»Toda nuestra relación se trató de que yo hiciera lo que tú querías. Tú decidías cuándo nos veríamos y qué haríamos. Siempre escogías el restaurante. ¡Incluso has intentado decir cómo y cuándo terminaría nuestra relación!
–¿De qué estás hablando? –Retrocede un paso, con una arruga de confusión en su ceño.
–No soy ciega, V. Capté cada uno de tus comentarios de «la distancia es tan dura» y «conservar a las parejas del instituto en la universidad es casi imposible». Sé que planeabas romper conmigo cuando te fueras a la universidad.
–Nunca dije que quisiera romper contigo. –Las lágrimas arden en los ojos de Veronica, pero ella no las deja caer–. No me equivoco. Las relaciones a distancia son duras, pero creo que podemos lograrlo. Quiero que lo logremos.
–Es no importa. Ya no. –La rodeo y me dirijo al automóvil–. Es demasiado tarde para regresar a lo que teníamos.
–¿Por qué? –Aferra mi muñeca con fuerza–. ¿Por qué no podemos regresar?
Ella nunca lo entenderá. Esa revelación se lleva todo mi ánimo de pelear y solo me deja un dolor de cabeza. Con cuidado, retiro mi muñeca de su mano.
–Porque –digo, con la voz tan baja que casi es consumida por las lágrimas–, estoy aquí parada, diciéndote cuánto me has lastimado y no puedes oírlo. –Mis ojos se llenan de lágrimas. He perdido las fuerzas para ocultarlas–. Rompiste mi corazón y ni siquiera lo has notado. ¿Cómo puedo…? –Se me cierra la garganta y aparto la vista–. ¿Cómo podría confiar en que vuelvas a unir las piezas?
Con eso Veronica se queda en silencio. Levanto la vista y la descubro observándome, pero no habla.
No espero que lo haga. No queda nada más que decir. Vuelvo a girar para marcharme.
–Esta conversación no está terminada.
Mi respuesta se clava a mi garganta. No puedo siquiera mirarla.
–Sí. Lo está.
6
La confrontación con Veronica deja mis nervios expuestos y agitados. Ignoro los intentos de mis padres de hablar al respecto y en su lugar decido pasar el resto del fin de semana encerrada en mi habitación, escuchando a todo volumen lo que otros podrían considerar como una selección musical extraña. Para mí, es como comida de consolación, caliente y tranquilizadora. Mi lista musical varía entre heavy metal a los gritos, temas de programas de corazones rotos y baladas pop desoladoras. Escucho mis canciones de ruptura preferidas una y otra vez, mientras sollozo hasta no poder respirar. Hasta que mi madre me suplica que escuche otra cosa. Lo que sea.
Es entonces cuando cambio por mis auriculares y lanzo mi dolor sobre un lienzo, sin importar cuánta pintura se salpica en mi ropa.
El lunes, mis manos aún están cubiertas de colores vibrantes y me toma siglos limpiar mi piel al alistarme para el trabajo. En algún momento de anoche, mi interior se movió y reorganizó para reemplazar un dolor pulsante por una rabia asfixiante. No puedo creer que Veronica me costara un mes de entrenamiento e hiciera que me dejaran fuera de la lección de la próxima semana. Ella sabe lo mucho que he ansiado aprender la siguiente fase de magia. Apuesto a que ni siquiera le importa.
El aroma a café me atrae a la cocina, pero tomo una bebida energizante en su lugar. El café podrá oler muy bien, pero sabe a tierra. Cuando me desplomo en mi silla frente a la mesa de la sala, mi madre desliza un plato de huevos revueltos y pan con mantequilla frente a mí.
–¿Tienes jornada extendida hoy? –pregunta mi padre al aparecer en la sala con su termo de café. Está vestido para la corte; cambió sus usuales corbatas ridículas por una gris pizarra. Ha tenido una sobrecarga de casos desde que su jefa, la fiscal del distrito, tomó licencia por maternidad, y pasa más tiempo en la corte del usual.
–Ajá. –Me pregunto si los amigos policías de mi padre tendrán alguna teoría para él acerca del fogón del fin de semana. La alarma de mi móvil suena, una advertencia de que me quedan cinco minutos antes de tener que salir de la casa. Tomo otro bocado antes de tragar el primero.
Mi padre le da un beso de despedida a mi madre.
–Ten un buen día –exclama mientras se dirige a la puerta.
Y entonces solo quedamos mi madre y yo. Bien.
Intenta hacer conversación, me pregunta sobre mi arte y mis planes para la semana, pero yo suelto respuestas de una palabra.
–En verdad quisiera que dejaras de estar enfurruñada. –Bebe su café, con las cejas en alto mientras espera mi respuesta.
–No estoy enfurruñada. Estoy comiendo. –Mi móvil vuelve a sonar. Si no me marcho en dos minutos llegaré tarde–. Lo siento, mamá. Tengo que irme. –Meto el pan en mi boca y deposito el plato con huevo a medio terminar sobre la mesada de la cocina. Casi llegué a la puerta cuando mi madre me llama.
–Hannah. Espera.
–Mamá, llegaré tarde. –Espero. Pero no pacientemente.
–Yo solo… Sé que ha sido un fin de semana difícil para ti. –Su rostro se suaviza por primera vez desde el castigo de mi abuela–. Las lecciones de lady Ariana podrán parecer duras, pero todo lo que hace es por el bien del aquelarre. Ella te ama.
–¿Tu antigua alta sacerdotisa era tan severa? –Mi madre solía pertenecer a un aquelarre más pequeño en un pueblo costero a unas horas de Seattle. Se mudó a Salem por un trabajo en la universidad y, cuando se enamoró de mi padre, se quedó.
Hace una pausa, demasiado larga como para estar diciendo la verdad.
–No importa. Tengo que irme. –Atravieso la puerta principal justo cuando la última alarma suena en mi móvil.
Conduzco al trabajo en una nebulosa de enfado. No soy tonta. Entiendo por qué necesitamos leyes estrictas (quedar expuestos sería catastrófico), pero desearía que mis padres pudieran defenderme de vez en cuando. Desearía que mi abuela fuera más parecida a la de Gemma, alguien que hornee dulces y de pijamadas. Una abuela que me malcríe, me deje estar despierta hasta tarde y haga mis comidas preferidas.
Con esa particular punzada de celos amargando mi desayuno apenas comido, llego al Caldero Escurridizo. Las luces están encendidas, pero el letrero que dice CERRADO aún mira hacia afuera.
–¿Lauren? –llamo a mi jefa al empujar la puerta que ya está destrabada. Mi pecho se comprime cuando ella no responde de inmediato–. ¿Estás aquí? ¿Debo cambiar el letrero?
Una silla rechina en algún lugar en la parte trasera de la tienda. Me tenso y mi magia se enciende en busca del aire a mi alrededor. Acallo la magia y entierro el impulso.
–¿Lauren?
–Estoy con un cliente. Adelante –su voz flota por la tienda como el incienso, con una brisa suave, y el poder que gira bajo mi piel finalmente se relaja.
Cambio el letrero a ABIERTO y me dirijo a la caja para registrar mi entrada. Ingreso mi contraseña de cuatro dígitos al tiempo que una cortina a mi izquierda se agita, luego se abre. Lauren está de pie del otro lado con un hombre, de espaldas a mí. No puedo escuchar lo que dice, pero provoca que mi jefa se sonroje. Lauren señala la puerta y el hombre gira.
Mierda.
Detective Archer. En mi trabajo. ¿Qué está haciendo aquí? Cuando el detective