—Es muy fuerte —le recuerdo—. Antes te gustaban más frescos.
—Pero todo cambia, querida. Ahora me gusta envolverme en aromas más aterciopelados.
—Hablas como en un anuncio —le reprocho.
—A lo mejor. Estamos en la edad en la que tenemos que anunciarnos bien.
Al mirarla de frente veo que hay algo diferente en su rostro.
—Ya te has dado cuenta. Has tardado, pero ya has visto la novedad.
—¿Te has puesto bótox en los labios?
—¡No! Qué barbaridad. Por supuesto que no.
—Pues …
—Es ácido hialurónico. Da volumen y corrige las arrugas.
—Pero si estás preciosa sin nada de eso. Siempre has sido la más guapa.
—El tiempo no pasa en balde. Ni para ti ni para mí.
—Yo nunca me voy a poner nada en la cara —afirmo tajante.
—Eso mismo decía yo.
—Eso decíamos hace años, cuando empezamos a ver mujeres a las que se les notaba de lejos que se habían operado.
—Yo no pienso lo mismo que hace treinta años. ¿Tú sí?
—Yo tampoco —le contesto y la vuelvo a abrazar.
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