Una nueva etapa en el romerismo se inauguró con la firma de los acuerdos de paz en 1992. El colapso de la Unión Soviética y el fin de la guerra civil abrieron las puertas a una mayor difusión de su memoria. Se organizaron celebraciones masivas para los 15 de agosto, el aniversario de su nacimiento, y los 24 de marzo, el de su muerte. Estas fechas se convirtieron en días santos en el calendario del romerismo. Curiosamente la Fiesta de la Transfiguración (la fiesta nacional en que Romero publicaba sus cartas pastorales) nunca se ha incluido en este calendario. La creciente aceptación pública de estas celebraciones contribuyó a la consolidación de una geografía del romerismo. El Hospitalito y la catedral (y en menor medida su casa natal) se convirtieron en lugares de peregrinación que atrajeron a católicos y no católicos de todo el mundo. Las personas que conocieron a Romero fueron de especial valor en la transmisión de esta tradición y contribuyeron a crear organizaciones formales con este propósito. La última etapa del romerismo fue posible gracias a los procesos de beatificación y canonización. En la proclamación apostólica de su beatificación, el Papa Francisco llama a Romero “obispo y mártir, pastor según el corazón de Cristo, evangelizador y padre de los pobres, testigo heroico del reino de Dios, reino de justicia, fraternidad y paz”.43 El arzobispo Paglia, quien fue biógrafo de la ceremonia, habla de Romero como defensor de los pobres, el defensor pauperum, como los antiguos padres de la iglesia.44 La investigación que apoyó los procesos y las ceremonias que rodean su beatificación dio la aprobación oficial a las tradiciones heredadas, al mismo tiempo que los transformó incorporándolas al culto de la iglesia universal.
Por otra parte, la beatificación expuso las tensiones que existen dentro del romerismo. Rodolfo Cardenal señala tres versiones sobre su persona en pugna: el nacionalista, el espiritualista y el liberacionista.45 Es así que la declaración del Vaticano reconociéndolo como mártir obligó al gobierno a moldear su propia versión de Romero como héroe nacional. De hecho, todos los viajeros que se encuentran frente a las puertas de salida del Aeropuerto Internacional Monseñor Óscar Arnulfo Romero pasan frente a un mural que muestra al arzobispo al servicio de los pobres. Junto al mural hay una placa con una disculpa del gobierno por su complicidad en la guerra civil. Romero, en esta versión de la historia, es un patriota cuya memoria promueve la unidad nacional dentro de una sociedad fragmentada. Al afirmar que está inspirado por Romero, el gobierno busca que parte de su aura se borre y otorgue credibilidad a su agenda política. Incluso los medios de comunicación se han apoderado de las faldas hagiológicas de Romero y han promovido su figura ampliamente sin tener en cuenta que antes mancillaron su imagen y sin explicar las razones detrás de su cambio de actitud. La versión nacionalista de Romero lo coloca en el altar mayor de la opinión pública, generalmente reservado para los padres fundadores de El Salvador y la selección nacional de fútbol. Dentro de la Iglesia Católica, el proceso de beatificación promovió una imagen de Romero que, en opinión de Cardenal, está excesivamente espiritualizada. Esta versión presentaba a un obispo que era piadoso, compasivo, tradicional y leal al magisterio. Estas características pertenecen a Romero, pero no se puede pintar un retrato completo solo a partir de ellas. El promotor de la versión espiritualista en la que se centra Cardenal es Roberto Morozzo della Rocca. Para Cardenal, la biografía escrita por Morozzo titulada Primero Dios, es deficiente en muchos aspectos: tiene tendencia a espiritualizar a Romero, a minimizar su conversión, a resaltar las tensiones con los teólogos de la liberación y con los grupos de izquierda. De lo que Cardenal acusa a Morozzo no es de una mala historiografía sino de una mala ideología. Su lectura espiritualista de Romero descarta a priori aspectos vitales de su vida con el fin de hacerlo aceptable a un sector de la iglesia que nunca tolerará ni siquiera esta versión diluida de su ministerio.
Finalmente, está la versión liberacionista. Para Cardenal, no hay duda de que esta es la versión más auténtica. “Mientras la Iglesia institucional se desentendía de Mons. Romero, otros sectores eclesiales mantuvieron viva su memoria y cultivaron su tradición. La obstinación de las comunidades, de grupos de laicos, sobre todo de mujeres, de unos cuantos sacerdotes, de religiosos y de religiosas, y en general, de los pobres, mantuvo viva la memoria del arzobispo mártir”.46 A pesar de que Romero pertenece a la iglesia universal y al mundo, la responsabilidad principal de salvaguardar su memoria recae en la Iglesia salvadoreña y en particular en los pobres. El Salvador tiene un largo camino por recorrer antes de que los brillantes títulos atribuidos a Romero se puedan declarar sin sonrojarse. Romero será en verdad “el santo de todo El Salvador” y un “símbolo de paz” recién cuando se haga justicia, se pida perdón y se ofrezca un abrazo sincero. “Solo entonces, Monseñor dejará de ser piedra de tropiezo y de escándalo, porque habrá pasado a ser la roca sobre la cual se levanta un El Salvador reconciliado con su pasado y su presente y abierto al futuro del reino de Dios”.47
Esta visión general del romerismo describe una tradición viva que no se puede reducir a algunos lemas o leyendas. Además de las obras escritas de Romero (homilías, diarios, cartas y columnas en periódicos) y el testimonio de quienes lo conocieron, hay una vasta producción de obras culturales que llegan a una audiencia mucho mayor que los dos primeros medios de comunicación.48 La cara de Romero se puede ver en todo El Salvador en murales, retratos, carteles y remeras. Su historia se cuenta a través de la música en diversos géneros, desde la clásica Violeta para Monseñor Romero hasta el popular Corrido a Monseñor Romero. Se han escrito novelas y se han hecho películas sobre él. Es importante señalar que al transmitir la historia de Romero su historia no es solo de él, sino también de las personas a quienes sirvió y por quienes murió. La densidad y diversidad del romerismo son signos de vitalidad, no de incoherencia, y no nos impiden identificar sus temas recurrentes. Óscar Romero es un profeta. Esta es una de las imágenes más comunes y duraderas de él. La canción El profeta del grupo musical Yolocamba-Ita (el mismo grupo que escribió la música para el Gloria ya mencionado), nos ofrece una imagen vívida:49
“Por esta tierra del hambre
yo vi pasar a un viajero.
Humilde, manso y sincero,
valientemente profeta,
que se enfrentó a los tiranos
para acusarles el crimen
de asesinar a su hermano,
pa’ defender a los ricos”.
En la imaginación popular, el solo acto de elevar la voz contra el status quo se considera una acción profética, ya que un profeta es alguien que le habla al poder. Romero encaja en el modelo popular pero lo excede porque también es un profeta en el sentido bíblico. En las Escrituras, un profeta es un heraldo