Nietzsche
El primer elemento que resalta de su aportación es la voluntad de verdad, presente en todas las épocas humanas; según dicha voluntad, el ser humano, hombre y mujer, aspira —porque lo necesita— a captar con éxito y permanencia cualidades y situaciones que le presenta, desafiante, el mundo en devenir permanente. De la mano con esta temática, aparece aquella otra que podríamos designar como la historicidad de la verdad, ya que este mismo saber que el ser humano consigue en su trato con el mundo, es amenazado con ser dejado atrás, por así decir, por la continua marcha del mundo en devenir. Un elemento más es aquel de la participación activa del sujeto humano en la consecución de la verdad, esto es, no se presenta al ser de la realidad solamente como el guía de la mente hacia su verdad, sino que también la mente humana asume aquí plenamente su papel configurador en la consecución de conocimientos. Otra nota característica de la doctrina de Nietzsche es aquella de la finitud humana, presente en todo momento en el proceso, misma que redimensiona la antigua estatura que asumía el entendimiento del hombre. Crucial es, además, la introducción de la relación entre verdad y arte, como una forma de defender la libertad humana que, sobre la base “real” que le brinda la verdad, construye activamente “su mundo humano”. Igualmente notoria es la importancia que asume la relación de la verdad con el lenguaje y el mundo social, destacando cómo los contenidos verdaderos se anidan en la red tejida por el lenguaje y sirven para la interacción humana. Un asunto final aparece en la convicción de Nietzsche de la inexistencia de otro mundo, el “mundo verdadero”, demostrada ésta por los adjetivos: inalcanzable, inalcanzado, indemostrable, desconocido y refutado.
Heidegger
Según este pensador, Nietzsche es el comienzo del acabamiento de la modernidad, esto es, el inicio de un nuevo modo de ser y de concebirnos como seres humanos. Además, dicho acabamiento tiene como eje central la superación del dualismo de mundos propagado y defendido por el platonismo y su versión popularizante, el cristianismo. Una tercera contribución: lo que está en juego es el dar nuevas respuestas a las profundas preguntas sobre la esencia del conocimiento, la esencia de la verdad y la esencia del hombre. Otra aportación: basándose en Nietzsche,162 se reconoce que la verdad es un valor que la vida establece para su propia conservación y aumento. Un elemento capital es decir que la verdad, presentada como “ilusión”, no implica un descarte de la verdad objetiva, aunque dicha verdad se presente ahora “humanizada”. Igualmente pertinente es la explicación de Heidegger en torno a la complementación —no oposición— entre verdad y arte, en orden a conseguir una adaptación de la vida al flujo del devenir. Asimismo, importa rescatar la complementación de una teoría de la verdad como simple adecuación que Heidegger ve en el concepto nietzscheano de “justicia”: que “pone”, “inventa” y “ordena”. Otra doctrina importante a retomar de Heidegger es la atribución del término “Dios” al mundo suprasensible y su relación con el hombre, así que el “Dios ha muerto” no es llanamente la expresión de un ateísmo vulgar, sino la no realización de dichos ideales. En conexión con esto, comenta que la frase “asumir el dominio de la tierra” no es licencia para todo tipo de arbitrariedad, sino un “madurar para lo ente” en este mundo. Finalmente, destaca la designación de maleantes públicos a los que no creen en Dios porque no pueden buscar a Dios, y no lo buscan porque no piensan.
