No obstante, lo más importante es que estamos embarcados en una nave que acaba de zarpar y que vamos terminando de construir en el camino que vamos construyendo y, por tanto, esta nos sumerge en un viaje preñado de posibilidades, lleno de opciones enriquecidas por la incerteza y la confianza en ella como aderezo en la disposición de construir y reconstruir permanente y consecuentemente. A partir de lo anterior, uno de los mayores retos es disponernos a continuar construyendo este experimento, y esperamos que la lectura que usted se ha dispuesto a realizar se configure como parte de él.
Libardo Enrique Pérez Díaz
Coordinador Oficina de Currículo
De la universidad transdisciplinar
o de las escuelas de pensamiento
Hermano Fabio Humberto Coronado Padilla, Fsc.
La sabiduría es luminosa y eterna,
la ven sin dificultad los que la aman,
y los que van buscándola, la encuentran;
ella misma se da a conocer a los que la desean.
Quien madruga por ella, no se cansa:
la encuentra sentada a la puerta.
(Sabiduría 6, 12-14)
La serie Apuntes de conferencias llega a su final. Esta es la número diez. Es la última. Escrita como las otras nueve, con las mañas propias de todo aquel que ejerce el oficio de escritor. Y a quien usted ahora lee, no es la excepción. A propósito de mañas para escribir, Juan Carlos Iragorri en su libro-entrevista con motivo de los treinta años de la revista Semana, le pregunta a Felipe López: “¿Su mayor defecto como periodista?”, y este responde: “Es muy difícil ser periodista sin escribir a mano, ni a máquina, ni en computador. Lo único que sé es dictar. Imagínese el problema”; tal maña la heredó de su padre, el ex presidente Alfonso López Michelsen, quien dictaba a su secretaria todos sus escritos.{1}
Pues nada parecido a como el suscrito escribe. Cuando todo está bien pensado, investigado, consultado y leído, viene el verdadero lío, escribir sin mediaciones. Aun cuando el médico me prohibió las bebidas negras, entre ellas el tinto, es la única parte de la receta a la que poco le hago caso. No puedo escribir sin un par de pocillos de buen café, ver humeante el tinto y saborearlo, es muy estimulante. Nada mejor que tener al lado del computador el arrume de libros, artículos, recortes de periódicos, la libreta de apuntes y, por supuesto, un delicioso tinto. Contravengo la orden médica haciéndole trampa, me acuerdo de mis abuelos quienes llegaron a una edad avanzada, mi abuela materna murió a los 106 años, fueron empedernidos consumidores de tinto. Entonces, esa herencia de longevos, es el mejor conjuro para los temores de no hacerle caso al doctor de turno. Para los que les gustan las estadísticas, como mínimo por cada dos páginas escritas se desaparecen tres tintos. Lo malo es que se le refina a uno el gusto, y no siempre hay a la mano un buen café regional como el colombiano Gualilo de las tierras santandereanas, o el Evolution, de las islas Galápagos ecuatorianas. Entonces a contentarse con los industriales Café Sello Rojo o Éxito, que como decía mi abuelo “saben a juagadura de rifles”. Dejémosle a los críticos del arte escribir si lo exótico de la procedencia de los cafés influye en la calidad de lo escrito o viceversa; si la ordinariez del café produce páginas mediocres, que nunca debieron ver la dignidad del impreso y la publicación.
Pero no crean que la maña de la taza de café funciona siempre. Por más que sea un excelente Juan Valdez o un Oma, no siempre obra el milagro frente a las páginas en blanco del computador. No brota ni una frase mediocre o medianamente bien escrita. Entonces ¿qué hacer? Le regalo el secreto. Se lo aprendí a un viejo profesor italiano que tuve durante mis años de estudio en Europa. Sostenía que para redactar una excelente tesis doctoral había que hacer dos cosas: la primera, pasársela del estudio a la biblioteca y de la biblioteca al estudio la mayor parte del tiempo; y la segunda, salir a pasear la tesis por la ciudad. Concluía la receta, medicando que entre abundantes dosis sentado leyendo y otras tantas vagando por la ciudad pensando, había que alternar con sendas horas de disciplinada escritura, escribiendo, escribiendo y escribiendo. No sé a cuántos doctorandos les he contado este cuento. No sé si sirva para hacer una tesis doctoral, pero sí le puedo asegurar que funciona cuando se trata de escribir un artículo, una ponencia o un capítulo de un libro; para esos momentos en que no se logra producir ni siquiera un párrafo.
