Molly se dio cuenta de que Aaron estaba mirando hacia su mesa.
—¿Estás segura de que no te gusta? Creo que te está mirando.
—No, gracias.
—Pues viene hacia acá.
Aaron sacó una silla y se sentó, envolviéndolas en un olor a colonia con notas de madera.
—Hola, señoritas. ¿Qué tal están?
Ellas respondieron en un coro de «hola» y «muy bien», mientras Aaron asentía como si fuera responsable de que lo pasaran bien. De cerca era incluso más guapo. Tenía los ojos azules, los pómulos altos y la nariz fina. Sus labios eran casi femeninos, carnosos y suaves.
Molly se lo imaginó con un vestido de volantes y sonrió.
Aaron le devolvió la sonrisa.
—Creo que no nos han presentado.
—Me llamo Molly.
—Hola, Molly —dijo él—. Yo soy Aaron.
—Hola, Aaron —respondió ella, con una voz susurrante de niña que hizo que Lori le diera una patada por debajo de la mesa. Molly tuvo que contener la risa.
Aaron no se dio cuenta. Estaba demasiado ocupado seduciéndola con la mirada.
Bah. Aquel chico no tenía nada que hacer comparado con la mirada de policía dominante que Ben le lanzaba siempre. Aaron era un peso pluma, y ni siquiera lo sabía.
—¿Estás de visita en el pueblo, o eres amiga de Lori? —preguntó él.
—Soy muy amiga de Lori —dijo ella, enfatizando las palabras, y Lori volvió a darle una patada.
—Oh —murmuró él. Se desanimó un poco, pero después las miró unas cuantas veces a las dos y la sonrisa volvió a sus labios, más resplandeciente que antes—. Cualquier amiga de Lori es amiga mía. Sigamos con esta fiesta, ¿eh? ¿Puedo invitaros a otra ronda?
Lori resopló.
—Estas bebidas son un poco caras para ti, Aaron.
Él asintió sin amedrentarse.
—¿Qué os parece una jarra de cerveza, entonces? ¡Ay!
Aaron miró a Juan, que acababa de acercarse y se había chocado con él por la espalda.
—Ten cuidado —le dijo.
Juan lo fulminó con la mirada. Parecía un hombre muy amenazante para llevar una bandeja con tres copas de color rosa.
Aaron observó con consternación mientras Juan ponía las bebidas en la mesa.
—Oh, por el amor de Dios —dijo Lori—. No te preocupes, Aaron, ya las hemos pagado.
—Gracias, Juan —dijo Helen suavemente.
—Es un placer —susurró él, sin moverse del sitio.
Molly se dio cuenta de que tenía una buena vista del escote de Helen desde allí, y de que le brillaban los ojos.
Aaron le dio un codazo. Juan se lo devolvió. Antes de que las cosas pudieran ir a peor, alguien pidió cerveza a gritos desde la barra, y Juan se alejó después de lanzarle a Aaron una última mirada fulminante.
—¡Eh, trae una jarra aquí también! —le dijo Aaron—. ¡Estas chicas tienen sed! Después, sonrió y preguntó—: Bueno, Molly… ¿Y has estado alguna vez con un hombre?
Capítulo 8
Moderadora de páginas de cibersexo.
No era prostituta ni era telefonista de una línea erótica. Ben lo sabía porque la había visto a través de las ventanas cuando había subido por el sendero a inspeccionar la mina. Ella estaba acurrucada en la cama, con un ordenador portátil en las rodillas y unas gafitas apoyadas en la nariz. Y cuando hacía el camino de bajada, ella estaba en el mismo sitio, tecleando afanosamente. ¿Haciendo qué?
Estaba decidido a averiguarlo.
Cuando cruzó la calle, con los ojos fijos en la puerta de The Bar, su cerebro estaba intentando explicarle a su cuerpo, con todo lujo de detalles, que no iba a encontrar las respuestas que quería bajo su minifalda escocesa.
Ni tampoco dentro de su sujetador rojo.
«Pero la voy a debilitar», respondió su cuerpo. «Voy a trabajar con ella hasta que… hasta que ella se rinda y confiese».
—Exacto —dijo Ben, que se puso del lado de su cuerpo y le indicó a su cerebro que dejara de molestar.
Abrió la puerta y paseó la vista por el local en busca de Molly. Y la encontró. Estaba sentada junto a aquel gigoló de Aaron.
—¿No puede arrestar a ese tipo, o algo así? —le preguntó Juan desde la barra.
Ben se dio cuenta de que estaban pensando en el mismo tipo.
—¿Tienes alguna información que pudiera serme útil?
—No. Por desgracia.
—Bueno, veré lo que puedo hacer.
Entonces, tomó la cerveza que le ofrecía Juan y fue rápidamente hacia la mesa.
Sintió cierta satisfacción, que mitigó algunos de sus celos, al ver que Molly lo veía acercarse con expresión de deleite. Sin embargo, no estaba de más librarse de aquel gusano.
—¡Aaron! —le gritó Ben desde detrás de su cabeza. El hombre dio un respingo y se derramó la cerveza en el regazo.
—¡Mierda! —exclamó Aaron, y comenzó a secarse los pantalones.
—Eh, hay una chica de dieciocho años ahí fuera que quiere que alguien la invite a una cerveza.
—¿Es Jasmine?
Él se inclinó hasta que captó la mirada de Aaron.
—¿Cómo?
—¡Jefe! ¡Mierda! Yo… eh… Solo era una broma.
Ben puso cara de furia y rodeó la silla de Aaron hasta que estuvo frente a él.
—Si te pillo en alguna situación en la que esté involucrado alguien menor de edad junto al sexo o al alcohol, te ahogaré en ese río que adoras tanto, ¿entendido?
—Sí, señor.
—Y ahora, levántate de mi silla.
—Sí, señor —repitió Aaron, y se fue tan rápidamente que se echó el resto de la cerveza en los pantalones.
Ben se dejó caer en la silla y miró con severidad a las mujeres.
—Señoras. ¿Es que alguna de ustedes tiene debilidad por los chicos guapos?
—¡Yo! —respondió Molly—. ¡Me gustan los chicos suaves y perfumados como si fueran la chica de un harén!
Lori puso los ojos en blanco.
—Entonces estás de suerte. Aaron huele bien y me apuesto lo que quieras a que se depila los…
—Ya basta —le dijo Ben, alzando una mano—. Ya he tenido suficientes imágenes horripilantes por hoy. Esa me llevaría al límite.
Molly hizo un mohín.
—Espero que no hables de mí.
—¿Ummm?
—Por lo de las imágenes horripilantes.
—¿Eh? ¡Ah! —exclamó él. Al ver la risa en los ojos brillantes de Molly, sonrió sin poder evitarlo—. Bueno, ha habido un momento en el que toda mi vida ha pasado ante mis ojos, pero yo no…
—Ya basta —dijo entonces Lori,