—¡No sé cómo Ivan te ha invitado!
Él enarcó de forma cínica las cejas, manifestándole a las claras que se burlaba de su vehemencia.
—Dime una cosa, querida Grace, ¿crees que si no me atrevería a aparecer aquí vestido como voy vestido? —con un gesto arrogante señaló su indumentaría—. ¿Si no fuera por el tema que se le ha ocurrido a tu amigo para celebrar esta fiesta?
Grace juró para sus adentros por haberle hecho aquella pregunta tan tonta. Ni siquiera había querido mirarlo. Pero con aquel gesto que había hecho la había obligado a ello. Y después de mirarlo ya no pudo apartar sus ojos de él.
No quería acordarse de la fuerza y agilidad del cuerpo de Constantine. No quería acordarse de la estructura que tan íntimamente ella conocía. Le dolía solo recordar lo que una vez sintió en sus brazos, apoyándose en su pecho, sintiendo su boca.
—Pues no parece que hayas entendido bien de qué va la fiesta de esta noche.
La rabia que sentía en su interior dio un tono cortante a sus palabras. Sus ojos grises eran como el hielo, cuando lo miró con gesto de desprecio, el mismo que él había utilizado momentos antes con ella.
—A mí, Ivan me dijo que como iba a cumplir treinta años e iba a dejar atrás ya la década de los veinte, tenía que venir vestido como lo hacíamos hace diez años…
—¿Crees que no lo sé? —espetó Constantine con voz profunda—. No tienes que explicármelo. Además, si tuviera alguna duda, no tendría más que mirarte a ti la pinta que llevas.
—Por lo menos yo he intentado vestirme como vestía entonces —le respondió Grace con un gesto de desafío.
Aunque la verdad era que lo que se había puesto no era lo que se ponía hacía una década. Hacía diez años ella solo tenía catorce. En aquel tiempo unos pantalones vaqueros con una camiseta blanca sin mangas había sido la indumentaria que llevaba a todos sitios.
Pero para ir a la fiesta de esa noche había elegido otra cosa. Se había peinado de forma distinta, con el pelo despeinado y se había maquillado más que de costumbre, lo cual le daba un aspecto mucho más juvenil y más relajado. Cuando se miró al espejo le hizo gracia, porque su aspecto era completamente distinto al que estaban acostumbrados sus compañeros de la agencia de publicidad en la que trabajaba.
Pero al ver la forma en que la estaba mirando Constantine se sentía ridícula e incómoda. Si hubiera podido habría vuelto a vestirse de la forma elegante y sofisticada que tanta seguridad le daba.
Si hubiera sabido que él iba a acudir a aquella fiesta, se habría puesto algo que le habría quitado el hipo. Algo que le hubiera mostrado lo que se había perdido cuando la había dejado.
Si hubiera sabido que él iba a ir a aquella fiesta…
¿A quién estaba engañando? Si ella hubiera incluso sospechado que Constantine Kiriazis estaba en Inglaterra en la misma ciudad en la que Ivan y ella vivían habría echado a correr y no habría querido ver al hombre que tanto había amado en el pasado.
—Por lo menos yo lo he intentado, mientras que tu…
—¿Qué defecto ves a lo que llevo puesto? —le preguntó Constantine con un tono que la hizo sentir un escalofrío en la espalda.
—Me haces gracia. Es tan…
Le faltaron las palabras. Prefirió mantener la boca cerrada, antes de decirle alguna burrada.
La verdad era, sin embargo, que lo que llevaba era el más puro estilo Constantine, mostrando a las claras su masculinidad.
El abrigo de lana de cachemira que llevaba puesto, para protegerse del frío de las tardes del mes de marzo, se ajustaba a la perfección a su atlético cuerpo. Se veía que era un atuendo caro, más caro de lo que una persona normal se podía permitir. Era de una familia adinerada como lo habían sido también sus antepasados. Pero no necesitaba de la riqueza para que la gente se fijara en él.
Constantine Kiriazis nunca había hecho ostentación de la fortuna que ella sabía que poseía, en principio por ser el hijo de un hombre con mucho dinero y en segundo lugar por el hecho de que él también había conseguido bastante por sí mismo. Su ropa al igual que todo su ser era exquisita pero sencilla. El único objeto llamativo que llevaba encima era un reloj de oro en su muñeca.
Debajo del abrigo llevaba una camisa blanca, pajarita, pantalones negros y un chaleco. No llevaba chaqueta. A diferencia del resto de los invitados, que se habían vestido de acorde con la ocasión, su aspecto era sofisticado y totalmente disciplinado, como si nada tuviera que ver con aquella fiesta.
—¿Tan qué? —le preguntó Constantine.
—Tan controlado, tan…
Se estaba dando cuenta de que sus propios sentimientos la estaban sacando de quicio. Tenía que dejar de fijarse en el aspecto tan masculino que se escondía debajo de aquella ropa.
—La verdad es que pareces un camarero.
Los ojos de él adquirieron un cierto tono de violencia al oír su comentario. Incluso oyó el ruido que hizo con los dientes al cerrar la boca, como si con ese gesto quisiera tragarse las palabras que había estado a punto de soltar. Ella sabía que su comentario había herido a su orgullo, un aspecto fundamental en su carácter.
—Para tu información, mi querida y dulce Grace —le respondió—, ese es el aspecto que quería tener.
Se lo dijo en un tono suave pero de forma implacable.
—Hace diez años, cuando tenía veintiuno y acababa de terminar la universidad, mi abuelo insistió en que tenía que aprender el negocio y tenía que empezar desde abajo. Pasé mis primeros seis meses trabajando de camarero en los hoteles de Kiriazis Corporation.
—Ah…
Fue lo único que pudo decir. Los labios se le quedaron de pronto secos y tuvo que humedecérselos con la lengua. Se quedó paralizada al notar sus ojos clavados en aquel pequeño movimiento que delataba el caótico estado de sus pensamientos en el que se encontraba. Y en ese mismo instante se dio cuenta del significado de lo que había dicho.
—¿Entonces Ivan te ha invitado?
—Ivan me ha invitado —le respondió mientras entraba en el vestíbulo y cerraba la puerta con el pie. El sonido que hizo al cerrarse la sobresaltó—. ¿Es que acaso no lo sabías?
Grace movió en sentido negativo la cabeza.
—No, no lo sabía.
¿Cómo podía haber hecho Ivan una cosa así sin decírselo? Tenía que saber lo mucho que a ella le afectaría la presencia de Constantine, el dolor que iba a sentir. Precisamente él era el que mejor podía saber lo difícil que eran de cicatrizar las heridas del pasado. Su forma de actuar era inexplicable.
—Pero he de decirte que si hubiera sabido que tú estabas aquí no habría venido. Me habría ido a cualquier otro sitio antes que venir aquí. Después de cómo te comportaste conmigo, ya no quería verte nunca más…
La boca de Constantine adquirió un tono de desprecio intensificado aún más por la ira que reflejaban sus ojos negros como el azabache.
—Te advierto que el sentimiento es mutuo. La cuestión es qué hacemos ahora.
—Lo mejor que podrías hacer es marcharte —Grace se lo dijo con poca esperanza de que aceptara la sugerencia. Sus temores se confirmaron al ver el movimiento negativo que hacía con la cabeza. Constantine Kiriazis debía saber que ella estaba allí y debía haberse trazado una estrategia de antemano. Era un hombre que no se acobardaba ante nadie ni ante nada. Y no creía que lo fuera a hacer en aquel momento.
—Pues…
—¿Gracie? —era la