Primero, debo enumerar brevemente los males que nos obligaron a buscar remedios.
Segundo, debo demostrar que los remedios particulares que nuestros reformadores emplearon fueron apropiados y provechosos.
Tercero , debo aclarar que ya no podíamos demorar para poner manos a la obra, puesto que el asunto demandaba cambios inmediatos.
Sección I
Los Males que nos Obligan a Buscar Remedios
En el primer punto—lo menciono solamente para abrir el camino a los otros dos—intentaré en pocas palabras quitar la grave acusación de sedición audaz y sacrílega, fundada en las alegaciones que con precipitación desconsiderada hemos usurpado un oficio que no nos corresponde. A esto le dedicaré mayor atención.
Si se pregunta, entonces, por qué cosas principalmente la religión cristiana tiene una existencia firme entre nosotros, y mantiene su verdad, se verá que las siguientes dos no sólo ocupan el lugar principal, sino que encierran bajo ellas todas las demás partes, y consecuentemente la sustancia entera del cristianismo: a saber, un conocimiento, primero, del modo en el que Dios debe ser adorado apropiadamente; y, en segundo lugar, el origen de dónde se obtiene nuestra salvación. Cuando estas cosas no se consideran, aunque nos gloriemos con el nombre de cristianos, nuestra profesión es hueca y vana. Después de esto vienen los sacramentos y el gobierno de la Iglesia, siendo instituidos para conservar estas ramas de doctrina, los cuales no deberían ser empleados para cualquier otro propósito; y, verdaderamente, los únicos medios para averiguar si son o no administrados rectamente y en la debida forma, es traerlos a esta prueba. Si alguno desea una ilustración más clara y sencilla, yo diría, que el gobierno en la Iglesia, en el oficio pastoral, y en todos los demás asuntos de orden [administración], se asemejan al cuerpo humano, mientras que la doctrina que prescribe la adoración apropiada de Dios y que señala el fundamento en que las conciencias de los hombres deben basar su esperanza de salvación, es el alma que da impulso al cuerpo, le imparte vida y movimiento, y en resumen, no lo hace un cadáver muerto e inútil.
En cuanto a lo que he dicho, no hay controversia entre los piadosos ni entre hombres de un entendimiento recto y sano.
La Verdadera Adoración
Veamos ahora a qué nos referimos por el culto legítimo de Dios. Su fundamento principal es reconocerlo como Él es: la única fuente de toda virtud, justicia, santidad, sabiduría, verdad, poder, bondad, misericordia, vida y salvación; de acuerdo con esto, el atribuirle y rendirle la gloria de todo lo que es bueno, buscar todas las cosas sólo en Él, y en cada necesidad recurrir a Él solamente. De aquí nace la oración, de aquí la alabanza y la acción de gracias, que son las pruebas de la gloria que le atribuimos. Esto es aquella santificación genuina de Su nombre que Él requiere de nosotros por encima de todas las cosas. A esto se le une la adoración, por la cual le manifestamos la reverencia debida a su grandeza y excelencia; y a esta adoración las ceremonias le están subordinadas, como ayudas o instrumentos, para que, en el desempeño del culto divino, el cuerpo pueda ejercitarse al mismo tiempo con el alma. Después de esto viene la renuncia propia de uno mismo, cuando (renunciando al mundo y la carne) somos transformados por medio de la renovación de nuestro entendimiento: y ya no vivimos más para nosotros mismos, sino que nos sometemos para ser gobernados y movidos por Él. Por esta renuncia propia de uno mismo se nos instruye a la obediencia y lealtad a Su voluntad, para que Su temor reine en nuestros corazones y regule todas las acciones de nuestras vidas.
