Si reflexionamos un momento sobre los casos y las consecuencias que acabamos de exponer, comprenderemos que el fundamento y la misión de la educación del niño es crear las mejores oportunidades de aprendizaje presente y futuro, para el desarrollo más completo de la persona. Y obviamente las experiencias vitales de los primeros años de vida están impulsando la formación y estructuración de las redes neuronales que subyacen a la memoria y al aprendizaje, pero también las que sustentan otros dominios cognitivos —en el ámbito del aprendizaje, dominio se refiere a una categoría cognitiva concreta; se admiten los dominios cognitivo, psicomotor y afectivo—. Hemos de tener en cuenta que durante los primeros años de vida estamos ante un cerebro extremadamente plástico, que por tanto absorberá los conocimientos de forma mucho más eficiente que un adulto, pero también en cierta medida lo hará de modo diferente… Sin embargo, nuestro sistema educativo no ha asumido los conocimientos biológicos, que ciertamente indican que la experiencia se convierte en «estructura» neuronal. Desde esa perspectiva, el docente no solamente ha de «verter» información para que el alumno la retenga en su «memoria académica» (por cierto, generalmente durante un tiempo bien limitado, véase el recuadro «La conjura del olvido, o por qué olvidamos lo aprendido»), sino que ha de proporcionar una experiencia de aprendizaje capaz de dejar «huella» biológica (véase el capítulo «Aprendiendo toda una vida»).
Inmovilizar el tiempo: los aprendizajes sociales
Existen, además de los aprendizajes individuales, que permiten llenar de contenido la memoria de cada persona con «su» historia personal (su «yo»), otros aprendizajes colectivos, con una dimensión social. En la primera mitad del siglo xx, el sociólogo francés Maurice Halbwachs y el escritor y filósofo Walter Benjamin, publicaron trabajos pioneros sobre la dimensión social de la memoria. Según Halbwachs, la memoria colectiva es el proceso social de reconstrucción del pasado vivido y experimentado por un determinado grupo, comunidad o sociedad.
Si cerramos los ojos, y nos remontamos en el tiempo tan lejos como nos sea posible, quizá podamos encontrar los recuerdos de las historias que nos contaban nuestros abuelos, o nuestros padres. Es posible que no lo recordemos todo, pero a nuestra vez, contaremos esas historias, a nuestros hijos y nietos, añadiendo posiblemente parte de nuestras propias historias y vivencias. A esta memoria autobiográfica, habría que añadir la enseñanza, aún más sistemática, de los procedimientos y los hábitos que aprendemos de una sociedad concreta y también se instalan en nuestra memoria. La transmisión «local» del conocimiento forma una memoria colectiva y unos aprendizajes culturales. Es decir, aprendemos de acontecimientos que no necesariamente hemos vivido en propia piel, sino que los hemos aprendido a través de diferentes medios en una especie de «registro intermedio» entre la «memoria viva» (la del individuo) y la memoria histórica. El concepto de «memoria histórica» designa el esfuerzo consciente de los grupos humanos por encontrar y aprender su pasado, sea este real o imaginado, valorándolo y tratándolo con respeto. La historia misma puede definirse como una búsqueda científica de evidencia de memoria, un aprender el pasado y del pasado. Los diversos estudiosos coinciden en que, en esa dimensión social de la memoria y el aprendizaje, no interesa tanto el pasado tal como es reconstruido por historiadores o arqueólogos, sino cómo es rememorado por los que «vivieron» ese pasado, puesto que los grupos humanos tienen necesidad de reconstruir permanentemente sus recuerdos.
A partir de la década de 1980, la memoria colectiva empezó a definirse como la «memoria cultural», una memoria que no solo se crea en base a los relatos orales y la interacción cotidiana, sino a través del uso de diversos medios que permiten almacenar y divulgar versiones del pasado en espacios sociales más amplios. Así, los procesos sociales de rememoración colectiva se componen de combinaciones de imágenes, ideas o conceptos y representaciones. Este «pasado vivido» es distinto a la historia, entendida esta como las fechas y eventos registrados. El aprendizaje cultural permite continuidad, mientras que la historia implica discontinuidad. La memoria colectiva es un intento de mostrar que el pasado permanece, de inmovilizarlo, de forma que la identidad de un grupo, sus proyectos, también permanezcan.
Quedan aún otros muchos aspectos del aprendizaje que merece la pena analizar. Por ejemplo, resulta interesante que tanto la incorporación de acontecimientos, hechos, información, etcétera, mediante el aprendizaje como la recuperación de lo aprendido pueden ser conscientes o inconscientes. De todo ello, y de cómo influye sobre nuestra conducta, aunque aún no sepamos por qué, hablaremos en los próximos capítulos.
Memorias del Futuro
La memoria es efímera y fluctuante, y por tanto como señalaba José F. Colmeiro en Memoria histórica e identidad cultural: de la postguerra a la postmodernidad, necesita de la materialidad del espacio para afincarse y arraigarse. De ahí la necesidad de los «lugares de la memoria», como espacios intermedios entre la memoria y la historia. «Lugares» como estatuas, museos, lápidas... que resguardan el pasado de la amenaza del olvido y advierten a las sociedades del futuro del peligro de cometer errores similares. Es lo que se ha dado en llamar «el deber de la memoria».
El nacimiento de nuevas tecnologías, como la realidad virtual, ha permitido renovar el concepto de esos «lugares». Un ejemplo de ello es «FutureMemories» («memorias futuras»), una iniciativa para evitar que los crímenes nazis caigan en el olvido ahora que muchos de sus testigos han llegado a una edad avanzada. Los promotores de la iniciativa lo denominan «la crisis europea de memoria en ausencia de testigos». Ahora, investigadores del grupo de investigación SPECS de la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona se han propuesto utilizar herramientas de realidad virtual y realidad aumentada para reconstruir cien de los campos de concentración que formaron parte del horror nazi. Este entorno virtual se denomina «Active Learning in Digitally Enhanced Spaces» (ALDES), ya que combina visualizaciones digitales de reconstrucción de los espacios con datos históricos detallados y fidedignos. El proyecto comenzó en 2010, cuando uno de los investigadores, Paul Verschure, visitaba el memorial Bergen-Belsen, donde había muerto su abuelo en abril de 1945.
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