–Les haré saber que necesitamos ayuda médica y enviarán a un helicóptero para evacuaros. Tendrán que hacerte una radiografía de la cabeza para ver si tienes una hemorragia interna.
–¡Eh!, ya he sangrado bastante por fuera. No estoy sangrando por dentro.
–Eso no lo sabremos hasta que no lo vean.
Dev logró sonreír a su hijo, que estaba en la puerta, muy pálido y con Lucy aún a su lado.
–No la escuches, Dominic. Si me hubiera hecho daño de verdad, el dolor de cabeza iría a más, no a menos. Puede que parezca que estoy en muy mal estado, pero tu padre vivirá.
Dominic se limitó a mirarlo como si no le importara.
–Iré a llamar –dijo Maggie–. Volveré y te ayudaré a meterte en la cama dentro de un momento. Luego te curaré un poco ese corte. Pero si no llamo ahora, van a mandar aviones de rescate desde tierra firme, cuando lo que yo quiero es un helicóptero.
–No es necesario que me metas en la cama, ni quiero un helicóptero. Diles que el avión se ha estrellado pero que estamos bien.
–Pero quiero que te hagan una radiografía de la cabeza…
–Yo no –respondió él firmemente–. Y es mi cabeza.
–Yo te la he salvado –respondió Maggie con actitud beligerante–. Si no fuera por mí, ahora sería una cabeza asada.
–¿Y eso te da derechos de imagen sobre ella?
–Sí.
Maggie levantó la barbilla y, a pesar del dolor que sentía, él logró sonreír.
–Entonces deberías haberme hecho firmar un contrato antes de salvarme. Sinceramente, no es necesario todo este lío. Sé el mal aspecto que debo de tener, pero es sólo sangre. Tengo toda la intención de vivir y no quiero molestar al Servicio Aéreo de Rescate. Así que, si tienes una bolsa de hielo, una aspirina y esparadrapo, te estaré eternamente agradecido. Y, si puedes cuidar de Dominic mientras yo me repongo, también te lo agradeceré.
Sus miradas se encontraron y fue como un cruce de espadas. Maggie parpadeó. Ella tenía una personalidad muy fuerte, pero la de ese hombre lo era más. Estaba acostumbrado a mandar, pensó. A salirse con la suya.
Bueno, era su cabeza, se dijo a sí misma. Si quería morir…
–Si muero en las próximas veinticuatro horas –dijo él como leyéndole el pensamiento–, tengo un seguro lo suficientemente importante como para que Dominic se pueda comprar otro ordenador. Eso es lo único que importa, y no me echará de menos. Pero sinceramente, no tengo ninguna intención de morirme. Sólo dame la bolsa de hielo y lo demás, y déjame descansar.
Maggie lo miró aún preocupada.
–Vamos, Maggie. Soy un hombre adulto. Dame una aspirina y déjame dormir. Tú cuida de Dominic. Él te necesita y yo no.
Capítulo 2
CUANDO Dev se despertó ya había oscurecido. Por un momento no tuvo ni idea de dónde estaba, pero enseguida recordó los sucesos del día.
La oscuridad sólo quedaba rota por una vela colocada en el quicio de la ventana. Y su luz iluminaba a una chica.
Maggie.
De alguna manera, ese nombre calmó el dolor que sentía en la cabeza y en la pierna. Aquella era Maggie, la chica que le había salvado la vida.
No se parecía a ninguna otra mujer que hubiera conocido anteriormente. Esa tarde, con los vaqueros y un jersey grande, le había parecido más un chico, con muchas pecas, una nariz muy respingona y unos brillantes ojos verdes. Le había parecido que debía de tener unos quince años.
Pero esa noche… No parecía tener quince años. Parecía madura, serena y encantadora.
¿Encantadora? Sí, podía decir que sí. Pero lo era de una manera a la que él no estaba acostumbrado. Las mujeres con las que solía salir eran habitualmente hermosas, sofisticadas, y vestían muy bien. Esa noche Maggie llevaba una falda con vuelo que le llegaba a los tobillos, una blusa color crema y un chal tejido a mano, al parecer. Los rizos le caían sobre los hombros como una suave nube. Parecía como salida de un camafeo antiguo.
–Mirar fijamente es de mala educación –dijo ella entonces.
–Creí que había muerto y que había vuelto atrás en el tiempo uno o dos siglos –dijo él sonriendo.
Ella se levantó y se acercó a la cama, así que Dev añadió:
–Parece como si te hubieran sacado directamente de Jane Eyre.
Sorprendentemente, ella no se ruborizó.
–¿Te gusta mi falda? –le preguntó girando sobre sí misma–. Me la hice yo misma y estoy muy orgullosa de ello. Tardé mucho.
–Es preciosa.
Maggie sonrió.
–Sí, bueno, tal vez no lo sea. Es preciosa a la luz de las velas, pero está llena de fallos. Pero para ser un primer intento, no está tan mal y sólo me la pongo por las noches. Aquí no hay mucha compañía, así que no me la critican mucho. ¿Cómo te encuentras?
Dev se lo pensó un momento antes de responder.
–Fatal.
–¿Te duele la cabeza?
–No te preocupes por ella. Ya te dije que no me voy a morir en tu casa.
Luego, al ver la cara de preocupación de Maggie, añadió:
–Bueno, puede que no esté muy bien, pero ha mejorado.
–Me alegra oírlo –dijo Maggie sonriendo–. Puede que sea una buena enfermera, pero soy una pésima enterradora. La tierra por aquí es dura como la piedra. Me costó mucho hacer un hoyo cuando una de mis cabras murió, ¡y tú eres el doble de grande!
–¿Sí?
La idea de esa chica cavando tumbas en su rocosa isla era demasiado. Dev parpadeó e hizo un esfuerzo para volver a la realidad.
–¿Y Dominic? –preguntó ansiosamente–. ¿Cómo está? No parecía estar herido.
–Y no lo está. Sólo afectado. Ha cenado algo y ahora está dormido, con Lucy a su lado. Ha llorado un poco por su ordenador, pero Lucy es una buena medicina. Por esta noche he dejado a un lado los principios de enfermera, que dicen que no se deben compartir las almohadas con los perros.
–¿De verdad eres enfermera?
Maggie sonrió.
–¿Y por qué no lo iba a ser?
–Bueno, para empezar, porque no veo por aquí ningún hospital.
–Estudié en Melbourne. Y luego trabajé en obstetricia, pediatría, urgencias y psicología. En lo que fuera.
–Entonces, ¿por qué estás aquí?
–Este es mi hogar –dijo ella sencillamente–. Pero estudié para enfermera, y de eso voy a ejercer un poco ahora. Tengo que darte unos puntos en esa herida de la cabeza.
–Estás de broma…
–No te dolerá.
–Siempre dicen eso.
–¿Te refieres a los médicos?
–No, a la enfermera de mi colegio. Lo decía siempre que nos ponía inyecciones. Acabas de usar su mismo tono de voz.
–Nos lo enseñan en la facultad. Ahora vamos, deja que te cosa o llamaré a la caballería.
–¿A las cabras?
–No, a un helicóptero