Adoptó un gesto más grave aún y miró a Fernanda sin pestañear.
—¿Te gusta Fidelio? —preguntó.
Ella movió muy lentamente la cabeza, asintiendo no como si aceptara el nombre sino como si lo recordara después de un largo olvido. Y en el espejo su fascinante imagen fue un poco más brillante sin que cambiara la luz, un poco más nítida sin que se afilaran los contornos, un poco más enigmática sin que se ocultara un detalle. Como en todas las cosas de este mundo, pensó Martín al percibir aquel extraño fenómeno, las maneras de ser fiel son infinitas.
En seguida ella se aproximó a la luna impasible y le dio un tenue beso que fue como besarse a sí misma.
—Bienvenido a casa, Fidelio —murmuró, y fue evidente que sólo en parte era un gesto teatral.
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