Guzmán Betancourt y los que han estudiado o publicado las Cartas de Relación o se han ocupado del tema de la designación del nombre de la ciudad, han visto en este párrafo la incomprensión de Cortés, ante la realidad prehispánica que tenía frente a sí, que no podía ser otra que la ciudad de México-Tenochtitlán, que los estudiosos conceptualizan como “binomio” conformado por esos dos sustantivos.27
Guzmán Betancourt, como otros especialistas, se han basado para tal afirmación en los pareceres y discusiones que aporta el estudio de las etimologías convenientes a la visión que se quiere imponer, o bien, en lo que refirieron los cronistas o “historiadores” que de una u otra manera ayudan a sostener ese discurso.28
Una revisión crítica de los “historiadores” o cronistas que ayudan a soportar el punto de vista que hoy en día se conceptualiza como binomio, expusieron como soportes de sus narrativas las tradiciones verbales que muchas de ellas se dijeron estaban guardadas en pictogramas, que después pasaron a ser anales, crónicas o historias gracias a la trasmisión de generación a generación hasta llegar a ellos, quienes escriben ya muy entrado el siglo XVI o principios del XVII. Sin embargo, en muchos de esos escritos se puede notar fácilmente el entrelazamiento de las “narrativas alcanzadas” con los intereses que pudieran perseguir criollos y mestizos sobre todo en la reivindicación de derechos familiares muy parecidos a los que se acostumbraban en España.
No es difícil encontrar que muchas de esas narrativas se mezclaron en los siglos XIX y XX con una apasionada lírica nacionalista sobre el nombre de México. Esto último no demerita en nada lo expuesto y exaltado, sin embargo, no permiten un entendimiento claro y sostenido de la tradición que presentan y exaltan como realidades primigenias, que entre otros tantos hechos y circunstancias que refieren, se encuentra el empleo del sustantivo México.29
Pedirle congruencia a los mitos y a sus entramados es inconsecuente, pero no sucede lo mismo con las exposiciones historiográficas que no someten a las llamadas fuentes primarias a una rigurosa crítica interna y externa para notar contradicciones, desviaciones, inconstancias, trasvases, etcétera.
En general las fuentes para estudiar el nombre de México se han tratado como si fuesen piezas de un rompecabezas; esto es, como narrativas que en algún momento se fracturaron y dispersaron en trozos convenientes para que, junto con otros tantos de distintos tiempos y circunstancias, pudieran volverse a juntar y así develar la realidad primigenia que contienen aquellas narrativas originales que inexplicablemente fueron rotas y desperdigadas.
Lo anterior da pie a la creencia de la presencia de diversos y variados soportes pictográficos u orales que guardan la existencia de esa realidad pretérita predicada como única, que se reconoce y refiere aún por grupos distintos y hasta distantes.30 Todo lo cual da fundadas esperanzas de recuperar la imagen prístina del momento iniciático, que por extraña razón fue fracturada y desperdigada entre los tiempos y los espacios.
Así, el trabajo arduo y creativo de los especialistas restituirá las piezas en los lugares convenientes, con lo cual se recuperarán no sólo los momentos e imágenes de aquel pasado primigenio, sino el mismo fluir de aquella realidad preexistente, que quedó consignada en todos y cada uno de sus detalles en aquellas narrativas tan disímbolas y dispersas como hoy se refieren.
Pedazos de un mito se ocupan en la narrativa de otro que conviene a lo que se está contando y, trozos de otros, pueden complementar las secuencias de algunos más hasta que se tiene armado el rompecabezas.31
Lo anterior apunta más a ficción y creación literaria que a empeños científicos. Si bien esa manera de proceder puede resultar en creaciones convenientes y hasta convincentes y maravillosas, no por ello dejan de sorprender los amarres con que logran tejer las narrativas disímbolas y distantes que bien pueden convencer a unos, pero también hay que decirlo, no dejan satisfechos a otros.
