En ese minuto nos quedamos perplejos. Lelos. Gélidos. Brígidos. Para nosotros la clase de Artes Visuales era dibujar en perspectiva y hacer monos de plasticina (y la guerra con bolas de papel). Y esto de tener que “mirarnos el interior” para hacer una prueba, y además con una sola pregunta y sin punto base, estaba fuera de lo que podríamos imaginarnos.
Somos niños, por favor.
Entonces, cuando todo el curso estaba mirando el techo en busca de inspiración (en vez de mirarnos el interior como dijo la profe, porque ahí estaba el estómago, creo), ella anotó algo en la pizarra.
—¿Es materia, profesora? —preguntó Sepúlveda.
—No, Sepúlveda, es mi nombre: soy Coddou, miss Coddou.
Le faltó decir “con licencia para matar”. Uf.
●5
AHORA SOY ADULTO
UNO COMO NIÑO TIENE sus rutinas. Esto es culpa de los papás que nos han educado así. En serio. A mí, por ejemplo, me cuesta dormir si no me he lavado los dientes.
…
Broma.
Mentira, cayeron. Me duermo igual, pero despierto con un tufo espantoso y con los dientes peludos.
Pero sigamos. Ese día (que podemos llamar “el día Leoncio-Coddou”) mis rutinas se vieron muy cambiadas. Y cuando llegué a la casa, más aún.
Yo pensaba que mi papá iba a estar muy triste y la verdad es que estaba más raro que triste. Cuando entré a la casa él estaba sentado en el living haciendo “cof, cof”. Es esa tos que le sale cuando se pone nervioso. Mi mamá, que estaba sentada al lado, tenía más pinta de luto que él. Por lo silenciosa, digo. Pero ni tanto.
Me pidieron que me sentara.
Insólito.
La única vez que me habían pedido sentarme en el living fue para hablarme de cómo las abejas hacían el amor (aunque ellos insistían en usar la palabra “reproducirse”). Ahora el tema era otro.
—Julio —dijo mi mamá (que cuando no me dice Julito es como para preocuparse)—, esta mañana falleció un tío abuelo de tu padre, el tío Leoncio.
“Cof” hizo mi papá.
—Tenía 101 años y ningún hijo. Somos sus únicos parientes.
“Cof, cof”, fue el nuevo aporte de mi papá.
—Mañana es el entierro en el sur y con tu papá (“cof”) tenemos que ir. Beltrán y tú se quedarán con la Clementina. Tú la conoces y, como te he contado, ella me cuidaba cuando yo era niña…
—Julio, no te rías —eso se lo dijo a mi papá, que hacía “jof, jof, jof”—. Ya sé que está un poco mayor.
¿Perdón, mamá? (esto lo pensé yo, para que no se confundan). ¡¿Un poco?! ¡Es prejurásica!
—Por lo mismo, te pido que la ayudes y que te preocupes de tu hermanito. La Clementina va a necesitar de tu colaboración porque justo mañana llega una amiga mía que vive en Europa. Se llama Karla, con K, y fue mi mejor compañera en el colegio. Es artista y viene a Chile porque tiene una exposición y, como no tenía donde alojarse, la invité. Y por lo de tu tío Leoncio, justo no voy a estar cuando llegue. Necesito que te comportes, porque vas a ser el adulto de la familia en esta casa.
Adulto. Hum. Mientras me pasaba todo tipo de películas (yo con pantuflas, una bata y una pipa frente a una chimenea, como un verdadero adulto del cine), mi papá no emitía palabra. Se había quedado en silencio mientras mi mamá seguía explicándome detalles de la casa (como dónde estaba la plata para emergencias y cuál es el código de la alarma), cuando de repente dijo algo mágico:
—Y por eso no vas a ir a clases. Yo te mando con un justificativo pasado mañana.
Un feriado. ¡Bien!
Y todo gracias al día “Leoncio-Coddou-Clementina-Karla con K”. Que iba a terminar siendo K de caca.
●6
EXIJO UNA EXPLICACIÓN
LA NOCHE DEL DÍA “etc., etc., etc.” (ya me aburrí de repetirlo: “Leoncio-Coddou-Clementina-Karla con K”), me dormí mientras mis papás hacían sus maletas y la Clementina (o Jurasina, ¡qué chiste más malo!) llegaba a ocupar sus puestos.
Ella venía a ayudar algunos domingos, porque mi mamá decía que ella estaba aburrida de trabajar toda la semana y porque tenía derecho a un día de descanso. El problema es que la Clementina parecía película en cámara lenta y se demoraba como media hora en hacer una cama. Pero como había criado a mi mamá, a ella no se le ocurría otra persona para que la ayudara. Y si hubiera traído a otra ayudante, se habría sentido podrida de mala, creo. Es que la Clementina es algo así como una “especie protegida”. Y en vías de extinción.
El asunto es que, lenta como es (y arrugada como si se hubiera bañado dos horas en la piscina), la Clementina me caía bien. No sé por qué. A lo mejor porque era buena para reírse, aunque a veces se reía sola y se me paraban los pelos. Lo que sí tenía claro era que si mis papás apenas alcanzaban a atajar al Beltrán, ella ni soñarlo. Era yo o nadie.
Por eso, pensé, me iba a tocar harto trabajo.
Ya era tarde y estaba calculando todas estas cosas cuando me quedé dormido. Y cuando desperté todavía estaba oscuro.
Fue por un ruido insistente. Alguien tocaba el timbre.
Mis papás ya se habían ido, súper temprano, y la Clementina roncaba en la pieza del Beltrán. En el velador tenía un vaso lleno de agua con una dentadura postiza (los dientes no eran filudos, por si acaso, pero eso no los hacía menos asquerosos). Entonces fui a la puerta y, como tenía la obligación de ser adulto, vi por el hoyito quién era antes de abrir. Si hubiera sido un niño en vez de un adulto, de más que llego y abro sin preguntar.
Era una señora que se veía con las patitas chicas y el pelo muy crespo y que cuando se acercaba al hoyito, la nariz se le veía gigante. Como el hoyito, con ese lente que lo deforma todo, no me ayudaba mucho, puse mi mejor voz ronca:
—¿Quién es?
—¿Julio? —dijo la señora narigona—. Soy Karla. Karla con K. Acabo de llegar.
Cero dudas, pensé. No creo que haya muchas Karlas con K, así es que abrí la puerta y ni les digo la cara con que me miró.
—¿Julito? Tú debes ser Julito porque eres el vivo retrato de tu mamá.
Entonces, me apretujó, me levantó y me baboseó entero con un beso (¡aj!).
—Con esa voz tan ronca pensé que eras tu papá. ¿Y tus papás dónde están?
Yo, sin darme cuenta, seguí hablando con la voz media ronca (no sé, me dio plancha que escuchara mi hermoso y angelical tono de voz infantil y, además, era el adulto de la casa) y le comencé a explicar que mis papás se habían ido recién, cuando de repente, en bata y pantuflas, apareció la Clementina. Llevó a Karla a la cocina a tomar desayuno y a contarle en cámara lenta lo que había pasado. Lo del tío Leoncio y todo eso. Yo aproveché de ir a dormir un poco más. Hasta que saliera el sol, por lo menos, una hora decente para un niño.
●7
UN