–Debo irme.
Kiryl asintió con la cabeza y se puso en pie.
–Gracias por el té –le dijo Alena. Y llamó a la camarera.
–Ha sido un placer. Y espero que sea solo el primero de muchos placeres que disfrutemos juntos, Alena Demidov.
Antes de que ella pudiera adivinar su intención, él le tomó la mano y se la llevó a los labios. La sensación del calor de su aliento en sus dedos temblorosos bastó para hacer que le subieran escalofríos por el brazo y se sintiera débil y vulnerable. Con la promesa sensual implícita en sus palabras, él coqueteaba con ella y cumplía las fantasías en las que se había estado regodeando desde la primera vez que lo vio.
Al moverse, Alena vio su reloj. ¡Vasilii! Seguramente le había enviado varios mensajes electrónicos, y se preocuparía si ella no los contestaba con rapidez.
–Son las cuatro. Tengo que irme. Mi hermano…
–¡Ah! Te apresuras a dejarme como una Cenicienta que teme que el reloj dé las doce, y me dejas sin un zapato que me ayude a buscarte. Pero volveremos a vernos, no lo dudes. Y cuando eso ocurra, procuraré que la promesa que he visto en tus ojos cuando me miras se convierta en algo más que una mirada.
Capítulo 2
En la intimidad de su suite, Kiryl llamó a su agente por teléfono y le dijo sin preámbulos:
–Alena Demidov, hermana de Vasilii Demidov. Quiero saber todo lo que haya que saber sobre ella.
Desde la ventana de su suite, veía el jardín privado situado en la plaza de abajo, donde la luz de febrero empezaba ya a decaer. Una joven de Europa del Este caminaba por allí con dos niños que llevaban el uniforme de un colegio muy exclusivo. Pero a Kiryl no le interesaban ni el jardín ni sus ocupantes. Toda su atención estaba centrada en el plan que empezaba a forjarse en su cabeza.
–Todo, Iván. Quiénes son sus amigos, cómo pasa el tiempo o lo que desayuna. Quiero saberlo todo. Y sobre todo quiero saberlo todo de su relación con su hermano Vasilii. Quiero saber lo que él piensa de ella y cuáles son sus planes para ella. Y quiero saberlo mañana por la mañana.
Terminó la llamada antes de que el otro pudiera decir algo y empezó a pasear por la sala de estar de la suite.
Le cosquilleaba el cuerpo con una mezcla potente de excitación, desafío y del conocimiento de que se había embarcado en un juego que podía ganar. Alena era la clave para la caída de su hermano. Estaba seguro. Lo intuía, lo olía y lo sentía dentro, en los genes gitanos que le había dado su madre y que tanto odiaba y despreciaba su padre.
En su cabeza se formó inesperadamente la imagen de Alena como la había visto cuando tomaban el té juntos… como una frágil flor que un hombre podía arrancar y aplastar en la mano, tan evidentes resultaban sus emociones y deseos. Algo luchaba por cobrar vida dentro de él, algo que tenía sus raíces en el breve tiempo que había pasado con su madre antes de que ella muriera, el único periodo de su vida en el que lo habían querido de verdad. Vaciló un momento. Pero no podía permitirse ser débil. No podía tener la debilidad de su madre, que había amado a su padre y lo había concebido contra los deseos de él. Tenía que ser fuerte en todo por lo que había luchado tanto, empujado siempre por el recuerdo del hombre que había sido su padre burlándose de él mientras lo empujaba a la alcantarilla antes de alejarse.
Por fin estaba todo a su alcance. Y si tenía que sacrificar a esa joven para cumplir la promesa mental que había hecho a su madre muerta, lo haría.
«La promesa que he visto en tus ojos cuando me miras».
En la luz grisácea de aquella mañana de febrero, Alena yacía en la cama de su dormitorio diseñado y decorado con lujo, entre las mejores sábanas que se podían comprar, pero tan incómoda como si fuera la princesa del cuento a la que no dejaba dormir un guisante. Cuentos de hadas. ¿Acaso no se trataba de eso? Pero el cuento de hadas de una mujer joven, no el de una niña. El cuento de hadas de un príncipe que no solo era atractivo y bueno, sino también sensual y sexy, un príncipe que ofrecía la experiencia, no de un estilo de vida mimado y protegido, sino de una sensualidad potente… el tipo de sexo apasionado y emotivo que quizá era solo una fantasía.
