Subacuática. Melina Pogorelsky. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Melina Pogorelsky
Издательство: Bookwire
Серия: Avalancha
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9789878670584
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      Lo amo cuando duerme. Es cuando más lo quiero.

      A veces se me pasa el día tratando de dormirlo.

      Hay mamás que no. Que los quieren despiertos, jugando en la plaza, comiendo galletitas y arena con chicos que no conocen. Prestale la palita, no pasa nada. No importa que vos estés jugando con tu palita y ni conozcas a ese nene que ahora te impone que se la des. Prestale la palita sin escándalo, que si no todos van a pensar que mami no te enseña a compartir.

      Tobi no comparte.

      A veces ni siquiera distingue la galletita de la arena.

      Ey, qué espléndida te ves entrando al vagón con tu vestido de leopardo. Te marca muy bien la panza, tranquila, ya entendí, te doy el asiento. Vení, sentate, con tu panza espléndida y tu vestido animal print espléndido. No hace falta que te toques la cintura, ya está, entendimos. Sentate. Despatarrate espléndida en todo el asiento, no hace falta que nadie grite “por favor, la chica está embarazada”, ya me paré yo. Acá me quedo, insertada entre este señor de maletín y la señora con exceso de perfume.

      Yo tuve una panza espléndida y me daban el asiento.

      Cuando lo vi por primera vez, pensé que no lo merecía.

      No entendía qué había hecho bien para ganarme algo tan hermoso.

      Mi niño. Pequeño rey. Ven. Vamos a nadar. Sumémonos a la marea de pequeños reyes y padres bufones. ¡Te zambulliré! ¡Te lanzaré! Pasarás por el aro, pequeño rey. ¡Diviértete! ¡Sonríe! Oh, has tragado agua, mi niño. No importa. Tose y sonríe. ¡Abajo! No llores. Disfruta. Solo restan 45 minutos.

      Todos los sábados a la mañana me prometo ordenar los armarios y todos los domingos a la noche me deprimo por no haberlo hecho.

      Antes de conocer a Ramón esperaba los fines de semana como el burro a la zanahoria.

      Ahora me va subiendo un escozor por la nuca cuando es viernes y anochece.

      La idea de pasar dos días enteros los tres juntos me aplasta.

      Este sábado a la tarde voy a reorganizar los cajones.

      No reconozco a las mamás afuera de la pileta.

      Me es imposible identificarlas sin gorro y antiparras, vestidas de gente real.

      Por eso me sobresalto cuando una desconocida le ofrece un turrón a Tobi en la vereda del club.

      ―Tranquila. Soy de matro ―me dice―. Gorra azul y traje de baño turquesa, mamá de Amanda.

      Tobi muerde el turrón sin sacarle el papel. Debería ayudarlo, pero estoy colgada pensando por qué dice traje de baño y no malla.

      Gorra azul me da un beso y se va.

      Seguro en la mochila lleva los trajes de baño mojados en una bolsita Ziploc.

      Mi malla y la de Tobi están envueltas en un toallón empapado que al llegar a casa me voy a olvidar de sacar.

      Van a apestar mañana.

      Si dijera “traje de baño” esas cosas no me pasarían.

      ―Creo que quiere algo ―dice, y me pone a Tobi a upa―. Me voy a duchar.

      Tobi llora y me muerde el antebrazo.

      Hay olor a pis de gato.

      Nadie va a cambiar las piedras.

      Ayer corrimos por el parque persiguiendo un colibrí.

      Tobi parecía volar.

      Ramón no se movió. “Pensé que era un murciélago”, dijo cuando le mostramos las fotos en el celular.

      Me olvidé la toalla.

      Oh, qué sorpresa. Gorra azul tiene una de más.

      Pondrán un vestuario mixto para los niños más pequeños,cuenta.

      Vaya, qué interesante.

      Gorra azul tiene toda la data. Y un toallón de Cars.

      Tire/empuje

      grasa/manteca

      izquierda/derecha

      Ben Affleck/Ben Stiller

      casada/separada

      Nunca sé de una cuál es cuál.

      Viajamos en subte. Ramón y Tobi van en el asiento de enfrente. Rozo mi pierna con la del chico de al lado. No debe tener mucho más de veinte. Él no la corre. Se abre unos centímetros y siento su presión. Nuestros codos también se tocan y tengo miedo de que note que me cambió la respiración. Quizás quiero que se dé cuenta. Muevo levemente el muslo y aprieto la concha. Cerca de Dorrego se para y espera junto a la puerta. Desde acá le llego a ver los pelos erizados bajo la nuca. Me duele la pelvis, imantada a esa nuca.

      Tobi me mira y grita “mamá”.

      Podría responderle como al de Greenpeace que me paró en la entrada. Decir “estoy apurada” y bajar del vagón sin mirarlo. Caminar por Dorrego, buscar a ese chico y pegarme a él. Cogérmelo en plena vereda.

      Ni llego a terminar de pensarlo y ya tengo a Tobi a upa, apretándome el pubis.

      Soñé con un test. Uno de revista.

      ¡Descubre qué tan horrible madre eres!

      Sacaba el resultado del medio, pero mentía en casi todas las respuestas.

      Traer a una amiga. Una niñera. Una mucama.

      Dejarlos solos.

      Servírsela en bandeja.

      Hago a diario planes para que Ramón me cague.

      Cenamos en silencio masticando un diagnóstico. Ramón se atraganta. Tobi revolea la cuchara. Vamos, Tobi. Huyamos ahora. Busca tu pijama de Patrulla de mascotas y tus zapatillas de Cars. Vámonos ya. Empecemos de cero en un lugar lejano. ¿O pedimos helado?

      Cuando estaba embarazada de unas diez semanas descubrí unas gotitas de sangre en el papel higiénico. El miedo se me instaló en una zona que ni conocía. Se escondió para siempre entre la garganta y la clavícula.

      Lo llevo ahí, una alarma lista para activarse sin aviso. Un paisaje glaciar al que ni puedo mirar porque me quedo ciega.

      Miedo a perderlo.

      A perderme.

      A perdérmelo.

      A veces lo abrazo y rezo un conjuro secreto. Uno que inventé para atacar al vértigo.

      Tobi dice que lo aprieto.

      La malla enteriza me hace culona. Pero en esta pileta las mamis no usan bikini.

      Somos un ballet de mallas deportivas. Cantamos en ronda y nos salpicamos con nuestras crías a upa. Canguros con enterizas y gorros de colores.

      ―¿A qué jardín va Tobi? ―me pregunta gorra