Últimamente, en el afán por ofrecer productos grasos alternativos y “saludables”, los tecnólogos industriales han desarrollado un arsenal de procesos que imitan sabores y texturas tradicionales, que generan mayores utilidades y sobre todo ofrecen el atractivo comercial de ser “lights”. Un caso es la adición de agua, que reemplaza “económicamente” casi la mitad de la grasa en la manteca clásica, lo cual obliga al uso de espesantes, emulsionantes, colorantes, aromatizantes y conservantes.
Otras preparaciones reemplazan la grasa por “ almidón modificado”. Este aditivo, que aparece en muchas etiquetas de productos “dietéticos”, no es otra cosa que almidón de maíz, procesado con ácido clorhídrico o enzimas de moho; gracias a esto el almidón toma una consistencia que al consumidor le deja sensación grasosa en el paladar. Algo similar ocurre con el suero de leche (residuo barato de la industria láctea), cuyas partículas proteicas sometidas a presión dan como resultado una película deslizante en la boca del consumidor, que la percibe como verdadera grasa.
El químico alemán Udo Pollmer en su libro “Buen provecho” da pista sobre los vericuetos legales que ocultan información sobre estos temas al consumidor: “Lamentablemente en Alemania no es posible identificar fácilmente a los sustitutos de grasas, pues en los potes de helados o postres lights basta declarar que el producto es a base de proteína de suero de leche. Y cuando se usan en quesos lights ni siquiera hay necesidad de mencionar nada, pues los componentes de la leche son considerados como algo natural y no es obligatorio declararlos separadamente” . Si eso sucede en un país como Alemania, ¿qué queda para nosotros?
Otra pseudograsa para evitar es la olestra, desarrollada por una multinacional alimentaria en base a grasa y azúcar. Esta grasa artificial se publicita como adelgazante y reductora del colesterol. Según explica Pollmer: “Su virtud es que nuestras enzimas digestivas no la pueden atacar y desdoblar; la lógica es sencilla, lo que no se digiere, no engorda. Pero dado que originalmente producía diarrea por su velocidad de tránsito intestinal, se le aditivó una sustancia denominada textualmente barrera de escape anal (en inglés “anti anal leakage agent”)… para retardar su evacuación!!!” Tenga por cierto el consumidor, que estos productos cuentan con aprobaciones legales… FDA incluida!!!
La grasa animal saturada
Al procesamiento industrial, en la dieta moderna tenemos que sumar la omnipresente grasa de origen animal, cuya calidad se hace directamente proporcional a la degradación que en materia nutricional condiciona la moderna cría masiva y estabulada de los rodeos industriales. La gente cree que desgrasando o buscando cortes magros se resuelve el problema, sin tomar en cuenta lainfiltración grasa de las carnes actuales. Otros consideran que están protegidos por haber eliminado el consumo cárnico, sin reparar en la abundancia dietaria de grasa láctea. Ya veremos que ni siquiera los “descremados” nos ponen a reparo de problemas.
Grasa aterogénica y nada saludable
La materia grasa presente en la secreción láctea vacuna resulta abundante (35g por litro) y principalmente saturada (54% son ácidos grasos saturados). Dichos ácidos grasos, predominantes en los animales terrestres y escasos en los vegetales, son aterogénicos (precursores de ateromas) por su estructura molecular con mayor tendencia a agregarse y coagularse. Entre los ácidos grasos lácteos, hay gran proporción del araquidónico, precursor de eicosanoides inconvenientes [46] .
El exceso de estos compuestos en sangre está relacionado a daños del sistema circulatorio, sobre todo a nivel de arterias coronarias y cerebrales, pudiendo conducir a infarto de miocardio, deterioro de las funciones cerebrales, daños renales, intestinales y en las extremidades. Muchos consumidores atentos a la salud evitan, por ejemplo, el uso de manteca por considerarla grasa, pero en cambio consumen quesos, los cuales llegan al 35% de su peso en grasas y más de la mitad son saturadas.
Otra confusión la genera la creciente oferta de lácteos descremados o “dietéticos”, que en muchos casos apenas disminuyen un 25% su contenido graso, con lo cual siguen aportando, en el caso de los quesos, más de 200g de grasa por kilo. Como estos productos “lights” se anuncian “saludables”, se los suele consumir en mayor cantidad (“total es sano”) y generalmente se termina ingiriendo igual o mayor cantidad de grasas, e indefectiblemente más cantidad de proteínas bovinas, que veremos resultan aún más perjudiciales que las grasas. En los casos de productos industriales “0% grasa”, el problema es también serio: al no detectarse grasa en la boca, no se produce la activación del flujo biliar, necesario para la digestión de grasas y proteínas, y por tanto digerimos peor las proteínas, que así generan putrefacción intestinal.
Un problema que genera la grasa láctea vacuna, en combinación con péptidos opiáceos similares a la morfina , es el enlentecimiento del tránsito intestinal, causando estreñimiento y otros problemas mayores. Al ser vehículo de toxinas liposolubles (muchas de efecto cancerígeno), la grasa saturada permite que dichas sustancias tengan tiempo de actuar en los intestinos, reabsorberse y afectar otras zonas del cuerpo. Esto se relaciona con el cáncer, principalmente de colon, y con afecciones hepáticas. El hígado capta las toxinas absorbidas por el estreñimiento e intenta neutralizarlas, lo cual provoca cefaleas, contracturas cervicales, nauseas, irritabilidad, cólicos, hipertensión...
Otro inconveniente de la grasa láctea es su capacidad de almacenar, concentrar y distribuir toxinas ambientales presentes en el proceso de cría vacuna. Micotoxinas (aspergillus flavus), pesticidas (acaricidas, nematicidas, fungicidas, rodenticidas), herbicidas, fertilizantes y otros agroquímicos (dieldrin, lindano, metoxiclor, malathion, aldrín, ddt), dioxinas, metales (hierro, cobre, plomo, cadmio, cinc), plásticos (bisfenol),antibióticos, detergentes y desinfectantes (formol, ácido bórico, ácido benzoico, bicromato potásico), usados en los forrajes, en la cría y en el procesamiento, aparecen luego en la grasa de la leche. Hace unos años un estudio estadounidense mostraba que el 90% de los pesticidas organoclorados que ingería diariamente un ciudadano americano no prevenía del consumo de alimentos vegetales tratados, sino de alimentos de origen animal que los concentraban en su grasa.
Oxicolesterol: el verdadero villano
No podemos olvidar que la leche vacuna aporta abundante colesterol; en la ingesta de un estadounidense medio significan 161 mg diarios (equivalente a 53 fetas de tocino). Esto no sería un problema en un organismo en condiciones de evacuar sus excedentes… y si ese colesterol no estuviese oxidado. Esta “pequeña diferencia” (la oxidación) se genera cuando el colesterol toma contacto con el aire, cosa que ocurre en el proceso de deshidratación, para producir leche en polvo.
La moderna usina láctea convierte a la leche fluida en polvo, para poder manejar la estacionalidad de la oferta y por conveniencia de los procesos productivos. Actualmente