—¿Estás intentando medir mi nivel de alcoholemia?
—Por supuesto. Me conoces, Molly. Ya sabes lo mucho que odio los secretos. Sabes que nunca podría confiar en alguien que no fuera sincero.
—Yo estoy siendo sincera —dijo ella. No parecía que estuviera enfadada, solo triste. Seguía acurrucada y somnolienta, sin darse cuenta de que él tenía un nudo en el estómago.
—Debes de hacer algo que te avergüenza, o no lo ocultarías.
—No, no me avergüenza.
En vez de golpearse la cabeza contra el volante, Ben hizo un movimiento calculado, pero placentero de todos modos. Se inclinó hacia ella, acortando la distancia que los separaba en el asiento del coche, y le acarició la sien con la yema del dedo pulgar.
—¿Por qué no me lo dices?
Ella cerró los ojos, y emitió un pequeño sonido, un zumbido, mientras él le pasaba los nudillos por la piel suave. Entonces, le acarició con el pulgar el labio inferior.
—¿Por qué, Molly? —susurró.
Ella abrió los ojos con una mirada de tristeza.
—Hay muchos motivos. Mis padres… Quinn es tan listo, y tiene tanto éxito… Ellos están muy orgullosos de él, como debe ser. Mi hermano es increíble. Sin embargo, yo nunca he sido tan lista como él. Nunca se me dio tan bien el colegio. Ellos entienden que, seguramente, se decepcionarían si supieran qué hago, pero no lo saben con certeza. No pueden estar seguros del todo. Tal vez yo sea espía. Tal vez sea una artista. Sea lo que sea, no pueden medir mis logros contra los de Quinn, porque yo no se lo voy a permitir.
—Por Dios, Moll. Ellos siempre han estado muy orgullosos con las notas y los premios de Quinn, pero a ti te quieren igual.
—Sí, y me gustaría que siguiera siendo así.
—¿Qué significa eso? Dímelo. Te prometo que no le diré nada a Quinn. Dime lo que haces.
Ella se giró y miró por la ventanilla.
—No. Si quieres pensar que soy mala persona, adelante. Mira, sé que dije cosas muy malas sobre Ricky Nowell, y las chicas buenas no hacen esas cosas, pero él fue horrible conmigo aquella noche, y yo…
—¿Ricky Nowell? Yo no… ¿No era tu novio durante el instituto?
—¡Sí, por desgracia! ¡Así que no me juzgues!
—Molly, no sé de qué estás hablando.
—¡Estoy hablando de que no hago nada malo! ¡Si no te gusto, no me importa! Quédate ahí sentado y sé guapo y mírame con desaprobación. Y sé sexy. Y… Yo no tengo que…
Él se inclinó y la besó, y Molly tomó aire bruscamente, y lo contuvo en los pulmones. Ben sonrió contra su boca y aprovechó aquel momento de silencio para explorar la textura de seda de sus labios. Eran tan suaves como él había pensado, cálida y dócil. Sin embargo, no tenía un sabor rosa, sino más bien amarillo.
—¿Por qué sabes a caramelo de limón?
—Oh. He tomado martini con limón.
Entonces, él siguió la dulzura hacia el calor y la humedad. Ella abrió los labios y Ben olvidó todo acerca de los limones. Ella le permitió que la explorara lentamente durante un instante, pero después quiso más, y él también, así que gimió y lo animó a que se hundiera más en su boca.
El deseo se apoderó de él. Era como si siempre hubiera estado esperando aquello, durante incontables fantasías de juventud, cuando sus hormonas habían estado a punto de volverlo loco. Ben la agarró de las caderas y la levantó por encima de los obstáculos que los separaban.
—Oh, Dios mío —exclamó ella, moviéndose contra él para conseguir poner una rodilla a cada lado de sus piernas—. Eso es muy sexy…
Aquel comentario hizo reír a Ben, pero su risa se convirtió en un gruñido cuando, por fin, ella consiguió subirse la falda lo suficiente como para sentarse cómodamente en su regazo. Él posó las manos en sus muslos, porque, ¿qué otra cosa podía hacer? Y la tela negra era como el cachemir, tan suave que pedía caricias.
