2. El yo y el autoconcepto. Evolución a lo largo de la vida y relación con la cultura
Todas las enseñanzas tienen un único objetivo: salvarnos de la creencia en una existencia separada.
Yo soy eso SRI NISARGADATTA MAHARAJ
¿Qué es el autoconcepto?
El autoconcepto es el conjunto de ideas que una persona tiene sobre sí misma, sobre sus características. Es un concepto similar al que luego definiremos como «yo biográfico». Se caracteriza por el sentido de continuidad y por la identificación con el cuerpo, con un sujeto que siente, piensa y quiere. Este fenómeno aparece en todas las culturas (Mogghadam, 1998).
Habría un autoconcepto social derivado de la identificación y pertenencia a grupos sociales y de la no pertenencia a otros grupos; por ejemplo: «Soy español (no de otro país), católico (no de otra religión), seguidor del Real Madrid (no de otro equipo)». Junto a ello, estarían los atributos individuales, específicos de nuestra biografía única, basados en nuestra historia personal; por ejemplo: «Me llamo Juan Fernández, tengo tres hermanos, estudié en tal colegio». El autoconcepto, tanto el social como el individual, tiene un origen social (Sammut y cols., 2013). Los conocimientos y creencias sobre uno mismo están estructurados en la memoria como
el recuerdo de sucesos personales y sus contextos (memoria autobiográfica) y
el recuerdo de los atributos abstractos que nos caracterizan (memoria semántica).
Nunca tenemos activada toda la información presente en nuestra memoria. Por eso, la activación de los aspectos de nuestro autoconcepto se realizará diferencialmente en función del contexto en el que nos hallemos. Los atributos extraídos de la memoria a largo plazo, tanto semánticos como autobiográficos, se organizan temporalmente en un contexto social determinado y orientan la percepción, la comprensión y las decisiones que ocurren en cada momento.
Hay diferentes teorías sobre el contenido del autoconcepto. En general, se considera que abarca varios aspectos (Sammut y cols., 2013):
1. Material: aquí se incluyen la apariencia física (p. ej., soy guapo/feo; bajo/alto, gordo/delgado, o cualquier otra descripción del cuerpo) y los bienes materiales que se poseen (tengo un coche, una casa, un balón, una tablet o un iPad).
2. Social: implicaría las relaciones con los otros (p. ej., tengo buenas amistades, tengo tales enemigos, me llevo bien con mis padres) y las reacciones de los otros hacia uno mismo (p. ej., soy popular, me consideran bromista).
3. Psicológico: está constituido por atributos como:
1 Rasgos, conductas o sentimientos habituales: es lo que constituye una de nuestras principales definiciones (p. ej., soy sincero, celoso);
2 Gustos o aficiones: aquello que nos atrae en todos los ámbitos (p. ej., me gusta el senderismo o la tortilla de patata);
3 Aspectos éticos y valores: se consideran nucleares en muchas personas (p. ej., me gusta ayudar a la gente, soy fiel y sincero);
4 Funcionamiento del yo: sensación de coherencia o identidad personal (p. ej., no sé lo que quiero, soy una persona muy coherente) o locus de control (p. ej., yo decido lo que hago y controlo mi vida, estoy a merced de otras personas, del destino).
Evolución del autoconcepto con la edad
El sentido de sí mismo parece desarrollarse hacia los dos años, con la aparición del lenguaje. El diálogo interno, la charla que mantenemos continuamente con nosotros mismos, empieza a la vez que el diálogo externo, el que mantenemos con las otras personas. Hacia los 7-8 años, con el diálogo externo bien establecido, el diálogo interno autorreferido es continuo y uno empieza a describirse a sí mismo. El niño inicia esta descripción mediante atributos físicos pasivos (p. ej., soy alto, rubio). Posteriormente, se describe de forma conductual, relatando sus habilidades, de forma comparativa, en relación con las expectativas sociales (p. ej., soy rápido, hablador). Más tarde se usan atributos sociales (p. ej., tengo muchos amigos, dicen que soy bueno haciendo tal cosa). Después de los 7-8 años, predominan los rasgos psicológicos como principal «diferenciador» del yo.
