II. Otro sueño de una paciente distinta. «Está en una amplia habitación, llena de diversos aparatos, que le parece corresponder a la idea que ella se forma de un establecimiento ortopédico. Oye decir que yo no tengo tiempo y que en la sesión de tratamiento participaron hoy otros cinco. No queriendo aceptar esta comunidad, se niega a echarse en la cama -o lo que sea- para ella destinada y permanece en pie en un rincón, esperando que yo diga que no es verdad. Las otras se burlan de ella mientras tanto. Son tonterías suyas. Al mismo tiempo le parece como si estuviera haciendo pequeños cuadrados.» La primera parte de este sueño constituye un enlace del mismo con el tratamiento psicoanalítico y la transferencia sobre mí, siendo su segunda parte la que contiene la alusión a una escena infantil. Ambos fragmentos quedan soldados entre sí por la mención de la cama. El «establecimiento ortopédico» se refiere a palabras mías, en las que comparé el tratamiento, por su duración y naturaleza, con un tratamiento ortopédico. Asimismo le había dicho yo al principio de la cura que por el momento no podía dedicarle mucho tiempo, pero que más adelante le dedicaría una hora diaria. Esta circunstancia despertó en la paciente su antigua susceptibilidad, carácter principalísimo de los niños predestinados a la histeria, los cuales no se consideran nunca satisfechos, por mucho que sea el cariño que se les demuestre. Mi paciente era la menor de seis hermanas (de aquí, con otras cinco), y como tal, la preferida del padre; mas, sin embargo, le parecía que el mismo no le dedicaba aún tiempo y atención suficiente. El esperar que yo diga que no es verdad se deriva de los hechos siguientes: su sastre le había enviado un vestido, y ella había entregado su importe al pequeño aprendiz que fue a llevárselo, preguntado después a su marido si tendría que pagar nuevamente en el caso de que aquel chiquillo perdiese el dinero. El marido, para embromarla, contestó afirmativamente (las burlas del sueño), y ella repitió una y otra vez su pregunta, esperando que acabase por decirle que no era verdad. A esto corresponde, en el contenido latente, la idea de si me tendrá que pagar el doble cuando me dedique doble tiempo, idea de carácter «roñoso» o «sucio» (schmutzig). (La falta de limpieza en la época infantil es sustituida con gran frecuencia en los sueños por la avaricia, siendo el adjetivo schmutzig, con su doble significado de «roñoso» y «sucio», lo que constituye el puente entre ambas representaciones.) Si el fragmento onírico de «esperar que yo diga que no es verdad», etc., constituye una representación indirecta de la palabra schmutzig, concordarán con ello el permanecer en pie en un rincón y el no querer echarse en la cama, a título de elementos de una escena infantil en que la paciente fue castigada a permanecer en pie en un rincón por haber ensuciado la cama, amenazándosela, además, con que papá no la querría ya y sus hermanas se burlarían de ella, etc. Los pequeños cuadrados aluden a una sobrinita suya que le han enseñado la habilidad matemática de inscribir cifras, creo que en nueve cuadrados, de manera que sumadas en cualquier dirección den 15.
III. Un sueño masculino. «Ve a dos muchachos peleándose. Por los utensilios que en derredor de ellos advierte, deduce que son aprendices de tonelero. Uno de ellos tiene derribado al otro. El caído lleva pendientes con piedras azules. Con el bastón en alto, se dirige hacia el vencedor para castigarle. Pero el muchacho se refugia al lado de una mujer que hay junto a una valla, como si de su madre se tratase. Es una mujer de aspecto humilde y está de espaldas al durmiente. Luego se vuelve y le dirige una mirada tan torva y feroz, que echa a correr, asustado. Antes advierte que los párrafos inferiores de la mujer, laxos y caídos, dejan asomar la carne roja.»
