Una vida breve. Michèle Audin. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Michèle Audin
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Языкознание
Год издания: 0
isbn: 9788418264696
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en Argel el 5 de octubre de 1966.

      Así sabemos que nació a las 23 horas. Nació en casa. Mi abuelo no quería ni oír hablar de hospital, ya que su madre había muerto en uno. Es posible que, en los años treinta, al igual que el hecho de declararse «sin profesión», dar a luz en casa se considerase una señal de promoción social. ¿Los muy pobres en el hospital, los menos pobres en casa? No lo sé. Muchos niños de familias judías pobres nacieron en el hospital Rothschild, en París, en esos años; lo leí en una novela de Patrick Modiano. Georges Perec nació también en una maternidad parisina. Mi madre nació en casa y, puesto que es de él de quien estamos tratando, mi padre también.

      Sé que el médico, porque había un médico en Béja (incluso sé que se llamaba Le Faucheur), vino a ayudar a mi abuela en el parto y también sé que la ayudó cuando hubo que cuidar al bebé porque ella, no es de extrañar, se alarmaba a la menor fiebre.

      No se hacían muchas fotografías en aquella época. ¿A quién se parecía aquel recién nacido? ¿Nació con la cabeza deformada? Si tenía pelo y de qué color, nunca lo sabré. De adulto era moreno, pero había tenido, de niño, el pelo más claro. Si su madre lo amamantaba, si estuvo muy enfermo, si lloraba a menudo por la noche, a qué edad le salió el primer diente, cuándo caminó, cuándo habló, tampoco sé nada de eso. Conformémonos con esa información en bruto: era el 14 de febrero de 1932, y nació.

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      Al mismo tiempo que él, nacía una idea de lo que serían las matemáticas de aquel siglo, del siglo xx. Los jóvenes matemáticos defendían sus tesis, hacían el viaje a Alemania, un poco como en otros tiempos los pintores europeos habían hecho el viaje a Italia. Tras un largo y esterilizador periodo de boicot, se podía, en efecto, hablar de nuevo con los científicos alemanes y, si seguían participando en el seminario de Jacques Hadamard en el Collège de France, los jóvenes organizaban con Gaston Julia, quien también había ido a Alemania, un seminario temático como los que habían frecuentado en las universidades alemanas y al que llamaban «seminario Julia». René de Possel, de quien cabe señalar que había tenido un hijo en 1932, dio la primera conferencia sobre integración, y después la primera conferencia sobre los espacios topológicos. Con Henri Cartan, André Weil y otros, participó en la fundación del grupo Bourbaki, que tendría una profunda influencia en las matemáticas.

      Jean Leray participó también en el seminario Julia, aunque no así Laurent Schwartz, quien entonces era alumno de la Escuela Normal Superior de París. Todavía era muy joven. Pero pronto iba a aprovechar lo que sus mayores habían discutido en aquel seminario, en el instituto Henri Poincaré, durante las comidas en los cafés del barrio latino y, después, en los congresos Bourbaki.

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      Cuando nació mi padre, la familia, integrada por su padre, su madre y su hermana mayor, vivía en la gendarmería de Béja, en Túnez. He encontrado y estudiado un plano de Béja que data de esa época, en concreto de 1928. En él se ve claramente la gendarmería, en lo alto de la «ciudad árabe», rodeada toda ella de murallas bizantinas. También sé que allí las comodidades eran más bien escasas: no había electricidad, tampoco había agua corriente, pero había fuentes.

      Inmediatamente después de su matrimonio, mi abuela había perdido a un primer bebé que ni siquiera llegó a nacer, un niño que llevó muerto en su interior, tras una crisis de paludismo. Fue un aborto espontáneo, un malogro, no un parto. Después tuvo una niña, Charlye, un Maurice, y una Aline que murió de difteria y que no dejó muchas más huellas que el pequeño Antoine, de quien habría sido sobrina. De ella puede que ni siquiera hubiese fotos. Luego murió, en Zaghouan, el primer pequeño Maurice, que era el segundo hijo de mi abuela.

      El Maurice de 1932 era el cuarto hijo vivo que ella traía al mundo. Tal vez el parto fuera rápido y poco doloroso, pero hay algo casi seguro, y es que ella no habló de eso, ni siquiera a su hija Charlye, por quien supe casi todo lo que escribo aquí sobre la familia en aquel periodo; mi abuela no hablaba de esas cosas.