—Oh, sí, Ben —susurró ella, dándole pequeños besos por la mandíbula—. Tus manos son tan calientes. Tan calientes y tan… grandes.
Dios Santo, ¿le estaba diciendo cosas verdes? Nadie le había hablado así antes, pero estaba muy seguro de que le gustaba. La besó con fuerza y bajó las manos hasta su trasero, y lo tomó en ambas palmas. Encajaba perfectamente. Todo aquel músculo firme y flexible y… además, su boca tenía un sabor celestial.
Y los ruidos que hacía tampoco eran desagradables, precisamente. Le subió más la falda, por las caderas, hasta que consiguió tocar con los dedos la piel desnuda que había por encima de las mallas. Su piel era más suave, incluso, que el cachemir, y estaba ardiendo.
Molly se arqueó hacia atrás, presionándolo con su sexo, y Ben, para facilitar el contacto, la elevó y se deslizó un poco hacia abajo. Cuando ella volvió a balancearse hacia delante, encajó perfectamente sobre el bulto de sus pantalones.
—Ah —suspiraron al unísono.
—Oh, Ben —continuó ella—, esto es realmente bueno…
Demonios, sí, él se sentía realmente bien. Ella comenzó a mecerse hacia delante y hacia atrás, y él soltó sus caderas y metió la mano por debajo de su jersey rosa. Mientras le subía el bajo del jersey, pensó en que más tarde tenía que recordar cómo estaba Molly con aquel sujetador de encaje blanco. Ahora, su prioridad era deshacerse de él, y parecía que ella opinaba lo mismo. Se quitó el abrigo, se agarró el bajo del jersey y se lo sacó por la cabeza. El pelo suelto le cayó por los hombros desnudos.
El delicado sujetador tenía un cierre delantero, así que él solo tuvo que desengancharlo y apartarlo. Ella tenía unos pechos blancos, pequeños y perfectos, y pedían su atención. Él lamió uno de los pezones rosados, dibujando lentamente un círculo a su alrededor.
Ella suspiró, y comenzó a mover las caderas con más rapidez.
—Ben. Sí. Oh, sí. He deseado esto durante tanto tiempo… Desde aquella noche. Te vi, y quise ser ella. Quería estar de rodillas delante de ti, tomándote en mi boca…
Dios Santo. Ben se dio cuenta de que le estaba hundiendo los dedos con demasiada fuerza en la cintura, pero no podía contenerse, como tampoco pudo impedir que su boca fuera demasiado brusca. Pasó los dientes por encima del pezón endurecido de Molly, y ella gimió. Y cuando él le agarró la nuca para mantenerla pegada a sus labios, volvió a gemir de aprobación.
Ben sabía que ella estaba muy cerca del orgasmo, y su fricción también lo estaba llevando a él al borde del éxtasis. Tenía la cabeza llena de ideas contradictorias. Quería llevarla más allá, que tuviera un orgasmo intenso que la hiciera gritar, y también quería levantarla de su regazo, bajarse la cremallera y hundirse en ella profundamente para que llegaran juntos al clímax. Quería llevársela a su casa y hacer aquello bien hecho, en condiciones, en una cama y en privado, durante horas.
Y, Dios Santo, quería que ella siguiera hablándole durante todo el tiempo.
—Ben —jadeó Molly.
—Sí.
—Por favor, yo… Oh, Dios.
Él se trasladó al otro pecho, y lo lamió con más suavidad, porque sabía qué era lo que quería. Y lo consiguió.
Molly comenzó a rogarle.
—Ben, por favor. Por favor. Estoy tan cerca…
Ella metió los dedos entre su pelo, a modo de exigencia y de ruego a la vez. Él se negó a ceder hasta que ella comenzó a sollozar su nombre una y otra vez. Al final, succionó con fuerza, y la tomó cuidadosamente entre los dientes.
Ella