Cuando creemos por primera vez, vemos a Dios el Padre en Cristo. No tenemos que hacer la petición que hizo Felipe: “Felipe le dijo: Señor, muéstranos el Padre y nos basta”, porque habiendo visto a Cristo por la fe, ya hemos visto al Padre también (John 14:8-9). David anhelaba esta visión: “Dios, Dios mío eres tú; de madrugada te buscaré; mi alma tiene sed de tí, mi carne te anhela... para ver tu poder y tu gloria, así como te he mirado en el santuario” (Salmo 63:1-2). En el tabernáculo había sólo una representación obscura de la gloria de Dios. ¡Cuánto más deberíamos valorar la visión que nosotros tenemos de Él, aunque sea “como en un espejo”! (2 Corintios 3:18). Moisés había visto muchas obras maravillosas de Dios, pero él sabía que la satisfacción verdadera consistía en ver la gloria de Dios. Por eso oraba: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Exodo 33:18). Es solamente en Cristo que podemos tener una visión clara y distinta de la gloria de Dios y sus excelencias.
La sabiduría infinita es una parte de la naturaleza divina y la fuente de todas las obras gloriosas de Dios. “¿Pero dónde se hallará esta sabiduría?” (Job 28:12) Podemos conocer esta sabiduría con su resultado y su efecto más grande, la salvación del alma. El apóstol Pablo fue llamado a “aclarar a todos cual sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que creó todas las cosas; para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora dada a conocer por medio de la Iglesia, a los principados y potestades en los lugares celestiales” (Efesios 3:9-10). La sabiduría divina manifestada en el mundo creado, aunque sea muy grande, es pequeña comparada con la sabiduría de Dios dada a conocer en Cristo Jesús. Pero solamente los creyentes conocen esta sabiduría de Dios en Cristo; los incrédulos no la pueden ver (vea 1 Corintios 1:22-24). Si somos sabios para conocer esta sabiduría en Cristo, tendremos “gozo inefable y glorioso” (1 Pedro 1:8).
Debemos considerar también el amor de Dios como parte de esta sabiduría divina, “porque Dios es amor” (1 John 4:8). Las mejores ideas humanas acerca de Dios son imperfectas y afectadas por el pecado. Los mundanos piensan que Dios es “todo bondad” y que es parecido a los hombres (vea Salmo 50:21). Aquellos que no conocen a Cristo no se percatan de que, aunque Dios es amor, Su ira “es manifiesta desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres”(Romanos 1:18). Entonces ¿cómo podremos conocer el amor de Dios y ver Su gloria en dicho amor? El apóstol nos dice: “En esto se mostró el amor de Dios para con nosotros, en que Dios envió a su Hijo unigénito al mundo, para que vivamos por él” (1 John 4:9). Esta es la única forma en que Dios revela a nosotros de que El es amor. Estaríamos todavía en completa oscuridad si el Hijo de Dios no hubiera venido para mostrarnos la verdadera naturaleza y actividad del amor divino. Ahora podemos ver cuán hermoso, glorioso y deseable es Cristo, como Aquel que nos enseña que Dios ama la gloriosa santidad y justicia.
Viendo esta gloria es la única manera en que podemos obtener santidad, consuelo y preparación para la gloria eterna. Por lo tanto, considere lo que Dios ha dado a conocer acerca de sí mismo en Su Hijo, especialmente Su sabiduría, amor, bondad, gracia y misericordia. La vida de nuestras almas depende de estas cosas. Puesto que el Señor Jesucristo es el único camino señalado para recibir estas bendiciones, ¡cuán extremadamente glorioso debería ser ante los ojos de los creyentes!