Bajo esa línea de acción intelectual ya contamos con abundantes, sostenidos y profusos esfuerzos intelectuales que muy probablemente lleguen a contarse por miles y cuyo máximo representante, desde mi punto de vista es Gutierre Tibón, con su libro Historia del nombre y de la fundación de México, que ya he venido refiriendo en notas a pie de página.
Con lo antes expresado de ninguna manera quiero siquiera insinuar que está agotado el trabajo historiográfico, filológico y hermenéutico de aquellas fuentes y lo que sobre ellas se ha escrito y se puede seguir analizando. Todavía hay mucho que hacer; sin embargo, en mi caso considero que poco podría aportar si siguiera esas líneas de investigación y narrativas, sobre todo si quisiera contribuir con renovadas discusiones y, si se quiere, hasta conocimientos al tema del sustantivo México.
Dejo pues, fuera de mi atención esos caminos y senderos, y prefiero tomar otros rumbos a partir de reconsiderar lo expresado por Cortés en su Segunda Carta de Relación, en cuanto a que el sustantivo Meſico (Mexico)32 debería referir una provincia que hoy correspondería a lo que designamos como Cuenca de México, que naturalmente comprendía la ciudad de Temixtitan33 donde residía Mutezuma (Moctezuma).
Así la mención de Meſico (Mexico) para Fernando Cortés tenía que ver más con una propuesta de designación para una provincia tan maravillosa como indigna –por la acción de los sacrificios humanos, según refería el conquistador–, y no con el nombre ni parte del nombre de la ciudad de Temixtitan.34
Lo anterior ni siquiera ha sido considerado como una posibilidad a explorar y, a lo más, la escritura de esas líneas se toma como la muestra de un error de entendimiento de Cortés; sin embargo, no ha sido probada o, más aún, no ha sido documentado satisfactoriamente ese desliz. Esto es, se establece el descrédito y no se demuestra a plenitud los antecedentes o los consecuentes de esa supuesta pésima incomprensión y, luego de aquel señalamiento, ya no hay nada que decir o investigar. El reproche se queda como el todo de esa parte y modo de actuar de Fernando Cortés.
Sin embargo, si se estudia y confronta con detalle la documentación que se produjo y generó tanto en España como en la llamada Nueva España en el lapso de tiempo que va por lo menos de 1519-1571, con lo que se escribió o escribe en los libros de historias de la conquista, se notan graves omisiones en estos últimos; pues por ejemplo, la designación de la ciudad de Temixtitan no aparece referida por ninguna parte, como tampoco la existencia de la provincia de Culua, que registró Fernando Cortés y como veremos más adelante. Por lo tanto, pareciera que esos sustantivos no se consignaron en aquellos primeros momentos de la conquista española a pesar de estar suficientemente mencionados por Fernando Cortés en sus Cartas de Relación.
La presencia de aquellos sustantivos en la documentación de esos tiempos y su ausencia en los libros de historia son inexplicables, aunque dejan bien claro el triunfo de la designación de México para la ciudad y el traspaso del sustantivo Culua a los tiempos primigenios de los pueblos que estaban conquistando o a la equivalencia con otros sustantivos como el de Ulua.
Tras esa manera de actuar se nota que mejor ha sido obviar aquellos sustantivos primigenios –Temixtitan, Culua, principalmente– como si no se hubiesen escrito o pronunciado en los primeros años de la conquista, o dicho de otro modo, se hace caso omiso a lo que manifiestan los documentos, llegando al extremo de modificar o manipular sus señas de identidad, echando mano de las técnicas más ingeniosas que se hayan podido imaginar, para silenciarlos o sepultarlos como veremos a lo largo de nuestra exposición, la presencia de aquellos sustantivos, y en concreto el de Temixtitan.35
Si fue un error llamar o designar a la provincias con el sustantivo Mexico, o denominar a la ciudad bajo la sola la mención de Temixtitan, por parte de Cortés, tendríamos