Inicialmente, los niños van a describir sus rasgos psicológicos de forma extrema, con una visión dicotómica de «todo o nada» y de forma global (p. ej., soy tímido o decidido).
Los atributos negativos de uno mismo suelen aparecer alrededor de los 9 años. Hacia los 10-12 años, la persona se describe según sus rasgos de personalidad. Durante la adolescencia temprana, los rasgos más importantes son las competencias relacionales o interpersonales, porque la importancia que se da, a esta edad, a la aceptación por los pares es enorme. Por último, en la adolescencia tardía, los atributos psicológicos y sociales son integrados en una visión global de la personalidad.
Un tema clave para el mantenimiento del yo, como veremos en los próximos capítulos, es la continuidad de la identidad y de la singularidad. Esta continuidad se sustenta en el nombre, el cuerpo, las pertenencias sociales y las preferencias consideradas como inmutables. Y, por supuesto, en la memoria que recuerda todo eso y en el diálogo interno que nos lo actualiza continuamente. Sobre esta base desarrollamos:
La continuidad de la identidad, que implica la no modificación de los rasgos descriptivos.
La singularidad, que se fundamenta en la comparación con los otros. Una característica de finales del siglo XX y comienzos del XXI es la necesidad de las personas de estructurar la singularidad, de ser diferentes a los otros. Sienten la necesidad psicológica de desarrollar una combinación única de rasgos psicológicos, conductas, aficiones. «Yo solo soy si soy diferente a los demás».
La continuidad de la identidad no excluye el cambio, que está en la base de todos los fenómenos, como afirma el budismo. De esta forma, el sentido de permanencia se extrae a partir de una narrativa coherente entre el pasado, el presente y el futuro; es decir, se puede seguir siendo uno mismo cambiando. Durante la adolescencia tardía y la edad adulta, las personas se perciben como personalidades en interacción con el medio; por el contrario, se percibe a los demás como poseedores de rasgos más estables. Por tanto, se tiende a tener una visión de los otros más simple y estable, mientras que nuestra autopercepción resulta más compleja; es decir, utilizamos para describirnos más rasgos que con los otros, y son más ambivalentes o contradictorios, creyendo que nosotros somos más flexibles y adaptados a las circunstancias. Varios estudios han mostrado que las personas están más motivadas para mantener una buena imagen de sí mismas que para obtener una información exacta y veraz sobre sí mismas.
En cuanto a la autoestima, los niños menores de 7 años muestran un autoconcepto simple. Debido a su falta de autocrítica, no suelen presentar problemas de autoestima.
Después de esta edad, surge un autoconcepto más singularizado a partir de la comparación con los otros. Ya hemos dicho que los atributos negativos del sí mismo emergen alrededor de los 9 años, fenómeno que hace surgir la problemática de la autoestima. Una importante disminución de la autoestima se produce en particular al pasar de la escuela primaria a la secundaria. Comparando alumnos de 12 años, tanto de primaria como de secundaria, estos últimos informaban de menor autoestima, un autoconcepto menos definido y mayor miedo al ridículo. También se ha encontrado una disminución del locus de control interno, aunque este vuelve a recuperarse progresivamente con el paso de los años. La hipótesis sobre por qué ocurre esto tiene que ver con el paso de la escuela primaria (con pocos profesores y una clase conocida) a la escuela secundaria (con muchos profesores, clases impersonales y un ambiente social más competitivo y agresivo).
Práctica: recordando el autoconcepto en las etapas de la vida y comparándolo con el actual
Adopta una postura cómoda de meditación. Intenta conectar con tus primeros recuerdos. Seguramente están situados hacia