Jesucristo es el Señor. Justo Gonzalez. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Justo Gonzalez
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Религия: прочее
Год издания: 0
isbn: 9786124252686
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y proyectos, ahora me dedico principalmente a alentarlos en colegas más jóvenes, quienes tienen mayores proba­bilidades de realizarlos. En cuanto al idioma, hoy me interesa, sobre todo, la cuestión de cómo un lenguaje que —como todos— refleja la violencia, las conquistas y los prejuicios que le dieron forma, puede adaptarse a mejores propósitos.

      Por otra parte, al prepararse esta tercera edición, tuve que plantearme de nuevo la cuestión que me confrontó en ocasión de la segunda, es decir, hasta qué punto debía cambiar, corregir o aclarar lo que dije hace ya tantos años. Al respecto, creo que todavía son válidas las tres razones que aduje entonces para no variar el texto sustancialmente:

      En primer lugar, porque, para sorpresa mía, aparte del lenguaje en lo que se refiere a la inclusión del sexo femenino, y de algunas alusiones a la fecha en que lo escribí, no encontré nada que realmente fuera necesario cambiar. Esto indica que, si bien mi teología ha cambiado y evolucionado, lo ha hecho en continuidad con lo que fui y lo que dije anteriormente. Ciertamente, si hoy fuese a escribir un ensayo sobre el tema del que ahora se reimprime, incluiría muchas cosas que no traté entonces —por ejemplo, la importancia del contexto en la labor teológica, así como de las cuestiones culturales, económicas y políticas—. Pero no dejaría de decir lo que dije entonces.

      En segundo lugar, decidí no volver a escribir lo anteriormente publicado, porque como his­toriador me siento en la obligación de respetar la historia. Lo que dije hace un tercio de siglo necesita corrección y amplificación; pero no de tal modo que se oculte lo que dije entonces.

      En tercer lugar, me he sorprendido al releer lo escrito, y ver su pertinencia para la nueva situación al referirnos al siglo xxi. Ciertamente, al escribir una historia de la iglesia plantearía varias preguntas que no hice entonces. Pero con todo y eso, estoy convencido de que lo que se dice en las páginas que siguen será de valor para los cristianos y cristianas del siglo xxi, en su tarea de dar testimonio en esta nueva edad de lo que ha sido y será cierto a través de las edades: que Jesucristo es el Señor.

      Como en la edición anterior, todo esto me ha llevado a limitar las correcciones que he realizado. Algunas son cuestión de estilo o de aclaración mediante alguna breve frase de algo que estaba oscuro. También se ha actualizado la acentuación ortográfica según las nuevas reglas de ortografía de la Real Academia Española, las cuales omiten la tilde en el adverbio “solo” —es decir, solamente— y en los pronombres demostrativos como este, ese, aquel, etc., en algunos casos.

      Lo que sí he hecho es añadir, luego de cada una de las secciones principales del libro, unos breves comentarios que llevan por título “Notas para un nuevo siglo”. Estas han de leerse como aclaraciones, añadiduras y puestas al día de lo que se dice en la sección que precede a cada nota.

      También me parece necesario aclarar que este opúscu­lo, aunque es de carácter histórico, no pretende explicar ni matizar todo lo que se dice. Por ejemplo, a pesar de que podría decirse y debatirse mucho sobre cuestiones tales como la “conversión” de Constantino y del Imperio romano, me he limitado sencillamente a mencionar los hechos y tratar sobre algunas de sus consecuencias.

      Por lo demás, termino este prefacio reafirmando lo que dije en 1998. Me place que se haya decidido reeditar este libro por tanto tiempo agotado (ahora por Ediciones Puma), pues así se me da la oportunidad de proclamar una vez más lo que creí en la década de los sesenta, creo todavía y seguiré creyendo por la eternidad: que por encima de todos los tiempos, todos los regímenes, todas las ideologías, por encima de la vida y de la muerte, y hasta de todas las teologías y religiones,

      ¡Jesucristo es el Señor!

      ¡A él sea la gloria por todos los siglos!

