El estudio del riesgo, el fracaso y el verdadero emprendimiento no lo contemplan los planes de estudio de las universidades, porque estas instituciones están orientadas a formar empleados para puestos seguros y de larga duración, salvo en los cursos aislados, que se ofrecen de vez en cuando, para marquetear la formación tradicional de los empleados.
Sin embargo, los emprendedores asumen los riesgos como hechos ciertos y propios de su quehacer y los enfrentan sin temor, porque tienen la certeza que son inherentes a un emprendimiento. Por lo tanto, siempre están en disposición de enfrentarlos.
El emprendedor que desea iniciar un negocio y quiere administrar bien el riesgo, sigue esta premisa: Aumentar al doble los costos de su proyecto y disminuirá la mitad los ingresos, lo que le permite ver resultados en su primer año de operaciones.
Dispuesto a asumir los fracasos y los errores
Si la palabra riesgo no está considerada en el lenguaje educativo de niños y adultos, para qué hablar de los fracasos y los errores. Pareciera que estuviera prohibido mencionar estos dos sustantivos en la formación media y universitaria, porque constituyen faltas de alto grado y peligrosidad, que deben ocultarse para que nadie ni siquiera sepa de ellos.
Un emprendedor moderno simplemente no tiene miedo de cometer errores para llevar adelante sus proyectos. ¿Por qué cometer los mismos errores, si existe una larga lista de nuevos errores por cometer? En consecuencia, hay que cometer errores inteligentes y no negligentes. Ser un emprendedor exitoso no es otra cosa que la sumatoria de fracasos bien concebidos. Los fracasos no existen, sólo existen los resultados. Para Henry Ford, el fundador de la empresa que lleva su apellido, el fracaso era la oportunidad para empezar de nuevo, pero con más inteligencia.
Con respecto al riesgo, Mark Zuckerberg, uno de los creadores de Facebook, advirtió que el mayor riesgo es precisamente no correr ningún riesgo. Luego agregó que en un mundo que cambia muy rápidamente, la única estrategia que garantiza fallar es no correr riesgos.
Atreverse a ser pionero
Atreverse a ser pionero es una difícil misión en un país y en un continente donde la costumbre es adaptarse a las nuevas tendencias que impone el mercado de los países desarrollados. A pesar de esta dificultad, hay muchos que se autodenominan pioneros en algún rubro del emprendimiento.
Se gastan millones de dólares en investigación en las universidades, y muchas de ellas emplean esos fondos para adaptar las nuevas tecnologías al paradigma anterior o, lo que es más delicado, no son utilizados para producir una real innovación que pueda beneficiar a las comunidades en que están insertas y a la misma humanidad. El escritor francés Victor Hugo, célebre autor de Los miserables, en el siglo XIX ya advertía que lo que conduce y arrastra al mundo no son las máquinas sino las ideas, a lo que la ingeniera industrial española Amparo Moraleda agregó, cuando estaba en IBM, que la innovación es un desafío y no un drama, una oportunidad y no una amenaza.
A los entusiastas del pasado y de las adaptaciones espurias, habría que darles el nombre de simples continuadores de las tendencias mundiales pero, desde ningún punto de vista, son innovadores.
Los que disfrutan del camino hacia la meta y no sólo de la llegada
A la empresa actual le sobran las palabras grandilocuentes que las definen y describen, los discursos moralistas y las reuniones estériles; le falta silencio activo y creador como también acción ejemplar y comprometida. Esta crítica se hace extensiva también al mundo de la formación educacional, excedida de diplomas, banalidades y, para colmo, contagiada con la enfermedad de la titulitis. La empresa actual se percibe huérfana de ideas, sueños, conflictos y desafíos concretos.
Los jóvenes emprendedores no quieren la protección del Estado, sino el despertar de sus pasiones y objetivos. No buscan la riqueza fácil, menos el poder político y están llanos a asumir los riesgos del emprendimiento. Todo lo contrario, los buscan, para generar bienestar a las generaciones futuras.
Ellos son diferentes a la denominada gente seria, que privilegia la razón en lugar de la pasión. La gente seria trabaja en grandes corporaciones aplicando sus conocimientos para el bienestar de la misma y, desgraciadamente, no reconoce a quienes buscan hacer cosas diferentes.
Sus aspiraciones van más allá del dinero
Mientras el emprendedor/pyme buscaba la riqueza y el bienestar material, las nuevas generaciones de emprendedores buscan su realización personal, su identidad, el sentido de la vida que lo diferencie de la masa, que le permita el día de mañana caminar con su hijo por la calle y decirle eso que vez ahí, lo hice yo.
Desean además dejar una marca en la vida, como lo hacían los pioneros en el viejo oeste norteamericano, que estampaban su nombre en las rocas, para hacer saber que habían estado en ese lugar y habían contribuido al desarrollo de su país.
¿Por qué cometer los mismos errores si hay tanto nuevos errores por cometer? Claro, pero como decíamos, cometer errores inteligentes y no negligentes.
Los nuevos emprendedores enseñan que determinar un alto nivel de objetivos constituye el primer paso para convertir lo invisible en visible, que son los cimientos de todo éxito en la vida. Es como si una inteligencia infinita llenara cualquier molde que se crea, usando como fuerza modeladora los propios pensamientos y emociones. Así lo dice una parte de este verso de Claude Bernard (1813-1878), fisiólogo francés: “Si piensas que estás vencido, lo estás; si piensas que no te atreves, no lo harás; si piensas que te gustaría ganar, pero no puedes, no lo lograrás; si piensas que perderás, ya has perdido; porque en el mundo encontrarás que el éxito empieza con la voluntad del hombre.”
Gente como Bernard enseñan que se puede soñar en grande. En vez de colocar nuestras experiencias en un dedal, hay que ponerlas en un tonel gigantesco. Hacer una obra maestra y no interpretar la vida a través de las pinturas de los demás.
“Si no puedes ser autopista, sé una senda; Si no puedes ser el Sol, sé una estrella. No es el tamaño el que dirá tu éxito o fracaso; pero sé el mejor de lo que puedas ser”, decía el poeta estadounidense Douglas Malloch (1877-1938)
La acción emprendedora nace con un sentimiento de insatisfacción de la persona, principalmente con lo que le está pasando en su carrera profesional. Un sentimiento de frustración y disgusto que, en algunos casos, no lo deja dormir y lo torna irritable. Nace el deseo de dejar un testimonio en la vida, algo que lo sustente en el futuro, una razón para sentirse importante.
Comienza así la búsqueda de algún producto o servicio que pueda generar el desarrollo de un nuevo negocio, que solucione el problema a un consumidor siempre en la búsqueda de nuevas cosas. En este sentido, hay que tener presentes los grandes éxitos desarrollados en los últimos años por emprendedores en las áreas de la biomedicina, servicios, telecomunicaciones, computación y otros, que estuvieron dispuestos a asumir riesgos, endeudarse financieramente, hacerse de responsabilidades para las que no se habían preparado ni se las habían enseñado en la universidad, desarrollar planes de negocios, dejar sus trabajos seguros y comprometer a la familia en proyectos considerados por muchos como riesgosos y poco probables de tener éxito.
En síntesis el entrepreneur ship o desarrollo emprendedor, es una actitud positiva hacia la gestación de negocios y constituye una tecnología que se puede aprender, para romper con el paradigma clásico que dice que se nace bueno para los negocios.
La mentalidad del empresario moderno se modifica actualizándose. Ya no existe aquel heroico empresario del pasado que todo lo enfrentaba con temeridad, incluso con sacrificios de todo orden, con el único afán de vencer la adversidad.