–Pasillo. No me gusta mirar por la ventanilla –le dijo con cierto tinte de temor en su voz.
Fabrizzio subió su equipaje y esperó a que ella le tendiera su maleta.
–Será mejor que pases a tu asiento, o no nos moveremos. Que sepas que agradezco tu detalle –le dijo mientras cargaba con su maleta y se disponía a guardarla. Se estiró hasta que la camisa y el top se le salieron del pantalón, y Fabrizzio se quedó clavado en la porción de piel que había quedado al descubierto. Sintió deseos de pasar su dedo por encima, dejarlo resbalar hacia el borde del vaquero y tirar de este para que Fiona cayera sobre él. Entonces no tendría compasión con ella.
Pero, para su sorpresa, el destino pareció leer sus pensamientos y de repente Fiona aterrizó sobre él debido al intenso tráfico que se había producido en el pasillo. La recibió entre sus brazos y sus rostros volvieron a quedar separados por escasos centímetros. Fabrizzio estaba apoyado prácticamente contra la ventanilla con ella encima, mirándola con un gesto de sorpresa por haber acabado así. Fiona se humedeció los labios e intentó incorporarse pero, por algún motivo, no podía. Y no se trataba de que su pierna estuviera algo atrapada entre los asientos. Que él la sujetara con aquella mezcla de firmeza y delicadeza. O que de repente sintiera que uno de sus dedos le acariciaba de manera perezosa la piel de su espalda, por debajo de la camisa y camiseta que se habían salido del pantalón. Se trataba de que entre sus brazos se sentía reconfortada. Los dedos de él jugaron con algunos mechones que se habían soltado y ahora caían libres sobre su rostro. Fiona sopló intentando alejarlos de este mientras Fabrizzio sonreía divertido y los devolvía a su lugar. Fiona sintió un escalofrío cuando notó el dedo de él trazando el contorno de su oreja. Fabrizzio se quedó eclipsado por el brillo magnético de sus ojos. Y se preguntó en qué momento pensó en ella como su compañera. No sabría decirlo con exactitud, pero aquella mujer le había arrebatado la cordura. Sin saberlo. Sin pretenderlo. Fiona se mordió el labio, presa de una agitación extrema, sintiendo el influjo que Fabrizzio ejercía sobre ella. Ese magnetismo que la había sorprendido desde el primer momento que lo vio en la taberna. ¿Cómo era posible que sintiera eso por él? Cerró los ojos y se acercó dispuesta a besarlo, le bastaba por ahora con un leve y suave roce de sus labios para seguir adelante.
–Por favor, ¿me permite? –preguntó la voz de un hombre mayor–. ¿Necesita ayuda?
Fiona sintió que su momento mágico acababa de esfumarse. Cerró los ojos y sonrió con timidez, mientras Fabrizzio la ayudaba a incorporarse y por fin se sentaba.
–Estos aviones son muy estrechos –le dijo el hombre, que parecía una especie de gnomo por la barba que lucía y sus diminutas gafas redondas.
–Sí. Me empujaron y caí –le comentó algo azorada por la situación. Le costaba respirar y su rostro enrojecía por momentos.
–Bueno, estoy seguro de que al caballero no le habrá molestado –comentó lanzando una mirada a Fabrizzio y saludándolo con la mano.
Este le devolvió el saludo y desvió su atención hacia la ventanilla para que Fiona no viera su gesto de sorna. Pero cuando sintió el codo de ella golpearlo y se percató de su gesto de advertencia en su mirada, comprendió que con ella no habría un momento de descanso. Fabrizzio se encogió de hombros y la miró sin comprender su gesto.
–Por cierto –le dijo mostrando en alto sus gafas y esbozando una sonrisa de complicidad con ella–. Se te cayeron en tu accidentado aterrizaje.
–Muy gracioso –le espetó arrebatándoselas literalmente de la mano.
Se las puso y apoyó la cabeza contra el respaldo de su asiento, dispuesta a disfrutar del vuelo. No cruzaría una sola palabra con él hasta llegar a la terminal de Pisa. Ahora, oculta tras sus gafas y más tranquila que hacía cinco minutos, rememoró la escena en su mente. La mirada de asombro de él, su tímida sonrisa, sus manos sujetándola por la espalda. No pudo resistirse cuando sintió su delicadeza y su corazón latiendo a mil en aquel reducido espacio. Decidió relajarse y no pensar más en aquello. Ahora mismo su promesa de no acercarse a él y de ser una profesional se había quedado en la terminal del aeropuerto de Edimburgo.