Hay algunos que ven a Cristo sólo como un gran maestro, pero no como la manifestación única del Dios invisible. Pero si usted tiene un deseo por las cosas celestiales, le pregunto: ¿Por qué ama a Cristo y confía en El? ¿Por qué le honra y desea estar con El en el cielo? ¿Puede usted dar una razón de por qué hace estas cosas? ¿Es una de las razones el hecho de que usted vea la gloria de Dios en la salvación del pecado, (gloria la cual de otro modo le hubieran estado oculta eternamente)? Hay una profecía de que en los tiempos del Nuevo Testamento nuestros “ojos verían al Rey en su hermosura” (Isaías 33:17). ¿Cuál es la hermosura de Cristo? Consiste de que El es Dios y es la gran representación de la gloriosa justicia de Dios para nosotros. ¿Quien puede describir la gloria de este privilegio de participar en Su justicia? ¡Que nosotros que nacimos en oscuridad e ignorancia y que merecíamos ser echados a las tinieblas de afuera, hayamos sido traídos a la maravillosa “luz del conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Jesucristo”! (2 Corintios 4:6)
La incredulidad ciega los ojos del entendimiento de muchas personas. Aún entre los que dicen tener conocimiento de Cristo, parecen pocos que entienden Su gloria y que sean transformados a Su semejanza. Nuestro Señor Jesucristo dijo a los fariseos, no obstante su jactancia de poseer el conocimiento de Dios: “Nunca habéis oído su voz, ni habéis visto su parecer.” (John 5:37) Es decir, no le conocían realmente y no tenían una visión espiritual de Su gloria. Nadie jamás llegará a ser semejante a Cristo simplemente imitando sus obras y acciones, o poseyendo un conocimiento intelectual de Él. Solamente una visión de la gloria de Cristo, viéndole digno de toda adoración y servicio, tiene poder para hacer a un creyente semejante a Él.
La verdad es que los mejores de entre los creyentes son muy negligentes para dedicar mucho tiempo a la meditación de este asunto. Los pensamientos acerca de la gloria de Cristo son muy altos y muy difíciles para nosotros. No podemos deleitarnos en ellos por mucho tiempo sin sentirnos cansados y obstaculizados en esta labor; y no obstante, ver la gloria de Cristo es lo que haremos en el cielo por toda la eternidad sin ningún cansancio. Lo que al presente nos obstaculiza es nuestra falta de visión, y el hecho de que nuestros deseos y pensamientos se ocupan de otras cosas. Si nos animáramos más para contemplar “las cosas en las cuales anhelan mirar los ángeles” (1 Pedro 1:12), nuestro entendimiento y fuerza espiritual se incrementarían cada día. Entonces ¡manifestaríamos más de la gloria de Cristo por nuestra manera de vivir, y aún la muerte misma nos sería bienvenida!
Hay personas que confiesan que no entienden estas cosas, y además, que tal entendimiento de la gloria de Cristo no es necesario para vivir la vida cristiana práctica. Mi respuesta a esta objeción es lo siguiente:
1. No hay nada más plena y claramente revelado en el evangelio que el hecho de que Jesucristo es la manifestación del Dios invisible, y que al verle a Él, también vemos al Padre. Esta es la verdad y el misterio fundamental del evangelio. Si esta verdad esencial no es recibida y creída, todas las demás verdades bíblicas son inútiles para nuestras almas. Si aceptamos a Cristo solo como un gran maestro, pero no aceptamos la verdad de Su carácter único y divino, entonces todo el evangelio se convierte en una fábula.
2. La razón principal por la cual la fe nos ha sido dada es a fin de que veamos la gloria de Dios en Cristo y fijando la visión en Él, seamos transformados para adorarle y servirle. Si no poseemos este entendimiento (el cual es dado por el poder de Dios a todos aquellos que creen), no conoceremos cosa alguna del misterio del evangelio. (vea Efesios 1:17-19; 2 Corintios 4:3-6)
3. Cristo es infinitamente glorioso y muy por encima de toda la creación. Es solamente a través de El que la gloria del Dios invisible es más plenamente conocida por nosotros, y es sólo por El que la imagen de Dios es renovada en nosotros.
4. La fe en Cristo como Aquel que nos revela la gloria de Dios para adorarle y servirle es la raíz de la cual crece toda práctica cristiana. Cualquiera que no tiene esta clase de fe, no puede ser un cristiano verdadero.
A aquellos que esta enseñanza les parezca algo nuevo pero que no son enemigos de la verdad de la gloria de Cristo, les daré los siguientes consejos:
1. El privilegio más grande en esta vida es el de ver la gloria del Padre en toda Su santidad manifestada en Cristo: “Y esta es la vida eterna, que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a Jesucristo a quien has enviado” (John 17:3). A menos que usted valore este conocimiento de Él como un gran privilegio, nunca podrá disfrutarlo.
2. El conocimiento de Cristo es un misterio, el cual