Akal / Vía Láctea 7
Nikolai Gogol
ALMAS MUERTAS
–POEMA–
Edición de: Pedro Piedras Monroy
Almas muertas de Nikolai Gogol goza del nada despreciable honor de ser la primera gran novela de la literatura rusa del siglo XIX, además de uno de los fragmentos más hermosos, arriesgados y divertidos de la narrativa universal. Sólo alguien tan indescifrable y escurridizo como el consejero colegiado Pavel Ivanovich Chichikov podía ser el héroe de una obra en la que el lector va a percibir, desde la primera página, en todo su vigor, la frescura y la actualidad del universo gogoliano.
La presente edición de Almas muertas es la única en castellano que incluye las sucesivas versiones que el propio Gogol hiciera de la segunda parte de su obra. Acompañada de un exhaustivo aparato crítico, pretende ser una contribución fundamental al conocimiento de un texto formalmente complejo que durante generaciones ha martirizado a editores de todo el mundo, a la vez que recuperar, con el público de hoy, la cercanía y la complicidad únicas que este escritor ruso universal estableció con el público de su tiempo.
Pedro Piedras Monroy es doctor en Geografía e Historia por la Universidad de Santiago de Compostela. Autor de numerosos libros y artículos en el ámbito de la teoría de la historia, compagina su labor investigadora con la de traductor. Entre sus trabajos en este último campo cabe destacar El pasado es un país extraño, de D. Lowenthal (1998), Los dioses de la India, de E. Schleberger (2004), Diccionario de fotógrafos del siglo XX, de H.-M. Koetzle (2007) o La lógica de la violencia en las guerras civiles, de S. Kalyvas (en prensa). En la actualidad, colabora en nuevos proyectos editoriales de clásicos de la literatura rusa con Ediciones Akal.
Diseño de interior y cubierta:
RAG
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Título original: Мертвые Души. Поэма
Ilustraciones del interior: Manuel Sierra
© de la introducción, traducción y notas, Pedro Piedras Monroy, 2009
© Ediciones Akal, S. A., 2009
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
ISBN: 978-84-460-4992-0
LA PALABRA Y EL FUEGO.
SOBRE ALMAS MUERTAS DE NIKOLAI GOGOL
A Inma Vara
El narrador es el hombre que podría dejar que la mecha de su vida se consumiera por completo en la suave llama de su narración[1].
PREFACIO
Luis de Lázaro Uriarte fue la única persona (y la única razón) que consiguió que alguna vez dejara de asistir a clases de otros en la facultad. Siempre aguantaba impertérrito a pesar del casi constante aburrimiento. Con Luis, todo era diferente. Arrastrados por su irrefrenable magnetismo, Julián Maruri, Txemi Martínez Postigo y yo abandonábamos el aula al terminar su hora y nos dejábamos llevar hasta su despacho a seguir escuchándole, a seguir preguntándole, a absorber todo cuanto estuviera dispuesto a darnos... en eso, nunca era frugal.
«¿Así que estudias ruso?» –me dijo en cierta ocasión, mientras me ofrecía una cajetilla de Ducados que aceptaba y fumaba sólo por él–. «De Rusia han venido y vendrán las creaciones más sorprendentes. De un país que no ha tenido Renacimiento, puede esperarse cualquier cosa.» A continuación, me preguntó si había leído a Gogol. Le contesté que no. «Gogol sería inconcebible en nuestro mundo occidental. Se adelanta a casi todo... hace psicoanálisis decenios antes que Freud... Y las Almas muertas... las Almas muertas.... Ahí tienes tarea, muchacho.»
AGRADECIMIENTOS
Además del de Luis de Lázaro, son muchos los nombres de aquellos a los que también se debe esta edición, fruto de tantos años.
He de dar las gracias en primer lugar muy sinceramente a mis editores: al anterior editor de Akal, Juan Barja de Quiroga, quien hizo suyo el proyecto y con quien empezó a dar sus primeros pasos; a Jesús Espino, cuya amistad, paciencia y apoyo incondicional me han dado la tranquilidad suficiente para culminar una tarea que en ocasiones me ha desalentado; y a Ramón Akal, que ha secundado estas Almas muertas con no menos entusiasmo.
Cómo no, también a José González de Ávila, amigo y rusófilo, que me ha surtido de algunos de los libros decisivos en esta edición; a José González Ortega, que me regaló la extraordinaria traducción al catalán de Josep M. Güell, de la que tanto he aprendido; a Maite Benito, gracias a cuya generosidad, convertí su casa en mi particular taller de almas muertas; y, en abstracto, a todo el personal de la biblioteca de la antigua GSP de Bayreuth, con Frau Hoffmann al frente, que me surtió de otro buen número de obras. Por supuesto, a Pilar Carceller por el cariño con el que ha trabajado el manuscrito y a Melina Grinberg por su atenta revisión del mismo.
Y a Lourdes, apoyo incondicional e insustituible, que desde el primer minuto ha vivido a mi lado este arduo viaje literario; y, con ella, a toda mi familia y a mis amigos, muy especialmente a Enrique Gavilán, José Carlos Bermejo e Inma Vara, que no sólo contribuyen a diario a mi trabajo sino que además le dan sentido. También a Manuel Sierra, cuya estética me ha permitido imaginarme con nitidez los personajes de esta obra, y a Manuel Rodríguez, mi otro diseñador literario de almas muertas.
Por fin, a todos mis alumnos del Aula de los Viernes, estímulo decisivo en los largos meses de la ciudad de V.
EL AUTOR
La carrera literaria de Nikolai Gogol acabará exactamente igual que había comenzado. En 1852, poco antes de morir, el autor echará al fuego todos los manuscritos que tenía a mano, entre ellos la «segunda parte» de Almas muertas. En 1829, el «Idilio en Escenas» Hans Küchelgarten y, a la sazón, su primera obra, había corrido idéntica ígnea suerte, tras unas pocas críticas demoledoras y después de una penosa recolección de los ejemplares por las librerías. A continuación, vino el relativo éxito de las Veladas en un caserío cerca de Dikanka, donde lirismo, humor, misterio y cierto toque sobrenatural y demoníaco se concentraron para forjar una obra que oscila entre el costumbrismo ucraniano y el gusto romántico. En todo caso, como dice Robert Maguire, si Gogol hubiera muerto en torno a 1832, apenas constaría en las historias de la literatura rusa como un escritor colorista local; pero, en 1835, vinieron Arabescos y Mirgorod y, en 1836, la pieza teatral Rievisor[2], obras que dieron un golpe de timón definitivo a la literatura de su país (véase Maguire, pp. 441-442). Si a ello se añaden las muertes de Puskin (1837) y de Liermontov (1841) resultará que, cuando en 1842, publique Almas muertas, Gogol quedará como el gran escritor vivo de Rusia.
Puskin y Gogol representan el incipit real de la literatura rusa. Puskin legará a los futuros escritores rusos la perfección de su forma equilibrada, clara,