Fabrizzio echó un vistazo a unos documentos que había subido al avión. El vuelo duraba casi tres horas y prefería ir avanzando algo de trabajo. Desvió su mirada en un par de ocasiones hacia ella y la descubrió durmiendo relajada. Seguramente la noche anterior había sido dura, igual que para él. ¿Había dicho en serio que había echado de menos que le prepara el café? La pregunta quedó grabada en su mente. Sin duda que tendría oportunidad de que se lo aclarara. No iba a dejar las cosas de esa manera. Pero lo que más le había sorprendido era que hubiera querido besarlo cuando se cayó sobre él en el asiento. Sí. Lo había percibido en su mirada. Se había inclinado hacia él dispuesta a besarlo, y él deseoso de recibirla. Pero en último momento, el destino había decidido que no era el momento para ello.
Fabrizzio contempló por la ventana que se estaban aproximando al aeropuerto de Pisa. Miró a Fiona detenidamente y le dio la impresión de que seguía dormida, ya que no emitía ningún sonido, salvo su respiración relajada. Sonrió mientras le levantaba las gafas y al hacerlo se encontraba con los ojos de ella entreabiertos.
–¿Qué sucede? –le preguntó mientras ella misma se sujetaba las gafas en lo alto de la cabeza.
–Estamos llegando. Vamos a aterrizar.
–¿Ya? –le preguntó sorprendida, como si el viaje le hubiera parecido relativamente corto–. Me ha parecido corto.
–No me extraña, te has pasado dormida las tres horas de vuelo.
Fiona asintió mientras se inclinaba sobre él para poder echar un vistazo por la ventanilla y ver el aeropuerto de Pisa. No pareció que fuera muy consciente de su acto, pero sí Fabrizzio, quien sintió que apoyaba la mano sobre su pierna. Fiona asintió antes de retirarse a su asiento, pero entonces se fijó en la expresión de desconcierto en el rostro de él.
–¿Por qué me miras así?
–Creí haberte escuchado decir que no querías ventanilla –le recordó con una de sus sonrisas.
–Y no me gusta. Pero quería echar un vistazo ahora que vamos a aterrizar –le dijo mientras se acomodaba en su asiento–. Dime, ¿qué has hecho durante el viaje, aparte de estar centrado en esos documentos? ¿Mirarme a ver si dormía? –le preguntó, no sin cierta sorna, al tiempo que arqueaba una ceja en clara señal de suspicacia y emitía una especie de ronroneo.
Fabrizzio sonrió divertido ante su último comentario.
–¿Por qué estás tan segura de que te he estado mirando?
–No lo sabía, pero tu pregunta y tu rostro te han delatado –le respondió con un toque de orgullo en su voz. Se colocó las gafas y esbozó una sonrisa de triunfo al descubrir que así había sido.
Fabrizzio se quedó sin habla ante aquella magnífica deducción. Sí, era cierto que la había contemplado dormir. Le gustaba la tranquilidad y la paz que desprendía. Recordó que la noche que durmió en su cama se despertó de madrugada y la contempló mientras dormía plácidamente. Con la espalda desnuda, al descubierto para que él pudiera admirarla. Sus cabellos esparcidos sobre la almohada. Su respiración pausada. Sus labios entreabiertos. Le había parecido sensual, pero también sensible. Tierna. Dulce.
La maniobra del avión captó todos sus sentidos. Recogió sus papeles, plegó la mesa, y se abrochó el cinturón para disponerse a aterrizar en Pisa. De allí se dirigirían en tren a Florencia, donde los aguardaba Carlo. Carlo, que tantas ganas tenía de conocer a Fiona. Si él supiera la clase de mujer que era. Si la conociera como él la conocía. Una mujer que no dejaba de sorprenderlo a cada momento.
Carlo había llegado con cierta antelación a la estación central de Florencia. No quería causar una mala impresión a la signorina Fiona. «No sería de buen gusto por mi parte», pensó, mientras sonreía divertido. Más bien podría decirse que tenía muchas ganas de conocerla. Fabrizzio le había