      Justo L. González

      Decatur, GA

      Navidad del 2010

      Prólogo

      Basta un somero análisis del Nuevo Testamento para concluir que el meollo del mensaje proclamado por los primeros predicadores cristianos fue el señorío de Jesucristo. Para ellos, no había duda de que a Aquel que voluntariamente marcara como límite de su humillación la muerte vergonzosa de la cruz, Dios le había dado el más alto honor y el nombre más importante de todos: Kyrios, Señor. Y, nutridos de la esperanza de que un día la soberanía de Jesucristo sería reconocida universalmente, se esparcieron por el mundo con las buenas nuevas de que “todos los que invocan el nombre del Señor serán salvados”. Es que Jesús mismo les había dicho: “A mí se me ha dado toda autoridad en el cielo y en la tierra. Vayan, pues, a las gentes de todas las naciones y háganlos mis discípulos”.

      Jesucristo es el Señor: esto fue punto de partida a la vez que meta, confesión al mismo tiempo que mensaje, de la misión cristiana en tiempos neotestamentarios. Pero fue también el fundamento sobre el cual la iglesia de los primeros siglos erigió, mediante la reflexión teológica, una fortaleza para hacer frente a los desafíos representados sucesivamente por el judaísmo, el culto imperial y la filosofía pagana. Así lo demuestra este pequeño libro.

      Se trata estrictamente de un ensayo histórico. Como tal, se caracteriza por la ya conocida seriedad del autor de esas dos obras monumentales: la Historia del pensamiento cristiano y la Historia de las misiones. Otra vez Justo L. González ha demostrado que en él la iglesia cuenta actualmente con uno de los más competentes narradores de su historia.

      Decía José de la Luz y Caballero que “la infancia gusta de oír la historia; la juventud, de hacerla, y la vejez, de contarla”. González parece decirnos que no es necesario esperar la vejez para contar la historia y que, antes de tratar de hacerla, la juventud debe ejercitarse en el arte de escucharla. Su invitación a hurgar en el pasado es urgente, puesto que se dirige a una “iglesia joven” —la iglesia en Latinoamérica— que ha perdido casi por completo la memoria de su origen y desarrollo históricos.

      Efectivamente, en estas tierras es muy poco lo que sabemos de nuestro pasado. Tenemos un conocimiento vago de los comienzos de la iglesia según Los Hechos de los Apóstoles y una noción superficial de la Reforma, eso es todo. Los “padres de la iglesia” o los “apologistas griegos” pertenecen a épocas pretéritas y nos tienen sin cuidado; las herejías de los primeros siglos, como el docetismo, el gnosticismo y el ebionismo, a lo mucho las conocemos de nombre. En una palabra, carecemos de perspectiva histórica. Por lo mismo, estamos mal equipados para hacer frente a las cuestiones que el mundo moderno nos plantea como cristianos. Somos una iglesia sin reflexión teológica, lo cual equivale a decir: una iglesia que fácilmente se convierte en presa de las ideologías de turno o los entusiasmos del momento. “Sin mucha teología es posible tener un hombre pero no una iglesia fiel a Dios. Será primero una iglesia débil y luego una iglesia mundana; no tendrá la firmeza nece­saria para resistir la superficialidad del mundo, sus claras definiciones y sus métodos positivos” (P. T. Forsyth).

      En este contexto, la labor literaria de González tiene una importancia singular: es una recuperación de la memoria de nuestro pasado como movimiento histórico y como pueblo de Dios. Y esta toma de conciencia del pasado no puede menos que colocarnos en mejores condiciones para el cumplimiento de la misión que como iglesia tenemos en el presente. En el caso de este libro, lo que el autor nos ofrece es más que un nuevo ensayo histórico: es un modelo para la reflexión teológica. A riesgo de caer en una simplificación, nos atrevemos a sugerir brevemente tres pautas que se podrían derivar de ese modelo y que tienen vigencia para la teología de hoy:

      1. Pensar teológicamente es pensar desde el punto de vista de Dios, que nos es dado en la revelación, lo cual equivale a pensar desde la perspectiva del Señor Jesucristo, en quien se revela Dios. En otras palabras, el punto de partida de la teología es Jesucristo.

      2. La teología solo tiene sentido cuando se pone al servicio de la iglesia. No es un fin en sí, sino un medio para la confirmación de los creyentes y la comunicación del evangelio. Tiene sentido en función de la vida y misión de la iglesia.

      3. La teología cumple su propósito en cuanto toma en serio los desafíos que el mundo contemporáneo pre­senta a la fe cristiana. La respuesta a los interrogantes del hombre de hoy, no puede limitarse a apelar a la experiencia