¿Por eso se sentía tan nerviosa y temerosa? ¿Porque ahora que Kiryl le había dado a entender que podía hacer realidad su fantasía, temía descubrir que hacer el amor con él destruiría esa fantasía? Sexo con Kiryl. Intimidad con Kiryl. La intimidad de besos y caricias compartidos, su piel temblando de excitación y el embrujo de las manos y las labios de aquel hombre en su cuerpo desnudo. Se estremecía de excitación con solo pensarlo. ¿Pero acaso no debería sacarlo de sus pensamientos y de su vida? Desde luego, eso sería lo que querría Vasilii que hiciera.
Alena miró el despertador.
Tenía una cita esa mañana en las oficinas de la fundación benéfica creada por su madre. Sabía que Vasilii preferiría que esperara a cumplir los veinticinco años antes de seguir los pasos de su madre y dedicarse a dirigir la fundación. Él creía que era demasiado joven para una responsabilidad así, pero Alena estaba decidida a demostrarle que se equivocaba, pues había estudiado asiduamente el trabajo de la fundación desde la muerte de su madre.
Era una gran responsabilidad, sí. La fundación no solo controlaba las inversiones de los millones que habían donado sus padres, sino también el dinero procedente de otros patrocinadores y donantes a la causa, que era la educación de niñas que de otro modo no podrían tener ninguna. ¿Cuántas probabilidades tendría de convencer a su hermano de que estaba preparada para asumir esa responsabilidad si él se enteraba de sus osadas fantasías y su comportamiento temerario con Kiryl? Ninguna. Él juzgaría su comportamiento inmaduro e irresponsable.
Su madre había dicho muchas veces que la fundación era su modo de dar gracias a la vida por la felicidad que le había deparado al conocer a su esposo ruso. Ni siquiera Vasilii, con su actitud terca hacia el dinero y la beneficencia, podía discutir semejante motivación. Por mucho que a veces disgustara a Alena el control que ejercía Vasilii sobre ella y su vida, sabía muy bien que siempre lo querría muchísimo aunque solo fuera por el modo en que él había querido y valorado a su madre. El que un hombre tan duro e implacable hubiera estado dispuesto a admitir que una inglesa había transformado sus vidas, a través del amor sentido por su padre, era algo que siempre conmovía a Alena. El cariño de Vasilii por ella, su preocupación y su protección, eran su modo de devolver el amor que había recibido de la madre de ella. Alena lo sabía, aunque también le habría gustado que relajara un poco la guardia con respecto a ella.
¿De verdad quería poner en peligro todos sus esfuerzos por un capricho que tenía tanto de realidad como un arco iris sobre el Neva?
No le hacía falta preguntarse lo que pensaría Vasilii de su comportamiento actual. Le horrorizaría y enfurecería. Pero él no se iba a enterar, ¿verdad? Porque ella se mostraría sensata y responsable y no tendría nada que ver con Kiryl. Se concentraría en el futuro por el que trabajaba tanto y demostraría que estaba preparada para asumir el papel de su madre en la fundación.
Dos horas después, Alena se bajaba de un taxi en la puerta del edificio donde estaban las oficinas de la fundación benéfica de su madre. Se paró un momento a alisarse el suave abrigo de cachemira gris y respiró hondo. Su madre siempre decía que la apariencia contaba mucho. Que uno podía hacer o deshacer negocios simplemente por la impresión que producía, antes de decir una sola palabra. Alena había recordado esa mañana el sabio consejo de su madre y se había vestido para la cita. Aunque antes o después fuera su derecho y su herencia dirigir la fundación, no podría hacerlo bien si no contaba con el apoyo de los ejecutivos que trabajaban allí. Necesitaba ganarse su confianza si quería que siguiera creciendo la fundación de su madre. Por esa razón había intentado vestirse de un modo