Supongo que sabrás evitar también esta otra tentación típica: ver apenas el texto y decirte, ¡Ufa, este pasaje ya lo requeteconozco! No peques por superficialidad, puede ser que conozcas las palabras en cuanto portadoras del mensaje, pero con seguridad aún te falta profundizar en la realidad que ellas significan.
En fin, si te ayuda tomar notas, puedes hacer lo siguiente. Divide una hoja en cinco columnas:
En la primera anota la fecha y el texto del Evangelio, por ejemplo: “11-X-12 / Lucas 1, 26-38”. En la segunda, tu respuesta a esta pregunta: ¿qué dice el texto en sí mismo?
Todo lo que vas leyendo es palabra viva de Dios. Tu meditación la hace actual. La Palabra te interpela aquí y ahora. Tu lectura y meditación son la voz de Dios que te está hablando en este momento. Más que lector tienes que ser oidor. Que no haya apuro, date tiempo, sin una escucha serena no oirás nada. Y la Palabra te hará pensar, reflexionar, meditar: ¿qué significa esto para mí ahora...? Si no captas lo que la Palabra te dice, no sé cómo podrás vivirla.
A fin de encarnar el texto, un amigo se ayudaba de esta manera: Luego de leerlo varias veces, lo releía en primera persona. Supongamos que el pasaje era el del joven rico según la versión de san Marcos; pues bien, José Luis, mi amigo, lo leía así: “Se ponía ya en camino cuando yo corrí a su encuentro y, arrodillándome ante él, le pregunté: ‘Maestro bueno, ¿qué he de hacer para tener en herencia vida eterna? Jesús, fijando en mí su mirada, me amó y me dijo: ‘José Luis, sólo una cosa te falta, vete, vende lo que tienes y dáselo a los pobres y tendrás un tesoro en el cielo; luego ven y sígueme.’ Pero yo, al oír estas palabras, me entristecí y me marché apenado, porque tenía muchos bienes.”
Leyendo así, podía José Luis sentir la voz de Jesús dirigida a él personalmente y en ese momento preciso.
¿Sabes cuáles son las tentaciones más típicas durante la meditación? Pues te prevengo, para que las evites. Ante todo, el divagar. Ponerse a construir castillos en el aire, de esos que no tienen nada que ver con el texto. Cuando te suceda tal cosa, vuelve a la lectura. Si las distracciones persisten, procura centrarte en las palabras clave, quizás escribiéndolas.
Pero hay otra tentación más jugosa. Ponerse a meditar lo que la Palabra le dice al vecino en lugar de a uno mismo. Como aquel sacristán que al leer lo que Juan le decía a los fariseos y saduceos: “Raza de víboras, ¿quién os ha enseñado a huir de la ira inminente? Dad, pues, dignos frutos de conversión...”; salió corriendo a buscar al párroco para decirle que Juan Bautista lo llamaba. Si te descubres haciendo esto, es señal de que debes leer el texto en primera persona.
Si te has decidido a tomar notas, en la tercera columna pondrás tu respuesta a esta otra pregunta: ¿qué me dice a mí el texto leído al meditarlo?
La lectio divina no es un monólogo, sino un diálogo. Por consiguiente, el Señor, después de hablarte, espera tu respuesta, aguarda tu oración. Esta podrá expresarse de muchas maneras, pero, una vez más, siempre en consonancia con el texto. Sería un descuelgue que durante la lectio divina te pusieras a rezar el rosario. ¡Atención!, dije “durante la lectio divina”.
Algunas veces, tu oración será un movimiento de amor, de alegría, de compunción...; palabras de alabanza, petición, intercesión... Otras, será la simple repetición de algo que has leído y que en la meditación te golpeó: “Bendito el que viene en nombre del Señor”; “¡Señor, que vea!”; “Habla, Maestro, que tu discípulo escucha”.
En definitiva, será el Espíritu Santo quien te inspire y hablará por tu boca; nosotros no sabemos orar como conviene.
Quizás no te salga nada; en tal caso no pierdas la paz y, si puedes, repite lentamente alguna palabra o frase significativa. Pero también puedes caer en el extremo opuesto: llenarte la boca de lindas palabras. Si esto último te sucede, te aconsejo componer una breve oración basada en el mensaje central del texto y contentarte con ella. En la cuarta columna de tus notas puedes responder a este interrogante: ¿qué le digo a Dios motivado por la lectura y la meditación?
Y de esta manera, cuando Dios quiera, te hará conocer la vida que encierra su Palabra. La Palabra, siempre grávida de vida divina, te hará partícipe de su fecundidad. La letra se convertirá en acontecimiento que anticipará lo esperado. La luz de la Palabra caldeará tus entrañas, su calor te iluminará. Después de mirarse y hablarse quedarán en silencio...
¡O te quedarás dormido! En este caso el remedio es bien sencillo: acuéstate más temprano la noche anterior, elige una hora más conveniente y tómate unos mates antes de comenzar.
Si todavía deseas anotar algo, en la quinta y última columna responde a esta pregunta: ¿qué más sucedió?
Todavía me queda algo por decirte. Lo tengo bien aprendido por experiencia. La lectio divina no es inmediatamente gratificante, aunque sí algo diariamente obligatorio, con la misma obligación que tiene una enamorada de leer las cartas de su novio... Es una actitud espiritual de largo aliento. El agua es blanda por naturaleza y la piedra es dura; si el agua cae gota a gota, día tras día, termina por perforar la piedra. De igual forma, la palabra de Dios es suave y nuestro corazón es duro, pero...
Si me has seguido hasta aquí, puede ser que te estés preguntando: ¿a dónde voy a ir a parar con esta lectio divina? Te repito lo que ya te he insinuado: ¡llegarás al mismo cielo! Ascenderás al Padre, en el Espíritu Santo, por el camino del que Él se valió para descender y salvarnos: la Palabra eterna, hecha carne y libro.
El que ama guarda la Palabra, y la guarda convirtiéndola en vida. El iracundo san Jerónimo escribía a la joven Eustoquia: “¿Oras? Hablas con el Esposo. ¿Lees? Él te habla”. (2) Y esta amante virgencita de quince años no era solo oidora, sino también obradora de la Palabra.
Le pido a María que nos dé parte en el misterio de su maternidad virginal. Que la Palabra se haga también Hijo en nuestros corazones. Y se hará en la medida de nuestra acogida y perseverancia.
1. Concilio Vaticano II, Dei Verbum, 25.
2. San Jerónimo, Carta, XXII: 25.
SEGUNDA PARTE
Sumergidos en la Palabra
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