–No he sido maleducado. Estaba siendo sensato. Además, en vista de que la señora Kirby está tan ocupada, será mejor que busques a otra persona.
–¡No quiero a otra persona! Quiero a Fiona. Es a ella a quien me recomendaron. Además, me cae bien. ¿Si te pago el doble de lo normal, harás el trabajo personalmente, verdad querida?
–Bueno, yo… yo…
–¡Por favor, madre! No…
–¡Philip! –lo interrumpió Kathryn. Durante unos minutos reapareció la Kathryn obstinada y mandona de hacía diez años–, Corinne y tú me pedisteis que os ayudara a organizar vuestra boda y estoy muy contenta de hacerlo. Sólo quedan diez semanas y tu prometida pasa la mayor parte del tiempo en el extranjero, así que voy a necesitar ayuda. Y quiero que Fiona me ayude. Por favor, no dificultes más las cosas.
Philip se quedó en silencio durante unos segundos.
Fiona no sabía si reír o llorar. Era una situación extraña.
De repente, él se quitó las gafas de sol y la miró fijamente a los ojos.
Lo más atractivo de Philip siempre habían sido sus ojos. Eran de color azul vivo y alrededor del iris tenían un reborde negro que acentuaba su color y su expresión. La primera vez que él la miró, años atrás, a Fiona le temblaron las piernas como si fuesen de gelatina.
Y ese día, él también la miraba. Ella le devolvía la mirada desafiante y las rodillas sólo le temblaban ligeramente.
Philip la miraba de forma minuciosa, como si buscase algo. «¿El qué?», pensó ella enfadada. «¿Tendría al fin algún indicio de que estaba ante alguien conocido? ¿Quizá su subconsciente estaba jugándole una mala pasada y le recordaba todas las veces que él le había dicho que era la chica más adorable e irresistible del mundo?».
–Lo siento. No pretendía calumniar tu reputación. He de reconocer que, hoy en día, hay cierto cinismo en el tema de los negocios. Estoy seguro de que Five–Star Weddings no es así y de que tú eres una de las organizadoras principales.
–Claro que lo es –dijo la madre mirándolos aliviada–. Tenías que haber oído los comentarios del fotógrafo. Dijo que Fiona era la mejor en el negocio.
–Estoy seguro. Aun así, Fiona podía complacerme entrando y contándome algo acerca de sí misma. Pero primero, estoy deseando tomarme un buen café, querida madre. ¿Podrías prepararme uno? Sé que hoy es el día libre de Brenda, pero además tú lo haces muchísimo mejor que ella.
–¡Camelador! –contestó Kathryn.
–¿Y tú qué, Fiona? –dijo Philip con ese tono suave que ella deseaba y despreciaba en un hombre–, pareces una chica cafetera.
–Un café me sentará bien –respondió. Le hubiera gustado decirle dónde echar el café, pero tal y como estaban las cosas, tenía que dejar de discutir u Owen la mataría.
–Iré con Fiona a la terraza –informó Philip a su madre.
–Muy bien. Hace un día estupendo. Yo no tardaré mucho.
Kathryn corrió a preparar el café para su hijo. Otro gran cambio en el carácter de esa mujer. En el pasado, nunca era dulce ni servicial. Esperaba que todo el mundo estuviese a su disposición.
–Por aquí –murmuró Philip, agarrando a Fiona por el hombro y llevándola adentro; cruzaron el recibidor de mármol y continuaron por el ancho pasillo que dividía la planta baja de la casa.
Fiona ni siquiera tuvo tiempo de tomar aire antes de llegar a una terraza soleada que ocupaba todo el largo de la casa.
Nunca había visto ni estado en esa zona.
Mientras Philip la llevaba hacia la mesa de la terraza, ella se volvió a poner las gafas de sol y echó un vistazo a su alrededor, sacando en seguida su faceta de organizadora de bodas. Kathryn no tendría que alquilar ningún sitio para celebrar el banquete. Ese espacio quedaría estupendo en cuanto le pusieran los toldos y la luz adecuados.
No sólo había una terraza, sino dos. La de más arriba estaba cubierta con un tejado de estilo pérgola que se podía abrir o cerrar. La siguiente terraza, mucho más grande que la anterior, tenía una gran piscina con columnas corintias de mármol gris a cada lado. En los extremos de las terrazas había unos jardines extensos al estilo tropical, llenos de helechos, palmeras y arbustos de todo tipo. Lo curioso era que no estaban fuera de lugar. Además segregaban un aroma exótico y sensual, que hacía apacibles las cálidas tardes de verano.
A Fiona no le costaba imaginarse a Philip medio desnudo, tumbado en el borde de la piscina y con una mano dentro del agua azul. Podía sentir sobre su piel caliente la frescura del agua, se imaginó nadando hacia él, parándose a su lado, agarrándole la mano para que acariciase su cuerpo húmedo y caliente.
Al acercarle una silla, Philip interrumpió el sueño erótico de Fiona. Ella se quedó desorientada durante unos instantes y al ver cómo agarraba la silla con sus fuertes manos, se acordó de lo hábil que él era con ellas, de cómo las utilizaba para acariciar su cuerpo consiguiendo así que ella se abandonase a su voluntad.
«Claro que lo más seguro es que ya no pueda hacer esas cosas», pensó mientras experimentaba una profunda ola de deseo.
Fiona retiró la vista de esas manos ofensivas, después se sentó despacio. No miró cómo Philip daba la vuelta alrededor de las sillas para sentarse justo enfrente de ella y no levantó la vista hacia él hasta que estuvo sentado.
–Bien –dijo Philip mientras se ponía las gafas de sol–. Ya basta de hacer teatro, Noni. ¿Qué diablos pretendes?
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