–Eso es, cielo –susurró él–, ábrete a mí.
Era la primera vez que la besaban así, y Alexa sintió todavía más calor cuando notó la lengua del príncipe entrelazándose con la suya. La inesperada sensación hizo que se aferrase a sus hombros y arquease el cuerpo hacia él, buscando más, deseando todavía más.
Notó que le acariciaba el pecho y gimió, sin preocuparle lo que estaba haciendo.
Enterró los dedos en el pelo del príncipe, lo apretó contra ella y lo oyó gemir otra vez.
Él le acarició el trasero y la apretó más contra su cuerpo.
–Sabes a miel y a néctar –murmuró, pasando los labios por su rostro para llegar hasta la oreja.
–Y tú, a menta y a calor –le respondió Alexa casi sin aliento, levantando el rostro para recibir sus besos, notando cómo sus pezones se erguían contra la tela del vestido.
El príncipe se echó a reír y ella sintió que aquello era otro afrodisiaco más.
–Ven arriba conmigo –le pidió el príncipe mientras seguía besándola en el cuello–. No puedo hacerte mía aquí, alguien podría entrar.
Aquello hizo que Alexa lo agarrase con fuerza por los brazos y lo apartase de ella.
–No podemos… Yo no… ¡Suéltame!
Él la soltó de inmediato, respirando con dificultad.
–¿Qué ocurre?
–¿Que qué ocurre? –repitió ella–. Hemos estado a punto… Yo… Yo no he venido aquí a esto.
El príncipe hizo un esfuerzo por calmar su respiración y frunció el ceño.
–Entonces, ¿a qué has venido?
Todavía alterada por la experiencia que acababa de vivir, Alexa le respondió lo primero que se le pasó por la cabeza.
–He venido a pedirte que te cases conmigo.
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