba imprescindible casarse con un hombre creyente. En un grupo de oración conoció a un hombre que era muy devoto. Se hicieron amigos; sin embargo, cuanto más lo conocía, más sentía que no tenía solo un lado devoto, sino que detrás de la fachada de devoción albergaba rasgos de inmadurez, egocentrismo y narcisismo. Ahora bien, creía que la fe lo cambiaría todo, así que dejó de lado sus dudas. Pero en algún momento se tuvo que decir: «No puedo vivir con este hombre. La devoción por sí sola no es suficiente. Sí, la devoción de mi marido solo oculta una personalidad narcisista. Se esconde detrás de su devoción, de manera que realmente no puedo tomar en serio al hombre que hay detrás». Así supo que no era posible tener una relación con dicho hombre. Esto la llevó a tomar sus dudas mucho más en serio. Con frecuencia, la duda es una información importante sobre la persona de la que dudo. Debo tomar en serio las dudas, sin entregarme a ellas. Debo hablar con las dudas para encontrar claridad.
Y también durante la relación pueden aparecer las dudas en uno de los dos: ¿es realmente fiel? ¿Estamos hechos el uno para el otro? Estas dudas que surgen durante la relación se deben tomar en serio. Entonces, también tengo que analizar mis dudas y preguntarme si la duda surge solo de mis ansias de perfección, o si indica algo quebradizo en la relación. En ese caso sigo teniendo la libertad de cómo reacciono ante dicha duda, si rebajo mis elevadas expectativas, o si le explico mis dudas al otro para hablar con él sobre lo que me parece que no va bien y lo que me plantea dudas. En este caso, una conversación sincera puede conducir a una confianza renovada y a una calidad nueva en la relación.
Con frecuencia, las dudas no se basan en el comportamiento del otro. Se trata sencillamente de dudas existenciales que son solo mías y que aparecen sobre todo en mí. En ese caso, sería conveniente tomarse en serio las dudas y pedir la bendición de Dios para nuestra relación. A veces, las dudas sobre la relación son realmente dudas sobre mi vida en general. No sé si lo que estoy viviendo es lo correcto. No estoy seguro. Esta inseguridad nos pertenece. La tenemos que afrontar y decirnos: «Nunca tendremos la certeza absoluta. Confío en que Dios bendiga mi vida y mi relación». Así, las dudas son siempre una invitación a confiar en Dios y, de esta manera, también en la relación.
Las dudas en las relaciones tienen también otra función. Un proverbio español dice: «No acuses si tienes dudas». A veces acusamos a nuestra pareja de que no ha sido fiel, o de que ha hecho esto o aquello, o que no lo ha hecho. En ese caso es de ayuda el refrán español. Mientras no estemos seguros, mientras dudemos de lo que sabemos, no deberíamos acusar o responsabilizar a nuestra pareja. La duda nos tiene que contener e invitar a investigar más a fondo si nuestra duda se ajusta verdaderamente a la realidad. Debemos tener cuidado con nuestras suposiciones.
Existen matrimonios que no dudan en absoluto de su pareja, pero que, a pesar de ello, acaban decepcionados. Una mujer me explicó: «Siempre he confiado en mi marido. Estaba segura de que me era fiel. No lo dudé nunca. Y de repente tuve que reconocer que tenía una amiga con la que había iniciado una relación sexual». Está bien que en una pareja las dos partes confíen incondicionalmente el uno en el otro. No sería bueno para ninguno de los dos poner continuamente en duda la fidelidad del otro. Pero también es cierto que no nos deberíamos sentir demasiado seguros en una relación. Una pequeña duda me podría impulsar a prestarle más atención a mi pareja. Una pequeña duda puede mantener la chispa en una pareja.
Siéntate en silencio e imagínate a tu compañero, a tu compañera, a tu amigo, a tu amiga. ¿Confías totalmente en él/ella? ¿Puedes confiar en cualquier caso? ¿En qué momento aparecen las dudas? Analiza esta duda con mayor detenimiento, habla con las dudas. No las reprimas. Déjalas aparecer. Pero intenta profundizar en la duda. ¿Son solo las dudas existenciales, las que proceden de nosotros mismos y tenemos sobre todos los demás porque nunca tenemos la certeza absoluta sobre nosotros y sobre los demás? ¿O se trata de dudas muy personales sobre tu pareja? En ese caso imagínate que sí, que tienes esas dudas. Pero ¿qué experiencias de fidelidad, de fiabilidad, de claridad, de amor has tenido con él/ella? Habla con tu pareja de tus dudas y sobre la confianza que le tienes. Si habláis abiertamente sobre las dudas mutuas y sobre el ansia de confiar el uno en el otro, entonces se pueden resolver las dudas y puedes lograr una nueva certeza en la relación.