      Siempre me impresionó mucho la coincidencia de las fechas de nacimiento en febrero en mi familia: mi abuelo el 13, mi padre el 14, mi madre el 15. Hace poco tiempo me di cuenta de que el primer pequeño Maurice había muerto el 13 de febrero de 1931, el día del cumpleaños de su padre.

      No cabe duda de que el nacimiento del segundo pequeño Maurice fue un bonito regalo de cumpleaños para mi abuelo, que el día anterior había cumplido treinta y dos años.

      El bebé fue bautizado. Su padrino era Paul Canamas, el marido de Pierrette, hermana de mi abuela. Ni mi madre ni mi tía Charlye se acordaban. Fue la hermana pequeña de mi padre, mi tía Aline, quien me lo contó. Pero quién fue su madrina hasta Aline lo ha olvidado. El bautizo se celebró el 19 de junio de 1932 en Koléa, lo que significa que la familia había hecho el viaje, de Béja a Koléa, setecientos cincuenta kilómetros por carreteras no muy fáciles, con una niña de seis años y medio y un bebé de cuatro meses. En efecto, la familia se encontraba en Argelia, como muestra, entre otras cosas, una foto de grupo tomada en 1934 en la «granja Charrier» (en casa de Marguerite, hermana de mi abuela).

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      De las noticias de febrero de 1932, guardo en la memoria la muerte de Ferdinand Buisson, fundador de la Liga de los Derechos Humanos; una conferencia mundial sobre el desarme en Ginebra, de la que hoy es fácil decir que no fue muy eficaz; el registro de patente de invención del pasapurés; pero no recuerdo los Juegos Olímpicos de Invierno que se celebraron en Lake Placid (los deportes de invierno, en los entornos y países en que vivía su familia, no debían de despertar mucho interés). Y, en cuanto a Túnez, que era un protectorado francés, bueno, pues el partido Destour, que reclamaba la emancipación del pueblo tunecino del yugo de la esclavitud (pues también se podría describir el «protectorado» en esos términos), estaba ya muy activo, y me parece haber oído decir a mi abuela que Bourguiba estaba entonces en arresto domiciliario y que era asunto de la gendarmería de Béja, pero no he encontrado confirmación de este hecho.

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      Nació en Béja, Túnez, a cien kilómetros al oeste de la capital. Cómo se vivía en Túnez en aquellos años me resulta difícil imaginarlo, y no sólo porque nunca haya pisado ese país. A su padre, que había acabado siendo gendarme –definitivamente había crisis y definitivamente no encontraba trabajo–, lo habían enviado primero a Zaghouan, tras unas prácticas en Marsella. Zaghouan se encuentra a ochenta kilómetros al sur de Túnez, y allí fue donde la primera pequeña Aline y luego el primer pequeño Maurice fueron enterrados. Mis abuelos no tenían ninguna estima por el médico de aquel lugar. Los recuerdos de Charlye al respecto repiten literalmente lo que yo misma oí contar a mi abuela. La quinina, una palabra que siempre me recuerda a mis abuelos, debido a las historias que repetía mi abuela, la quinina (que me hacía pensar también en la quina que elaboraba mi abuelo con cáscaras de naranja), único medicamento conocido por el médico de Zaghouan, decía ella, repetía ella, la quinina, un remedio eficaz contra el paludismo. Pero ¿y contra la difteria? Así que en Zaghouan había un médico, sin ninguna duda un médico francés, al que imagino necesariamente alcohólico, como el personaje interpretado por Gérard Philipe en Los orgullo­sos, porque mi abuela lo daba a entender (no que se pareciera a Gérard Philipe, sino que era alcohólico o que tal vez se drogaba). Lo que es seguro es que aquel médico era responsable de un territorio inmenso en el que la única farmacia era el «baúl» (como se decía entonces) de su coche, y aquel médico había enviado a mis abuelos a Túnez en taxi con su pequeña Aline y su angina diftérica. «No se admiten muertos», les dijeron cuando llegaron por fin al hospital con un cadáver infantil en los brazos. Había muerto de camino y se la llevaron de vuelta a Zaghouan.

      Así era la vida para la familia de un gendarme francés, en Túnez, en 1930. Por su parte, el pequeño Maurice murió de paludismo. Charlye se acuerda: la enfermedad lo hizo sufrir y delirar durante trece días antes de acabar con él.

      En 1935, enviaron a su padre todavía más al oeste, a Aïn Draham.

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