Que en estas cosas consiste la adoración verdadera y sincera que Dios solo aprueba y en la que Él sólo se agrada, lo enseña el Espíritu Santo a través de las Escrituras, y es además—antes de comenzar cualquier discusión—el fundamento más indicado de la piedad. Tampoco ha existido desde del principio otra manera de adorar a Dios; la única diferencia es que esta verdad espiritual (que con nosotros es manifiesta y sencilla) estuvo bajo el Antiguo Pacto envuelta en figuras. Y este es el significado de las palabras de nuestro Salvador, «Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y en verdad,» (Juan 4:23). Porque con estas palabras Él no estaba negando que la adoración de los patriarcas era espiritual, sino sólo quería indicar una distinción en la forma externa: quiere decir, que mientras lo que el Espíritu anunciaba de antemano por medio de muchas figuras, nosotros lo tenemos en una manera clara. Pero siempre se ha reconocido, que Dios, que es Espíritu, debe ser adorado en espíritu y en verdad.
Además, la regla que distingue entre una adoración pura y una adoración corrupta se aplica universalmente, a fin de que no adoptemos ningún artificio o invención que nos parezca apropiada, sino atender a los mandatos de Aquel que solo tiene derecho en prescribir. Por lo tanto, si queremos que Él apruebe nuestra adoración, esta regla (que Él impone por todas partes con una máxima seriedad) debe guardarse con gran diligencia. Porque hay dos razones por las que el Señor—al condenar y prohibir toda adoración falsa—requiere de nosotros al prestar obediencia a Su propia voz solamente. Primero, esto establece en gran manera Su autoridad para que no sigamos nuestro propio gusto, sino que dependamos enteramente de Su soberanía; y, en segundo lugar, tal es nuestra necedad, que cuando se nos deja en libertad, todo lo que podemos hacer es extraviarnos. Luego, una vez que nos hemos apartado del sendero correcto, no hay fin a nuestros desvaríos y enredos, hasta que nos hallamos sepultados bajo una multitud de supersticiones. Por lo tanto, el Señor de una manera justa para afirmar Su derecho total de dominio, impone estrictamente lo que Él quiere que hagamos, y rechacemos inmediatamente todo artificio o invención humana que están en desacuerdo con Su mandato. También, de una manera justa, Él, en términos claros, define nuestros límites para que no—al fabricar maneras perversas de adoración—no provoquemos Su ira contra nosotros.
Sé cuán difícil es persuadir al mundo que Dios desaprueba toda manera de adoración que Él no ha establecido explícitamente en Su Palabra. Antes bien, la posición contraria que se apega a invenciones humanas (que están arraigadas, como si fuese, en sus mismos huesos y médula) es que cualquier cosa que ellos hacen, tienen ellos en sí mismos autoridad suficiente, siempre y cuando exhiban algún tipo de celo a favor del honor de Dios. Pero como Dios no sólo considera como inútil, sino que también abomina abiertamente cualquier cosa que se hace por un celo a Su adoración si está en desacuerdo con su mandato, ¿qué ganamos haciendo lo contrario? Las palabras de Dios son claras y manifiestas, «Obedecer es mejor que sacrificios». «Pues en vano me honran, enseñando como doctrinas, mandamientos de hombres.» (1 Sam. 15:22; Mat. 15:9). Cada añadidura a Su Palabra, especialmente en este asunto, es una mentira. Un simple «culto voluntario» (εθελοθρησκεια4) (Col. 2:18) es vanidad. Tal es la decisión que el Juez Divino ha pronunciado, y una vez que lo ha determinado, ya no queda lugar para debatir.
¿Se inclinará ahora vuestra Cesárea Majestad a reconocer, y vosotros ilustrísimos Príncipes me concederéis vuestra atención, mientras muestro cuán en total desacuerdo con este principio están todas las prácticas que a través del mundo cristiano hoy en día se tienen como culto divino? En palabras, ciertamente, ellos le conceden a Dios la gloria de todo lo que es bueno; pero, en los hechos le despojan la mitad, o más de la mitad de Sus perfecciones [atributos] al dividirlas entre los santos. No importa qué clase de maquinaciones nuestros adversarios empleen, y no importa cuánto nos difamen por exagerar lo que ellos alegan que son simple errores triviales, yo indicaré simplemente el hecho como todo hombre lo apercibe. Los oficios divinos son distribuidos entre los santos como si éstos hubieran sido designados los colegas del Dios