Para caminar las ideas toda ciudad sirve, pero hay lugares de lugares en la urbe. En Bogotá, por ejemplo, es un excelente lugar todo el centro histórico, en especial La Candelaria y sus alrededores. Bueno, por lo menos a mí me funciona. De tanto recorrerla por todos sus rincones, paseando cada texto que he escrito, he llegado a sacar mis conclusiones. Entre ellas, el que no todo lugar sirve, La Candelaria y aledaños sí, pues es una colcha de retazos de todas las épocas y de todos los estilos arquitectónicos. Tal vez eso es lo que hace su encanto. Un desorden bien ordenado de espacios y construcciones de lo más variado que pueda haber. Tal vez por eso es inspirador para un escritor. No es la horripilante monotonía de los centros comerciales, casi que todos hechos como fotocopias, o esos barrios o lugares llamados modernos de la ciudad, donde prácticamente todo fue construido en serie, por unos planificadores y urbanistas insensibles que han saturado la ciudad de casas y edificios feos e invivibles. No tienen ni historia ni patrimonio, son insípidos, no saben a nada. Administraron el espacio de la ciudad con una completa falta de imaginación.
Si está escribiendo una tesis doctoral o algún artículo ensaye el consejo de sacarlo a pasear, pero por un lugar inspirador de la ciudad. Cuando regrese y se siente frente al computador, las páginas brotarán una detrás de otra. Se lo aseguro. ¡Ahh!, olvidaba decirle, hay que hacerlo como lo dicen las agencias de turismo, Candelaria by day o Candelaria by night, Candelaria de día o Candelaria de noche. Son igualmente inspiradoras.
Pero cuando ni los tintos ni el caminar sin rumbo por la ciudad funcionan —como el estribillo de la canción de Piero “las manos en el bolsillo, caminando por el parque, con el libro bajo el brazo, andaba silbando bajo [...]”— entonces no hay de otra, toca alejarse de la gran urbe. Por lo menos yo armo viaje a Sasaima, específicamente a La Isla, la finca experimental de la Universidad, y entre amaneceres y atardeceres, encerronas escribiendo de día o de noche y caminatas por los naranjales o los caminos de las montañas vecinas, oyendo y viendo la diversidad de aves del lugar, la inspiración de que llega, llega. Y salen de una las doce, quince o veinte cuartillas de que consta el escrito. Y se regresa uno a la asfixiante capital, contento de haber culminado el escrito, a seguir con el estrés cotidiano.
No me pregunten ahora cuántos tintos consumí, cuántas horas duré vagando por La Candelaria o cuántas veces me pegué la rodadita a La Isla para redactar finalmente esta última entrega de la serie. Si llevara la cuenta, no hubiera escrito ni una página. Es un ritual muy personal, no programado, natural y espontáneo. Pero de que funciona, funciona. Moraleja: “dime qué mañas tienes y te diré cómo escribes”.
He comenzado contándoles todas estas cosas, porque en cuestiones de la combinación del trinomio universidad-transdisciplinariedad-escuelas de pensamiento, la atmósfera de trabajo que se logre crear es lo definitivamente importante. De lo que se trata no es de sufrir por el parto de dar a luz algo nuevo y distinto, sino de experimentar el gozo de descubrir y construir como equipo y el deleite de comunicarlo a los demás. Una tara de la educación universitaria colombiana es que siempre ha hecho más énfasis en el estudio-investigación como sacrificio que como placer, nos hemos quedado más con el “ganarás el pan con el sudor de tu frente” que con el “y vio Dios todo lo que había hecho: y era muy bueno [...] Y bendijo Dios el día séptimo y lo consagró, porque ese día Dios descansó de toda su tarea de crear”. Extrapolando esta idea inspiradora del Génesis, podríamos afirmar: dime cuánto gozas intelectualmente y te diré cómo piensas una escuela de pensamiento, o esta otra: dime cuántos tintos te tomas y te diré cómo marcha tu