UN OASIS DE MISERICORDIA
Augusto José
«De noche, iremos, de noche
que para encontrar la fuente
sólo la sed nos alumbra...
Qué bien sé yo la fuente que mana y corre
aunque es de noche.
Su claridad nunca es oscurecida
y sé que toda la luz de ella es venida,
aunque es de noche.
Esta eterna fuente está escondida
en este vivo Pan por darnos vida,
aunque es de noche.
Esta viva fuente que deseo
en este Pan de vida yo la veo,
aunque es de noche».
-Luis Rosales-
Basile, Augusto Raúl
Un oasis de misericordia / Augusto Raúl Basile. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires :
Guadalupe, 2020.
Libro digital, Book "app" for Android
Archivo Digital: descarga
ISBN 978-950-500-805-6
1. Espiritualidad Cristiana. I. Título.
CDD 248.4
Desarrollo digital: Patricia Peralta
Imagen de tapa: Augusto Raúl Basile
Editorial Guadalupe
Mansilla 3865
(1425) Ciudad Autónoma de Buenos Aires
www.editorialguadalupe.com.ar [email protected]
Presentación
Al mediodía, Jesús, cansado del camino, llega a una ciudad de Samaría llamada Sicar, cerca de las tierras que Jacob había dado a su hijo José, y se sienta junto al pozo de Jacob a descansar. Una mujer de Samaría fue a sacar agua, y Jesús le pide: «Dame de beber» (Jn. 4, 4-7).
También nosotros, surcando los desiertos del mundo y de la vida, experimentamos el cansancio, la duda, el temor, la desolación, la desorientación, la sed, la necesidad de consuelo y de alentar la esperanza, que de momentos parece perderse en un horizonte desfigurado; en el fondo, el anhelo de saciar esa profunda y tan nuestra «sed de amar y ser amados» (Madre Teresa de Calcuta).
A la hora más calurosa del día descubrimos un oasis en medio del desierto... No es un espejismo... Es un auténtico oasis, cuya presencia cercana alienta nuestra esperanza y fortalece los pasos de nuestra fe... Hacia él nos dirigimos, con el deseo de dejar reposar, junto a sus aguas tranquilas, nuestra inquietud y reparar las fuerzas (cfr. Sal 22).
Allí encontramos a Jesús, también cansado del camino y sediento, como nosotros. Él conoce profundamente nuestro anhelo... Él saciará nuestra sed... Sin embargo, sus ojos mansos nos miran con bondad y nos revelan: «Tengo sed» (Jn 19, 28).
«¡Cómo! ¿Tú, que eres el Hijo de Dios, la Fuente de Agua viva, me pides de beber a mí, que soy como un pobre ciervo sediento, surcando estas tierras desoladas?» (cfr. Jn 4, 9).
A pesar de esa paradójica petición, Jesús nos ha revelado su sed y, con ella, ha dejado al descubierto, sin más, nuestro más profundo anhelo: nuestra sed de su amor y la necesidad de amar en Él y como Él. Sólo nos pide creer y entregarle nuestro corazón sediento.
Sólo Él conoce las oscuras profundidades de nuestro corazón, donde se esconden los obstáculos verdaderos que impiden nuestra santidad. Él, y sólo Él, conoce el camino que lleva a cada uno de nosotros a la conversión. De modo que sólamente Dios sabe lo que necesitamos y cuándo lo necesitamos, para llevarnos a la conversión. Es decir, que Dios nos empuja a hacer un acto de confianza y de abandono radical en el misterio de su infinita Sabiduría, la cual nos sobrepasa inmensamente por todos lados. Nos pide creer en su amor, «sin ver»; es más, a menudo viendo lo contrario.
Este abandonarse confiadamente como niños al Misterio de Dios es el corazón de la vida del desierto... Rechazar este abandono en Dios y volver a Egipto fue la gran tentación del pueblo durante los cuarenta años de su peregrinación en el desierto. La tentación de desconfiar de Dios, fue la gran prueba que sacudió, pero que también purificó la fe de Israel durante los largos años del destierro en Babilonia.
Dios nos lleva a veces hasta el borde para que LA FE sea nuestro único apoyo. Sin embargo, sólamente allí, en este límite entre la fe y la desconfianza, es en donde encontramos el amor verdadero, el amor al Señor, y no a sus dones o a sus consolaciones.
Es en esta larga espera de verlo, tan larga que parece perderse en la niebla de un horizonte borroso e indefinido, donde el amor se purifica y se fortalece, porque allí Cristo nos ofrece compartir su propio amor al Padre. Un amor que es totalmente gratuito, que no pide nada a cambio, un amor que se dona sólamente porque el Amado es amado, y nada más.
«Lo que embellece al desierto es que esconde un pozo en alguna parte», decía el Principito... Este amor que Cristo nos ofrece es el pozo que hace hermoso al desierto1.
A la hora más calurosa del día, en ese oasis, junto al pozo solitario, íntimo, encontramos, cansado y sediento, a Jesús, el Hijo de Dios, el Salvador.
Este libro quiere ser como ese pozo escondido en medio de un oasis de esperanza y paz, en medio del desierto de la dura realidad por la que atraviesa nuestra humanidad, donde encontrarás el agua de Jesús, límpida y fresca, que saciará tu sed.
«Nos sentimos heridos y agobiados, precisamos alivio y fortaleza», es cierto; pero también es cierto que Jesús, «Señor de la Historia», está esperándonos para acoger y saciar esa sed del corazón, que ha quedado al descubierto en medio de la realidad frágil de nuestra humanidad. Es la sed de amor, la sed de consuelo, la sed de encontrar de nuevo el sentido profundo de la vida verdadera, que se halla sólo en Él, y recuperar los valores de la esperanza, la alegría, la caridad en la entrega, que nos pone nuevamente en el camino del servicio generoso de nuestros hermanos y hermanas, con la certeza de que Jesús, no sólo nos espera junto al pozo, sino que camina a nuestro lado, pues su sed está en nosotros.
Que estas meditaciones sean el instrumento, como un frágil vaso de barro, que te permita sacar el agua del consuelo, de la luz y de la paz, que necesitas para que tu fe permanezca estable como un faro en la montaña, como un pozo en el desierto, como un brote de esperanza y vida nueva, para que seas testigo de la Pascua, portador de la alegría del Evangelio, y anunciador de la Buena Noticia de la Salvación que Cristo Jesús nos ha revelado y que colma nuestro corazón desierto.
La Iglesia tiene la misión de anunciar la misericordia de Dios, corazón palpitante del Evangelio, que por su medio debe alcanzar la mente y el corazón de toda persona. La Esposa de Cristo hace suyo el comportamiento del Hijo de Dios que sale a encontrar a todos, sin excluir a ninguno. En nuestro tiempo, en el que la Iglesia está comprometida en la nueva evangelización,... su lenguaje y sus gestos deben transmitir misericordia para penetrar en el corazón de las personas y motivarlas a reencontrar el camino de vuelta al Padre.
La primera verdad de la Iglesia es el amor de Cristo. De este amor, que llega hasta el perdón y al don de sí, la Iglesia se hace sierva y mediadora ante los hombres. Por tanto, donde la Iglesia esté presente, allí debe ser evidente la misericordia del Padre... Dondequiera que haya cristianos, cualquiera debería poder encontrar un oasis de misericordia2.
Que sea, entonces, para tu vida cristiana y tu corazón sediento, un oasis de misericordia este lugar.
Fraternalmente,
Augusto