En la articulación que plantean entre lectura y escritura y sus implicancias pedagógicas, estos procesos se vinculan más a la literatura que a la escritura académica. Esta relación evidencia en cierta medida la larga tradición educativa de la primera frente a la segunda, más reciente. Aquello que sostiene las apreciaciones es la convicción según la cual los modos de leer literarios son entrenamientos importantes para otras lecturas.
Los especialistas convergen en una concepción de escritura como proceso sociocognitivo situado, es decir, enmarcado en una circunstancia comunicativa que da origen y sentido a la tarea y en un contexto histórico y social amplio que define –como hemos anticipado– los ámbitos y los modos de ejercicio de la palabra escrita. Resaltan, entonces, la importancia de que el docente comprenda su complejidad y exigencia, y pueda reflexionar con sus alumnos respecto de por qué o para qué se escribe, de las actividades que la escritura implica, de los recursos que cada uno posee para encararla, de la necesidad de regular y controlar los subprocesos involucrados, de las características y potencialidades de los soportes, de los géneros adecuados a cada situación, de los aspectos propios de la textualización (construcción de oraciones extensas, inclusión de citas, uso de conectores, por ejemplo), del reconocimiento del destinatario, de la dimensión emocional o lúdica que puede estar implicada en el acto de escribir.
Sostienen, además, que el docente debe estar preparado para analizar los textos de sus estudiantes, reconocer y explicar las dificultades y fundamentar los juicios positivos. La retroalimentación aparece como una pieza didáctica insoslayable, que para Ada Aurora Sánchez Peña debe ser, particularmente en la enseñanza media, puntual, clara, total o completa, específica, sugerente, motivadora y positiva. La entrevistada también insiste en la importancia de la revisión y la reescritura en la universidad, ese imprescindible acto de volver sobre el texto y recurrir a diferentes instrumentos didácticos que pueden ser administrados por los mismos estudiantes como las pautas de autorregulación, las guías de revisión, los portafolios, tanto los que exponen borradores o distintas versiones como los que seleccionan las producciones mejores, con o sin reflexión metacognitiva expuesta. Lo fundamental es implementar estrategias variadas de devolución de la lectura hecha sobre el texto del otro, desde el diálogo cara a cara hasta el programa informático, desde el trabajo con pequeños grupos hasta la puesta en común frente a la clase en su conjunto, desde la revisión del profesor hasta la de los pares.
Todo lo señalado anteriormente lleva a nuestros especialistas a reiterar la necesidad de la formación permanente de los profesores y su entrenamiento en diversas prácticas de escritura. Para ellos, las instancias de actualización deben fortalecer la competencia escrita tanto de los docentes de lengua como de otras disciplinas, y suministrar los instrumentos teóricos y metodológicos que permitan orientar a los estudiantes. Así, podrán elaborar propuestas didácticas para cada fase de la escritura y generar espacios de intercambio para analizar las dificultades que los alumnos enfrentan respecto de las tareas solicitadas.
En todos los casos se plantea que la representación asumida de la escritura y de la tarea específica requerida incide en las prácticas. En algunas entrevistas se señala la importancia de internet en la construcción de representaciones acerca de la escritura que pueden afectar la tarea educativa: el tipo de lector previsto y la inmediatez de la recepción lleva a una simplificación discursiva que puede incidir negativamente en el momento de la elaboración de textos académicos.
En las entrevistas se apela a la perspectiva bajtiniana del dialogismo y se insiste en la relación con otras voces que todo texto promueve, así como en la apertura a posibles intercambios futuros. El dialogismo interviene en las decisiones didácticas y se dirige a estimular una escritura colaborativa que permite producir textos de autoría colectiva, asistida o no por ordenador, establecer actividades previas a la escritura de un texto (como leer documentos o conversar sobre el tema que será objeto del escrito), lograr la participación de diversos lectores en el comentario del texto de un estudiante o poner en común los hallazgos y las dificultades presentes en los trabajos evaluados.
A la escritura en la universidad se le asignan las funciones tanto de registrar, integrar y relacionar información como de elaborar, transformar y comunicar el conocimiento. Su dominio posibilita la participación en las comunidades discursivas en las que el saber se produce y circula. Así, se destaca la importancia de la apropiación que realizan los estudiantes de los modos de decir de los distintos campos y la necesidad de que los docentes de cada disciplina puedan orientarlos para facilitar su ingreso en las comunidades académicas específicas. Es indudable que, si la tarea está a cargo del experto en la disciplina, deberá especializarse en temas propios de la escritura académica, o si la asume el experto en escritura, deberá interiorizar los géneros de la disciplina abordada.
En las clases que se destinen a la reflexión sobre la escritura, sean estas específicas o en el ámbito de las diversas disciplinas, el estudio de los marcos teóricos y el análisis de los discursos que se producen y circulan en las comunidades científico-académicas pueden alcanzar mayor amplitud y profundidad que en otros niveles. Un tema central es la relación entre lengua oral y escrita (recordemos, además, la importancia de la oralidad secundaria en el desempeño académico y profesional). Giovanni E. Parodi Sweis señala en su entrevista que esta articulación debe ser considerada, más que como una distinción dicotómica, un continuum con dos polos prototípicos. También, el especialista citado enfatiza la necesidad de continuar la reflexión sobre otro vínculo, el establecido entre la lectura y la escritura, que se plantea pedagógicamente articulado en los diferentes niveles educativos y cuya conexión, a su criterio y a partir de numerosas investigaciones empíricas, se sitúa en esencia en el nivel psicológico, es decir, en los procesos cognitivos.
De las diferentes intervenciones surge la necesidad de orientar los modos de escribir propios del ámbito universitario, sin limitarse a los géneros evaluativos (respuestas a cuestionarios, informes de lectura, parciales, monografías), sino también avanzar en relación con los géneros ligados a la investigación o a la vida profesional del futuro egresado. Este planteamiento abre de forma notoria el abanico de prácticas de escritura que deben considerarse, pero también muestra la importancia de adquirir conocimientos lo suficientemente amplios como para que el estudiante pueda enfrentar con solvencia la multiplicidad de situaciones y los nuevos géneros que aparecen relacionados con las transformaciones tecnológicas y sociales.
Cuando los especialistas se refieren a las carreras que corresponden a una formación más profesional, insisten en trabajar, además del lenguaje académico, los géneros propios (correos electrónicos, cartas, informes, memorias) en los que el fin práctico sea evidente y se reflexione sobre un estilo que aliente al lector en un mundo donde los estímulos abundan y la dispersión amenaza. De ahí que la enseñanza debe tender a desarrollar también, como señala Gladys Stella López Jiménez, un comportamiento metacognitivo que le permita al aprendiz tomar decisiones sobre las estrategias más adecuadas en cada situación. En las carreras más académicas, un género en el que se insiste es el artículo científico. Al respecto, Ómar Sabaj Meruane señala que las dificultades expuestas en los trabajos de los estudiantes son tanto de microrredacción (ortografía, estilo o vocabulario) hasta aspectos más complejos de macrorredacción, como la jerarquización de la información, la adecuación funcional de sus secciones o la pertinencia del diseño investigativo.
Las tareas en la universidad, como en los otros niveles educativos, deben ser planificadas y dar lugar a secuencias didácticas que encadenen adecuadamente las actividades respecto de la escritura. En ese sentido, Montserrat Castelló Badía plantea como exigencia que dichas tareas deben garantizar la contextualización, asegurar la funcionalidad y el sentido del texto producido, y contar con una evaluación formadora vinculada al propio proceso de enseñanza