La industria naviera portuguesa nace pues, también, del impulso estatal, profundamente orientada políticamente. Lisboa se torna progresivamente en un gran puerto “internacional”. Los comerciantes locales vendían vinos, pescados, sal, pero, al igual que la Corona, estaban interesados en expandir estos rubros e incluir entre sus productos a las especies, el oro y los esclavos. Para ello, navegar por la costa africana para llegar a Asia urgía de modo perentorio.
El mismísimo rey Juan I (1358-1433) se pone al frente de la empresa. El primer escollo se encuentra a pocas millas marinas y se llama Ceuta, poderoso enclave musulmán al que es menester sortear para seguir al sur. En 1415, año crucial, reúne más de doscientos barcos y veinte mil hombres para atacar la fortaleza musulmana de esa ciudad. La victoria portuguesa es completa y aunque en toda la Europa cristiana se festeja el triunfo portugués como un triunfo de la “cristiandad”, no son pocos los reinos que comienzan a mirar con desconfianza lo que entendían podía ser el inicio de una expansión de Portugal y su eventual construcción de poder que pudiese predominar por sobre ellos. Así, en lo religioso, la toma de Ceuta es entendida, en toda Europa, como la continuación de la “reconquista de los territorios cristianos”, pero en lo político el suceso no deja de generar ciertos recelos.
El protagonista de este primer paso hacia el “sur” y de allí a Asia es el príncipe Enrique el Navegante (1394-1460), quien comanda la batalla por Ceuta y aborta, luego, un intento musulmán de reconquista de esa plaza. Su padre, el rey Juan i, lo arma caballero, simbólicamente, en la antigua mezquita de la ciudad reconquistada.[20]
Enrique emprende así lo que consideraba su sino: navegar por las costas de África para poder llegar a Asia sin pasar por ningún territorio musulmán. Los más eminentes científicos de la época son reunidos por la Corona, en Sagres: sabios y especialistas de toda clase, desde astrónomos a cartógrafos, pasando por experimentados navegantes, constructores y armadores de embarcaciones, sin excluir a estudiosos del instrumental de navegación. El impulso estatal, como en todos los casos históricos de empresas nacionales exitosas, resulta determinante. Esta inusual concentración de sabios –que desarrollan la tecnología y las embarcaciones que permitan a Portugal acometer con éxito la aventura– hubiese sido imposible sin el apoyo incondicional del mismísimo rey. Es el Estado, la Corona, el que aporta una gran cantidad de dinero para el desarrollo tecnológico y científico, paso previo e ineludible para cualquier intento de desarrollo.
Los frutos del gran apoyo estatal no tardan en verse. Pequeñas expediciones primero, el sorteo del mítico cabo Bojador por el marino Gil Eannes más allá del tórrido Sahara, comprueban que hacia
el sur el mar es tan navegable como cualquier mar conocido hasta el momento y las supersticiones sobre mares de aguas tan calientes que incendiaban barcos y monstruos marinos desconocidos van desapareciendo ante la evidencia del avance sin respiro de las naves portuguesas hacia el sur de África. Pronto los portugueses colonizan las islas de Madeira y las Azores.
En 1453 los otomanos toman Constantinopla y el cerco musulmán a la pequeña península europea se redobla, impidiendo totalmente el tránsito terrestre hacia Asia. La decisión y la necesidad de romper ese cerco aceleran los tiempos de la circunvalación marítima del mundo y el arribo a la Indias. Si bien la muerte del príncipe Enrique en 1460 y la guerra que estalla abiertamente entre Castilla y Portugal en 1475 frenan y entorpecen el objetivo estratégico de Portugal de encontrar, al sur de África, un paso marítimo a las Indias, pronto será España la que continúe, por otros rumbos, idéntica búsqueda. España explorará, pocos años después, una ruta distinta y se “encontrará” con América.
Poco antes de ese “descubrimiento”, en 1479, entre Portugal y España se firma el tratado de Alcazobas por el cual Portugal reconoce la soberanía castellana sobre las islas Canarias –ignorando que el sistema de vientos y corrientes marítimas la convertirían en la puerta de acceso a “América”– y Castilla reconoce que la ruta africana hacia las islas de las especies asiáticas es de los portugueses.
Sin embargo, y con los tropiezos aquí relatados someramente, el prolongado impulso estatal portugués seguirá rindiendo sus frutos y esos frutos serán abundantes: Vasco de Gama consigue doblar el cabo de Buena Esperanza y descubre así el océano Índico. Navegando este océano, llega en 1498 al puerto indio de Calicut, desde el cual hacía más de mil años los barcos zarpaban, sin interrupción, con destino al Golfo Pérsico y el Mar Rojo cargados de especies. El objetivo había sido logrado: finalmente Portugal, en menos de setenta años, había roto el “cerco islámico” y la ruta directa hacia el país de las especies era suya. Es éste el motivo por el cual el retorno de Vasco da Gama a su país se celebra de modo histórico.
La implementación de este predominio no resultó, sin embargo, fácil para Portugal. Los lusos cayeron pronto en la cuenta de que en el Índico la actividad mercantil estaba controlada por mercaderes árabes musulmanes que se encontraban aquí y acullá y habían construido sólidas relaciones, a través de los años, con los príncipes indios. El enfrentamiento fue inmediato. Los musulmanes intentaron impedir el comercio de los cristianos portugueses. Los capitanes portugueses, mezcla de traficantes y cruzados, se trenzaron en dura batalla con sus adversarios comerciales y religiosos árabes y fue, nuevamente –aunque no sin un gran “desgaste” no previsto– que la superioridad de los navíos portugueses y el mejor empleo de la artillería (técnicas ambas desarrolladas gracias a la tecnología promovida en Sagres, bajo la tutela estatal) permitieron el triunfo portugués. Sin menoscabo de los combatientes portugueses, es preciso destacar que fue la superioridad tecnológica la clave del triunfo lusitano en el océano Índico.[21]
Alfonso de Alburquerque conquistó para el poder portugués el puerto de Ormuz, la “llave estratégica” del Golfo Pérsico, y el de Malaca, la “puerta” hacia los mares de China. La Corona portuguesa adquirió, así, una nueva dimensión y su pequeño Estado se transformó en una de las mayores potencias navales y comerciales de Europa.
El talón de Aquiles del poder portugués
Entre 1498 y 1517, Portugal crea un vasto imperio. Es su momento de gloria. El pueblo portugués vive su época heroica que será cantada por Luis de Camoens, su ilustre poeta. “Pero ese pueblo es verdaderamente muy pequeño para proporcionar por mucho tiempo el personal necesario para la administración y la defensa de esas inmensas y lejanas posesiones” (Renard y Weulersse, 1949: 49). La escasa población es el talón de Aquiles del poder portugués. Las pestes y la emigración descontrolada aumentaran su vulnerabilidad estratégica. Además, es preciso considerar que “las largas luchas contra los moros y los castellanos lo han agotado; la provincia que se extiende inmediatamente después del Tajo, Alemtejo, está semidesierta, y manadas de lobos vagan por todo el reino. En 1505, uno de los navíos de