Rorty
En primer lugar, resalta de él la insistencia pragmática reflejada en la pregunta por el uso de la verdad en los contextos sociales. En continuidad con ello, se establece un criterio pragmático-social para determinar si un debate merece la pena realizarse, de lo contrario merece dejarse atrás con la historia. Un tercer elemento a tener presente es la afirmación de que todo discurso está en contacto con el mundo, sin excepción. También: los cambios propuestos por los diversos pensadores son aceptados por causa de su beneficio social. Por otra parte, las obligaciones no se tienen con Dios ni con otra entidad divina, sino con uno mismo y los demás. Otro asunto es que el progreso epistémico está garantizado por el futuro a las nuevas generaciones, pues contarán con mejores recursos de resolución que nosotros. La sinceridad y la confianza son virtudes propias de las prácticas de justificación, no de una doctrina sobre la verdad. Otro tema es la negación de verdades normativas en tanto verdades con contenidos intrínsecos. En consecuencia, la distinción Realidad-Apariencia debe desaparecer, ya que todas las partes de nuestra cultura están en contacto con la realidad. Además, hay una apuesta ciega al valor del sentido común y de la imaginación para resolver nuestros problemas filosóficos y sociales. Central en su pensamiento es la negación de accesos no-lingüísticos a la realidad. Asimismo, la imaginación es una combinación de novedad y suerte para salir airosos en nuestros proyectos: acrecentada habilidad para hacer cosas. Finalmente, la convicción de que fuera de “nuestro mundo” no hay otro mundo.
VERDAD HUMANA, VERDAD DEL MUNDO. REFLEXIÓN CRÍTICA
Llegados a este punto de la temática, es posible echar a andar algunas reflexiones críticas de cara a la relación actual de la verdad con cada ser humano, y con la sociedad en su conjunto. El objetivo es ver la posibilidad de presentar un concepto más dinámico y adecuado de verdad para el mundo de hoy y, a la vez, a partir del mismo, buscar fundamentos que sostengan nuestra interacción desde una plataforma firme y común a todos.
Mundo cognitivo y mundo en devenir. Lo primero que hay que asentar es que la satisfacción o el éxito que la voluntad humana de verdad consigue, presente en tantos logros humanos en el mundo y la cultura, origina en el ser humano la “creación de un mundo”, el mundo cognitivo, la esfera del saber que, naturalmente, se ubica por su fijación, en oposición con el mundo en devenir. Y no obstante tener este carácter de consolidado, y hasta de incompleto, ello no es indicador directo de su completa inadecuación real ni de un reiterado carácter desechable en lo tocante a sus contenidos. Lo cual nos conduce al siguiente punto.
La historicidad del saber. Ciertamente, el nuestro es un mundo en continuo movimiento, y dicha movilidad hace que el ser humano sienta siempre amenazada de caducidad la vigencia de su saber. Por ello mismo, hay que entender bien el punto de Nietzsche cuando dice que el entendimiento quita de su vista el carácter “falso” de lo real, esto es, el carácter episódico de los conceptos, los juicios y los razonamientos, ya que si en todo momento estuviera pensando en su provisoriedad, respecto del verdadero flujo de lo real, se quedaría catatónico, algo así como aquella célebre suspensión de todo juicio que pretendió Descartes en el capítulo III de su Discurso. Pero esta limitación interna del saber humano tiene que ser redimensionada de cara a un nuevo realismo.
El problema del realismo de nuestro saber. Que su doctrina se refiera a un aspecto del entero proceso de verdad del conocimiento, el propio Nietzsche lo aclara cuando dice que verdad es el nombre de un “proceso”.163 En dicho proceso, no hay, pues, que diluir en el carácter participativo del sujeto, todo el contenido que recaba el proceso; porque así, la verdad termina siendo enteramente una creación humana, y no sólo el proceso, las categorías y esquemas que el hombre pone, sino también todo aquello que concibe sustantivamente como verdadero, se vuelve creación. A fin de cuentas, ese “hervidero de sensaciones” del que Heidegger habla citando a Kant,164 ha sido provocado en la sensibilidad por “algo distinto” a ella misma. De hecho, Nietzsche muestra su conformidad con esta doctrina clásica al aducir, como prueba del realismo, el éxito pragmático del proceso cognitivo: “la apariencia (Scheinbarkeit) es un mundo arreglado y simplificado en el que han trabajado