En este punto, para comprender mi razonamiento, hay que tener en cuenta las observaciones siguientes. Tras mis años de formación, era más evidente que el funcionamiento del cuerpo humano estaba gestionado por un sistema de cadenas musculares. Pero, dado que no estaba del todo satisfecho con las propuestas existentes, no podía permanecer en una posición únicamente crítica, por lo que tenía que investigar y proponer otro modelo. Había llegado el temible momento de formular una respuesta convincente a los problemas que había descubierto. El proyecto era el siguiente: «Si las cadenas existen realmente, solamente podré demostrar su existencia mediante la lectura respetuosa de la anatomía».
Para descubrir las cadenas, me hacía falta encontrar una clave, un código de acceso, una brújula, para que no me perdiera. Y fue un libro el que me la dio: La coordinación motriz, de Suzanne Piret y Marie Madeleine Bézier, dos fisioterapeutas belgas. En este libro, las autoras hablan de una organización muscular a partir de «un sistema recto y un sistema cruzado». Inmediatamente, esa propuesta suscitó mi interés y, a continuación, intenté verificar si la organización muscular se inscribía de forma natural en estas líneas rectas (longitudinales) y oblicuas (cruzadas).
De hecho, después de numerosas observaciones, podía constatar que los músculos se encadenaban bien en dichos circuitos, en perfecta continuidad de dirección y plano. Era algo maravilloso. Los detalles, las peculiaridades de la anatomía encontraban al fin una justificación simple en el «encadenamiento funcional» de los músculos. De esta forma, ciertos músculos revelaban su verdadera función en la dinámica del conjunto. Para profundizar en este descubrimiento y preocupado por la posibilidad de caer en la abstracción, decidí «provocar a la anatomía» prolongando la dirección de las cadenas en las zonas que todavía no había analizado. Me decía: «Si existe el sistema de cadenas, la anatomía debe confirmar la continuidad del trayecto teniendo músculos que aseguren exactamente la prolongación». Y, cada vez, encontraba en la práctica una confirmación de esta hipótesis. De la cabeza a los pies, se verificaba. La brújula que me habían inspirado Suzanne Piret y Marie Madeleine Bézier parecía ser fiable más allá de mis expectativas. Incluso los músculos de los ojos y los músculos de las articulaciones temporomandibulares se integraban perfectamente en estos circuitos.
Una vez descifrada la anatomía de las cadenas, esto supuso una importante evolución en la práctica. El conocimiento de la anatomía de cada una de las cadenas me dictó diferentes maniobras mejor adaptadas. Instauré nuevas posturas que pueden parecer desconcertantes para un profesional acostumbrado a otras referencias, pero son coherentes y perfectamente naturales una vez que se integran en el método de las cadenas propuesto en este libro.
Durante este período de investigación, pude verificar la validez de mis descubrimientos en deportistas de alto nivel con traumatismos en los que los métodos tradicionales no conseguían mejoría. Obtuve resultados muy positivos aplicando mi método. Varios clubs italianos de fútbol empezaron a solicitar mis servicios. Todas estas experiencias me llevaron a escribir un libro dedicado a la pubalgia. Tras frecuentes contactos con los jugadores de grandes clubs europeos de fútbol, rugbi y baloncesto, terminé formando parte del equipo médico de la selección francesa de rugbi y del equipo del Stade Toulousain durante más de diez años.
Estos diferentes retos me obligaron a sumergirme todavía más en el análisis y el tratamiento de las cadenas. Quería, literalmente, «desmontar» los diferentes problemas que sufrían estos atletas. Mi consulta se convirtió en un auténtico laboratorio para poner a prueba mis ideas. Paralelamente, la preparación de los cursos me obligó a concretar todo lo aprendido, así que se instaló cierta sinergia constante entre la práctica de la consulta y la enseñanza, y ambas empezaron a nutrirse mutuamente. La enseñanza, lejos de desviarme de la investigación, me exigió ser lo más claro, justo y preciso posible; me esforzaba en apoyar mi curso en ideas que impusieran un rigor de construcción, práctica y escritura, lo que, a su vez, afianzaba mis conceptos. En la lógica de esta evolución, rápidamente se hizo necesario perpetuar estas ideas escribiendo libros con el fin de que las nuevas propuestas no se deformaran ni se volvieran incomprensibles. Escribir un libro supone una nueva etapa de verdad y honestidad. Exponemos todas las facetas de nuestra propuesta y las sometemos a la crítica de nuestros colegas. Es una etapa necesaria para probar la fuerza de estas ideas, para ver si son duraderas y fecundas.
En enero de 1980, aunque la profesión todavía no estaba legalmente reconocida en Francia, abrí mi propia consulta de osteopatía a tiempo completo. El esbozo de las cadenas musculares se me hacía cada vez más claro. Dos años después, publiqué mi primer libro sobre las cadenas musculares del tronco.
Sin embargo, en mi consulta, ciertos problemas seguían resistiéndose a mis teorías. Como si las cadenas se encontraran programadas de una forma aberrante, en los casos de escoliosis, deformaciones torácicas, actitudes antálgicas, periartritis escapulohumerales, desviaciones de rodilla, subluxaciones de rótula, pies rotados o, incluso, arcos plantares modificados, etc. ¿Dónde estaba la lógica de estas deformaciones? ¿Dónde estaba la lógica de esta aparente anarquía de tensiones musculares? ¿Había que contentarse solo con «quitar tensiones»? ¿Había que contentarse con enderezar deformaciones que a menudo se resistían? Los casos traumáticos eran fáciles de comprender, pero el resto, todos los casos crónicos, eran más oscuros.
De repente, me parecía absurdo querer enderezar a un paciente. No solo era autoritario, sino que también ignoraba la fisiología real que produce la deformación. Cuando se nos mete en la cabeza que hay que enderezar, la estrategia es «soltar» los músculos obligándolos a que se alarguen, a que se estiren. Pero antes de ponerse a estirar un músculo como un «dictador», es imperativo hacerse la pregunta más importante: «¿Por qué el sujeto no presenta de forma natural una buena estática?» Estas aparentes deformaciones, ¿son necesarias? ¿El cuerpo no tiene razones para ello? Es por esto que no podemos contentarnos con decir al paciente: «Le duele la columna vertebral porque tiene una mala postura. Voy a enderezarle». Un paciente que presenta una estática muy alterada en realidad ha adoptado la estática más ingeniosa e inteligente para compensar sus problemas internos. Me acuerdo
Pero faltaba una dimensión. Además de los ámbitos musculares y articulares, me parecía evidente que el plano visceral, intracavitario, desempeñaba un papel esencial, hasta el punto de que podría controlar cualquier cadena si se convertía en el asiento de las tensiones. Fue entonces cuando me decidí a trabajar para encontrar la relación entre las cadenas y la organización visceral; había que comprender, dentro de la fisiología general del cuerpo, cuál era la relación entre estos planos.
Esta nueva etapa me llevó a tener en cuenta las cavidades. En el transcurso de este estudio, descubrí la importancia de lo que he llamado la relación «contenido-continente». Este descubrimiento se ha convertido en la base