Pensó en los seis años anteriores y en lo mucho que se había esforzado no solo para dar a Dante una buena vida, sino para no pagar cara la decisión de haberse quedado con él. Había elegido la vida que quería llevar reuniendo los fragmentos que le habían quedado después de tener que marcharse de la abadía.
Y por mucho que quisiera a Pascal, por mucho que lo hubiera querido y que lo siguiera queriendo, no veía motivo alguno para no volver a hacer lo mismo.
Sabía que podía echarse atrás, decir algo que aplacara a Pascal, tratar de suavizar las cosas. Podía continuar viviendo a medias con él, como había hecho desde su llegada a Roma, dedicándose a deambular por la ciudad y viviendo para el momento en que se despertaba en sus brazos y fingía estar horrorizada por hacerlo.
Había cientos de juegos a los que podía jugar, pero no quería hacerlo.
Quería estar con él.
Quería una familia.
Deseaba todo lo que le había dicho, pero era avariciosa y deseaba que él también lo quisiera. Se había criado en una familia de monjas, así que sabía lo que era ser mártir. Y no quería serlo.
Era capaz de aceptar cualquier cosa.
Pero en su matrimonio, al que podía haberse resistido y no lo había hecho para darse el gusto de fingir que él la había obligado a casarse, no estaba dispuesta a seguir aceptando nada ni a esforzarse en conseguir que las cosas funcionaran.
Lo quería todo, y no estaba dispuesta a conformarse con menos.
–No.
Pascal la miró con su arrogancia y frialdad habituales, como si hubiera oído mal, ya que estaba seguro de que nadie se atrevería a contradecirlo.
–¿No?
–Ya te he dicho lo que quiero –afirmó ella con voz clara y firme, sin dejar de mirarlo–. Por una vez, no voy a conformarme con menos. Si es demasiado para ti, lo entenderé. Pero no voy a huir de nada. Si esto te supera…
La voz se le quebró porque no era una máquina, sino una mujer de carne y hueso luchando de la única forma que sabía por el hombre al que amaba.
–Si no sabes cómo luchar por nosotros, no puedo ayudarte.
–Cecilia…
–No voy a marcharme. Dante y yo nos quedamos. Pero no voy a detenerte si quieres huir, Pascal. De nuevo.
Y antes de que le diera tiempo a cambiar de opinión y a volverle a suplicar, y esa vez con lágrimas, dio media vuelta.
A pesar de los mucho que le dolía.
Y esa vez fue ella la que se marchó.
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