Y ese alguien también le había dado un vaso de agua y lo había sostenido mientras ella intentaba humedecer su garganta dolorida.
—Estuvo alguien conmigo…
—Una enfermera. Ha estado bajo vigilancia continua.
—No…
No había sido una enfermera. No sabía por qué, pero era lo único que recordaba de verdad. El buen samaritano, la voz suave del que la había cuidado en la oscuridad de la noche no había sido la de un profesional ni la de una enfermera. La voz que había oído…
¡La voz!
Se volvió sorprendida hacia Rafael Cordoba, que tenía los ojos fijos en ella.
—Ha tenido el mejor cuidado posible, señorita Martin —dijo fríamente, como si ella se lo hubiera preguntado sin hablar.
Pero ella en realidad no tenía necesidad de preguntarle nada. Sabía lo que había escuchado y había escuchado aquella voz suave de él en mitad de la noche, consolándola y confortándola. Entonces, ¿por qué de ser un ángel de la guarda él se había convertido en un inquisidor español?
—Y… —comenzó.
Necesitaba saber la verdad, pero parecía incapaz de controlar su voz.
—Está cansada —dijo la doctora Greene—. Debe tener cuidado de no esforzarse demasiado en estos momentos. Debe descansar.
Serena asintió despacio. Sí, estaba cansada. Sus pensamientos parecían deshacerse lentamente como algodón dentro de su cabeza. Se recostó de nuevo sobre la almohada y cerró los ojos.
—Vendré a verla pronto. Y no se preocupe, todo saldrá bien.
—¡Todo! —fue casi un grito lo que salió de los labios de Rafael al mismo tiempo que hacía un gesto de impaciencia con la mano—. ¡Todo! Madre de Dios, qué…
—¡Señor Cordoba! —exclamó la doctora, bastante disgustada—. ¡He dicho ya que basta! Y quiero que se vaya ahora mismo… que deje sola a la señorita Martin.
El hombre estuvo a punto de rebelarse contra aquella orden. Una vez más, la rabia brilló en sus ojos y una vez más, se controló.
—Muy bien —dijo—, me iré, pero…
Al volver la cabeza y mirar a Serena, dejó claro que sus palabras eran solo para ella.
—Volveré —dijo en voz baja y dura—. Se lo prometo. Volveré en cuanto pueda.
Eran solo palabras, se dijo Serena, hundiéndose en el colchón y tapándose con las sábanas. Solo palabras. Pero había visto los ojos de Rafael Cordoba mientras las decía. Había visto el peligro brillando en ellos, la llama de algo que la hizo estremecerse inquieta.
Rafael Cordoba volvería. Ella no dudaba de ello. Y la verdad era que la idea de volver a encontrarse cara a cara con él la hacía estremecerse de aprensión.
Capítulo 2
HE traído un acompañante.
—¿Cómo?
Serena levantó la cabeza de la revista que había estado ojeando y fijó la vista en el hombre que había hablado desde la entrada.
Rafael Cordoba, claro. ¿Qué otra persona podía ser?
Habían pasado cinco días desde que Serena se había despertado en aquella cama de hospital y había recibido la promesa de aquel hombre de que volvería. Promesa que había cumplido. Al día siguiente, había aparecido al lado de su cama y también el resto los días.
Pero era evidente que la doctora Greene o algún superior había hablado con él. El tono de voz que había utilizado el primer día, agresivo y duro, había desaparecido. Tampoco había vuelto a interrogarla, así que el poderoso atractivo sexual que ella había notado en él parecía haberse hecho más patente.
—Perdón, ¿cómo dices?
Serena rezó para que él no notara el nerviosismo de su voz, el temblor débil, que no pudo evitar, como resultado de la inesperada llegada del hombre. No quería que él sospechara lo que su simple presencia ejercía en ella. Solo la imagen de su cuerpo delgado, su cabello negro y sus ojos dorados hacía que se le formara un nudo en la garganta y que el ritmo de su corazón se alterase.
Y ese día fue aún peor. Cada vez que lo había visto, él había ido con el mismo traje oscuro de la primera vez. Pero en esa ocasión, quizá como concesión al día soleado que hacía, había dejado a un lado toda formalidad y había elegido unos vaqueros cómodos y una camisa de manga corta.
Los pantalones resaltaban su estrecha cintura, acentuando su virilidad de un modo completamente seductor. La camisa blanca de algodón contrastaba con la piel bronceada de sus brazos y cuello, dándole un aspecto más moreno y exótico.
Serena se agarró nerviosamente a la colcha de color melocotón de la cama, consciente de la piel pálida de sus brazos y escote. Deseaba taparse y, a la vez, le daba miedo que él se diera cuenta de lo que sentía.
—He traído conmigo a alguien…
—¿Otra visita? Es una sorpresa. Creo que no conozco a nadie en Londres.
Todavía no recordaba el accidente ni los días anteriores a él y le resultaba muy frustrante que ni Rafael ni la doctora tuvieran intención de contarle nada al respecto.
—Tienes que ser paciente —era la respuesta que oía cada vez que preguntaba algo o se quejaba de su falta de memoria—. Es preferible dejar que tu memoria vuelva poco a poco, en vez de contarte nosotros lo que pasó.
—¿Y dónde está tu amigo?
—Aquí.
Al decirlo, Rafael levantó un bulto con sus bronceados brazos y lo depositó sobre la cama.
Serena se dio cuenta, entre sorprendida y divertida, de que era un cesto y que dentro había un bebé con un traje azul.
—¡Oh, es precioso! —exclamó con una amplia sonrisa.
Sin pensarlo, se inclinó hacia delante para agarrar al bebé. Luego, se quedó inmóvil, dudando de lo que Rafael pudiera pensar.
—¿De verdad lo crees?
La reacción de Rafael fue completamente distinta a lo que ella había esperado. Notó una extraña tensión en su voz, algo que puso los nervios de Serena a flor de piel.
—¡Por supuesto que sí! ¿Quién podría… ?
No terminó la frase, ya que el sonido de su voz hizo que el bebé se estirara de repente. El pequeño movió las piernas y agitó los puños en el aire. Luego, abrió sus enormes ojos negros y los fijó en los de Serena. Esta notó un nudo en la garganta.
—¿Cómo se llama? —consiguió decir.
Serena pensó que el niño tenía cierta semejanza con el hombre que estaba al lado de ella. El hombre cuya imagen atrapaba sus pensamientos durante el día y llenaba sus noches de sueños eróticos de los que se despertaba bañada en sudor.
—Se llama Felipe Martinez Cordoba.
Cordoba. Eso confirmaba sus sospechas. ¿Cómo podía ocurrirle eso a ella? ¿Cómo podía sentirse celosa porque ese hombre, al que había conocido solo hacía unos días, pudiera estar casado? ¿Cómo podía desagradarle la idea de que hubiera tenido un hijo con otra mujer?
—Qué guapo es.
Serena se concentró en el pequeño, que agarró uno de sus dedos con sus manitas. Y en ese momento, fue como si la manita del niño hubiera envuelto también su corazón, aprisionándolo y haciéndola sentir un