Querido amigo, esto es de vital importancia. ¿Sabes que si acabas en el infierno, será por esta razón, que no has alabado a Dios? Olvídate del pecado por un momento. Olvídate de ti mismo y de tu vida. Lo primero es: ¿estás alabando a Dios? ¡Para eso fuiste creado! Dios debe recibir alabanza por ser quien es, porque es Dios, y no creo que haya ningún pecado peor que no alabarlo. Lo voy a decir abiertamente, a riesgo de que se me malinterprete: ésa es la razón por la que el Nuevo Testamento nos transmite la idea de que no hay esperanza para el fariseo orgulloso. Una persona satisfecha de sí misma y que se cree moralmente superior, según la Escritura, es un pecador mucho mayor que un borracho o una prostituta, y por eso no hay ni una pizca de alabanza a Dios en su vida. Este tipo de persona pasa todo el tiempo alabándose a sí mismo.
Piensa en la imagen que nos presenta el Señor del fariseo y el publicano. Escucha al fariseo: “Dios te doy gracias”. ¿Por qué? Pues “porque no soy como los otros hombres, ladrones, injustos, adúlteros, ni aun como este publicano” (Lucas 18.11). “¡Yo soy tan maravilloso!” No alaba a Dios porque Dios es Dios, sino que se alaba a sí mismo por ser bueno. Ayuna dos veces a la semana; les da la décima parte de sus bienes a los pobres; no es como el publicano, el extorsionista, sino que es un hombre bueno. Le da las gracias a Dios por eso, pero realmente no le está dando las gracias a Dios en absoluto. Se está dando las gracias a sí mismo. Le está hablando a Dios sobre sí mismo. Ni pide nada ni agradece nada. El pecado más terrible, por tanto, es el querer ser admirado; es depender de la religiosidad; confiar en tu propia moralidad, en tu propia manera de pensar, o en cualquier otra cosa que no sea la gracia de Dios en Cristo.
Dios debe recibir alabanza porque es Dios, y si no lo alabamos, ésa es la esencia del pecado. No le estamos dando a Dios la gloria que merece por su majestad, su poder, su dominio, su divinidad, su eternidad. “Alabad a Jehová, porque él es bueno.” Y no lo alabamos porque no notamos su bondad: “que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos” (Mateo 5.45). ¡Ése es Dios! El Dios que envía las estaciones una tras otra y que hace fructificar la tierra, que bendice a los hombres a pesar de su pecado. ¡Ése es Dios! Y si lo conociéramos, lo alabaríamos. Debemos alabarlo porque es bueno.
La Misericordia de Dios
Pero él nos da otra razón para alabarlo: que “para siempre es su misericordia”; es decir, aunque no lo hayamos alabado y no lo alabemos como deberíamos, él no ha terminado con nosotros; no nos ha dado la espalda; nos ha mirado con misericordia y con compasión.
Mira su misericordia para con los hijos de Israel, quienes le volvieron la espalda y se alejaron de él y lo olvidaron y levantaron otros dioses y lo insultaron adorando a ídolos. ¿Por qué no los destruyó? Sólo hay una respuesta: “para siempre es su misericordia”. Él soportó su maldad, nos dicen. Pero si quieres conocer la misericordia de Dios, mira a Cristo; mira al niño de Belén; mira la cruz. “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito” (Juan 3.16). “Para siempre es su misericordia.” ¡Sí! ¿Y cómo lo demuestra? Pues lo veremos en detalle más adelante, Dios mediante, pero lo resumo aquí como hace el salmista en estos tres primeros versículos. La misericordia de Dios se nota en que nos mire siquiera. No nos merecemos ni eso. Si recibiéramos lo que nos merecemos, seríamos destruidos. Pero Dios sigue con sus ojos puestos en nosotros y en nuestro mundo, y luego dice: “Díganlo los redimidos de Jehová, los que ha redimido del poder del enemigo y los ha congregado de las tierras…” ¡Qué perfecta presentación del evangelio!
La Redención
Dice que han sido redimidos del poder del enemigo. Eso significa que todos nos hemos visto en un estado de aflicción en este mundo. Veremos, a medida que estudiamos este salmo, que no importa si esta gente está vagando por el desierto o encadenada en la cárcel o agonizando en el lecho de muerte o dando tumbos como borrachos en medio de una tormenta en alta mar. Todos ellos “clamaron a Jehová en su angustia”. Las cosas les van mal y están angustiados. Se sienten frustrados, desesperados porque no pueden hacer nada. En su impotencia se acuerdan del Dios al que habían olvidado y claman a él pidiendo misericordia y compasión, y él los escucha y los libra de su aflicción.
Esto es algo común a todos los cristianos, y no se puede ser cristiano sin vivirlo. Los cristianos son personas que han experimentado gran angustia, que se han sentido desesperados por su condición. Entiéndeme bien; si nunca te has sentido desesperado con respecto a ti mismo, no puedo decirte que seas cristiano. Los cristianos son aquellos que se han sentido tan desesperados con respecto a ellos mismos y a su vida que no han sabido qué hacer. Como se nos dice aquí, han estado frustrados, en agonía; no han sabido dónde estaban. Han pasado nuevas páginas; han hecho propósitos de Año Nuevo; han intentado hacer el bien; han hecho más donaciones a causas nobles. Han ayunado, orado y trabajado, y aun así han seguido sin saber qué hacer. Han estado perdidos.
Y en su más completa desesperación, han clamado al Señor. Ése es el cristiano. Los cristianos son personas que lo han intentado todo, han agotado todas las posibilidades pero han visto que nada les sirve y han encontrado todo lo que buscaban en el Señor Jesucristo, el Hijo de Dios. Sienten desesperación e impotencia con respecto a sí mismos porque se dan cuenta de que no pueden ser sus propios salvadores y se deleitan al oír el mensaje de que Dios los amó tanto que envió a su único Hijo al mundo a rescatarlos, a morir por ellos, a liberarlos, a reconciliarlos con Dios. “Los libró de sus aflicciones.” Nos ha redimido: “Díganlo los redimidos de Jehová, los que ha redimido del poder del enemigo.”
A los enemigos los describiré más adelante, Dios mediante, pero todos sabemos quienes son, ¿no es cierto? Lujuria, pasión, celos, envidia, avaricia, odio, malicia, desdén, impureza, vileza, perversión. Ahí están: las cosas que nos desaniman y nos aprisionan, de las que nunca podemos salir. La persona más moral del mundo puede que sea la que el enemigo tenga agarrada con más fuerza. El enemigo la tiene bien atrapada en los grilletes de su farisaísmo, pues se siente satisfecho de sí mismo y se cree moralmente superior a los demás. Ésos son los enemigos de los que nos libra Dios.
Todos los cristianos tienen esa experiencia. No importa cuál sea su pecado o la forma que adopte, ni su temperamento, ni su nacionalidad. Si son cristianos, se han sentido desesperados y han encontrado la salvación en Jesucristo solamente. Por lo tanto, todos los cristianos pueden unirse en el mismo himno porque están alabando al mismo Dios, que es bueno, cuya misericordia permanece para siempre, que los ha redimido, sí, y los ha congregado y los ha traído a este lugar de abundancia, donde tienen una nueva naturaleza, una nueva vida, una bendita esperanza y al Espíritu Santo que mora en ellos para conducirlos y guiarlos. El Dios que les ha dado poder para vencer al pecado los ha congregado y los lleva juntos a su hogar eterno.
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