Este sueño ha aprovechado, con gran amplitud, triviales sucesos del día anterior. En él vio, efectivamente, dos muchachos que reñían en la calle, teniendo uno de ellos derribado al otro, y cuando se dirigió a ellos para separarlos, emprendieron ambos la fuga. El elemento «aprendices de tonelero» queda aclarado a posteriori por otro sueño en cuyo análisis empleó el sujeto la locución «desfondar el tonel». Sobre los «pendientes con piedras azules», observa que son un adorno muy llevado por las prostitutas. Con esta asociación concuerda la reminiscencia de una conocida canción en la que se trata de dos muchachos. «El otro muchacho se llamaba María» (esto es, era una muchacha). La mujer, en pie junto a la valla: después de la escena de la riña estuvo paseando por la orilla del Danubio y aprovechó lo solitario de aquellos lugares para orinar contra una valla. Continuando su paseo, encontró una mujer, ya entrada en años y decentemente vestida, que le sonrió amable y quiso hacerle aceptar su tarjeta.
La mujer de su sueño aparece junto a la valla en actitud idéntica a la suya cuando se puso a orinar; corresponde, pues, a la representación de una mujer orinando, y con esta representación concuerda perfectamente la repugnante visión de la carne roja asomando por el borde de los párpados inferiores, visión que no puede referirse sino a la de los genitales femeninos, abiertos cuando la mujer se pone en cuclillas para orinar. El sujeto debió de presenciar alguna vez, en su infancia este espectáculo, y el mismo resurge ahora, en su recuerdo, bajo la forma de «herida» o «carne viva». Su sueño reúne las dos ocasiones en que siendo niño le fue dado contemplar los genitales de sus infantiles compañeras: al derribarlas jugando y al orinar. En el análisis surge también el recuerdo de los castigos o amenazas de que su padre le hizo objeto al descubrir su temprana curiosidad sexual.
IV. Detrás del siguiente sueño de una señora mayor se esconde toda una serie de recuerdos infantiles reunidos en una fantasía.
«Sale apresuradamente a hacer varias comisiones. Al llegar al “Graben”, se desploma en el suelo de rodillas, como “reventada”. En derredor suyo se arremolina un grupo de gente en el que predominan los cocheros de punto, pero nadie la auxilia. Varias veces intenta en vano incorporarse. Por fin debe de haberlo conseguido, pues la meten en un coche que va a llevarla a su casa. A través de la ventanilla la arrojan una pesada cesta muy voluminosa (parecida a una cesta de la compra).»
La sujeto de este sueño es aquella paciente que en su vida onírica es siempre apurada, como de niña apuraba ella a las demás. La primera escena de su sueño procede, sin duda alguna, del recuerdo de haber visto caer a un caballo en la calle o en las carreras, accidente al que alude también la expresión «como reventada». En años anteriores había sido la sujeto una gran amazona, y es de suponer que en sus años infantiles sirviera también alguna vez de caballo a sus compañeros de juego. A este tema de la «caída» pertenece su primer recuerdo infantil, referente al hijo de su portero, muchacho de diecisiete años, que, habiendo sufrido en la calle un ataque epiléptico, fue traído a su casa en su coche. Ella no presenció este escena, sino que solamente la oyó relatar; pero la representación del ataque epiléptico y del «caído» adquirió un gran poder sobre su fantasía e influyó después en la forma de sus ataques histéricos. Cuando una mujer sueña que «cae», suele esto tener, casi siempre, un sentido sexual. Con ello se convierte en una «mujer caída». En nuestro sueño resulta esta interpretación más indudable por el lugar en que la paciente cae: el «Graben», plaza de Viena, conocida como mercado de la prostitución; la «cesta de la compra» es susceptible de varias interpretaciones. En primer lugar, recuerda las muchas «cestas» que la sujeto ha dado a sus pretendientes (expresión alemana equivalente a la española «dar calabazas») y que luego, en una ocasión, cree haber recibido a su vez.
Con este tema se halla también relacionado el que nadie la quiera ayudar a levantarse, circunstancia que interpreta como un signo de desprecio. La cesta de la compra recuerda, además, determinadas fantasías, descubiertas en el análisis, en las que se imagina casada con persona de condición muy inferior a la suya y tiene que ir personalmente a la compra. Por último, también puede interpretarse la «cesta» como alusión a una sirviente. A esta representación se añaden recuerdos infantiles referentes a una cocinera que, al ser despedida por ladrona, cayó de rodillas, suplicante. En la época de este suceso tenía la sujeto doce años. Recuerda también a una doncella