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© 2020 Louise Fuller
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Todo empezó con un baile, n.º 2797 - agosto 2020
Título original: Craving His Forbidden Innocent
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
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I.S.B.N.: 978-84-1348-644-4
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
BAUTISTA Caine se colocó en silencio el teléfono contra la oreja y, con un imperativo gesto de la cabeza, le ordenó a su asistente personal que se marchara. Entonces, centró toda su atención en la voz de su hermana.
En realidad, el mensaje de Alicia no contenía nada nuevo. Más o menos, era lo mismo que lo que le había dicho el fin de semana: que le estaba muy agradecida, que Bautista era el mejor hermano que ella podía tener y que ella le quería mucho, pero no por ello resultaba menos agradable escucharlo.
Bautista torció el gesto. Había sido una conversación difícil, como no podía ser de otra manera cuando el tema del que se hablaba era Mimi Miller. Sintió que los hombros se le tensaban contra la americana que llevaba puesta.
Mimi, con su largo cabello rubio, piernas aún más largas y unos sedosos labios que se fundían con los de Bautista en un beso que él no había podido olvidar nunca… Un beso que había ahogado el sentido común y la consciencia y que lo había turbado hasta lo más profundo de su ser.
Apretó los dientes al sentir que su cuerpo se tensaba como un perro de caza al olisquear su presa. Ella era como la infame falsa moneda y, probablemente, lo sería siempre dado que nada de lo que Bautista le había dicho a su hermana parecía poder hacerle cambiar la opinión que tenía de Mimi. Tan solo un día antes, ella le había asegurado con vehemencia que a Mimi le faltaba seguridad en sí misma.
Habían pasado casi dos años desde que él había enviado a su hermana a Nueva York con la intención evidente de que tuviera la oportunidad de aprender de primera mano el funcionamiento diario de la fundación benéfica Caine. Bautista había dado por sentado que la distancia geográfica y el hecho de que ella conociera personas nuevas y, en opinión de Bautista, más adecuadas, pondría fin de una vez por todas a la incomprensible y desafortunada amistad con Mimi.
Se había equivocado.
Miró por la ventana hacia los narcisos que adornaban el jardín de su residencia familiar de Londres y entornó los ojos oscuros mientras pensaba en la próxima boda de su hermana con Philip Hennesy.
La noticia no le había sorprendido ni le había disgustado, pero le había ocurrido todo lo contrario con el inesperado anuncio de su hermana de que quería que Mimi fuera su dama de honor. No estaba seguro de lo que le había sorprendido más, si el hecho de que las dos aún siguieran siendo amigas después de tantos meses de separación o que su hermana le hubiera ocultado a él la amistad que seguía existiendo entre ambas.
En realidad, eso no era del todo justo.
Estaba seguro de que, si le hubiera preguntado a Alicia sobre Mimi, ella le habría contado todo lo que quisiera saber. Sin embargo, él no había preguntado nada. Ni siquiera había querido escuchar el nombre de Mimi y mucho menos tener que enfrentarse con el recuerdo de la última vez que la vio. Le había resultado más fácil dar por sentado lo de ojos que no ven, corazón que no siente.
Desgraciadamente, a pesar de lo mucho que él se esforzaba por conseguirlo, Mimi nunca estaba lejos de su pensamiento. ¿Cómo iba a estarlo? Cada vez que Bautista veía a su padre, le recordaba el daño causado por los poco honestos parientes de ella y, peor aún, las escasas horas en las que había permitido que sus más primitivas necesidades hicieran desaparecer el deber que tenía para salvaguardar a su familia.
Respiró lentamente para aliviar el nudo que tenía en los hombros.
Como siempre cuando se permitía pensar en el vigésimo primer cumpleaños de su hermana, sintió la misma mezcla de ira y de arrepentimiento. Y, como siempre, se dijo que había sido una excepción, una pérdida momentánea del sentido común en la que había bajado la guardia cuando ella lo miró de aquella manera, porque, hasta aquel momento, había considerado a Mimi una niña.
Después, había tratado de decirse que no era culpa de Mimi. Ella no había elegido ser pariente de sangre de un par de delincuentes y no la había culpado por