Al final de todas las conversaciones con tu pareja y al final de tus reflexiones y de todas las sensaciones que surgen en ti, te tendrás que decidir. ¿Puedo tomar partido en cuerpo y alma por mi compañero, mi compañera? Si tomas una decisión clara, será de ayuda para superar las dudas y para reforzar la confianza en el otro. La decisión te libera de las cavilaciones constantes sobre tus dudas. Te has enfrentado a las dudas y no las has dejado de lado, pero ahora te decides por tu pareja y dejas atrás las dudas. Cuando se analizan a fondo las dudas y se habla con la pareja, entonces se pueden obviar las dudas si vuelven a aparecer. Después de la decisión, no podemos evitar que las dudas vuelvan a aparecer. Entonces tenemos que decir: «Basta. He tomado una decisión. Me niego a que las dudas debiliten constantemente mi decisión a favor de mi pareja».
3. Dudar de la capacidad de los empleados
En los seminarios de dirección oigo con frecuencia: «Dudo de que mi empleado consiga completar la tarea. Ha empezado bien con el trabajo, pero ahora resulta que es demasiado lento, que olvida demasiadas cosas. Está inseguro y pregunta por cualquier minucia, aunque ha realizado con frecuencia la misma tarea. Dudo de si debo seguir apoyándolo y formándolo. ¿Puede dar más de sí? ¿O sería mejor separarme de él?». La duda muestra que siempre existen dos posibilidades: formar al otro para que pueda desarrollar las habilidades que necesita para su trabajo, o llegar a la conclusión de que el trabajo lo supera y que es necesario dejarlo de lado o darle otro trabajo en la empresa. En este caso, la duda vuelve sobre mí. Yo dudo de cuál de las alternativas es la mejor; y en algún momento me tengo que decidir. Ahora bien, mientras la duda sea demasiado fuerte, no debo tomar ninguna decisión, sino esperar hasta que lo tenga más claro.
Otra duda afecta más al empleado. Le he confiado una tarea de dirección porque hasta el momento siempre ha trabajado bien en la empresa. Pero ahora tengo dudas sobre si está realmente capacitado para realizar esta tarea de dirección. Sé que con frecuencia reacciona de manera agresiva. He recibido quejas de sus subordinados, que se me han quejado de que su jefe de departamento nunca toma decisiones, que se aparta de los conflictos. Cuando le encargué la tarea de dirección confiaba en él: «Lo hará bien». Ahora tengo dudas de si tiene realmente las habilidades necesarias para dirigir. Hablando con el jefe que tiene dudas sobre las capacidades de dirección de su empleado, le dije que no podía obviar esta duda. La primera obligación es hablar con el interesado. No le diría de entrada que dudo de su capacidad de dirección. Le preguntaría: ¿cómo se siente con su tarea de dirección? ¿Cómo le va con el trabajo? Quizá sea él mismo quien le explique sus dificultades y limitaciones. Entonces puedo analizar con él qué le podría ayudar, cuál es la ayuda que necesita. Quizá debería asistir a un seminario de dirección. Quizá tendría que comunicarse mejor con sus subordinados. Pero si opina que todo va de maravilla, entonces le tendría que señalar los defectos que he detectado, o referirle las experiencias que le han explicado sus subordinados. Este sería el primer paso para apoyar y formar al empleado. Solo si todos los intentos por apoyarle no tuvieran un efecto positivo, entonces habría que considerar si no sería mejor que dicha persona se encargase de otra tarea.
La duda sobre los empleados nos obliga a ocuparnos con mayor intensidad de ese empleado concreto y hablar con él sobre su situación. El primer paso tiene que ser siempre el de formarlo y apoyarlo para que pueda crecer. Solo si crecen las dudas y me doy cuenta de que el empleado no desarrolla ninguna capacidad, que está estancado, entonces habrá que pensar en otras medidas: o encargarle de otras tareas, o despedirlo. Pero este despido no debe herir al otro. Solo puedo despedir a un empleado si le transmito la esperanza de que puede encontrar su camino en otro sitio, donde pueda aplicar mejor las capacidades que posee.
Me encuentro una y otra vez con empresarios que prefieren obviar las dudas sobre sus empleados. Prefieren cerrar los ojos antes que afrontar el problema. Pero también existe otro tipo de jefes que, por sistema, dudan de todos los empleados. Estos jefes se tendrían que preguntar si no sienten una desconfianza