Quizá debo disculparme ante el lector por el método que sigue mi exposición. Mi hermano Pedro Fernández Liria, que también lo practicaba, lo llamaba «avanzar en espiral». He procurado que en cada nuevo parágrafo con el que progresa este libro, se asegure en primer lugar que se ha comprendido lo anterior. Esto puede resultar, en ocasiones, muy reiterativo. Es también mi forma de dar clase. Se avanza en espiral, pasando siempre por los mismos temas, para añadir un poco más cada vez. En cada nueva clase, hay que repetir primero la anterior, asegurarse de lo que se está dando por supuesto. Así, se progresa en la argumentación con más seguridad, aunque sea más despacio. Entiendo que esto es muy necesario en filosofía, donde nos enfrentamos a cuestiones tremendamente difíciles, aunque no irremediablemente oscuras. Pero quizás algunos lectores se impacienten. De todos modos, en este aspecto he preferido anteponer la claridad a la elegancia retórica. Sin estas repeticiones, a veces, uno mismo ya no sabe ni de qué está hablando. Y pienso que al lector le puede llegar a pasar lo mismo ante lo que está leyendo. He intentando no correr ese riesgo.
También he vuelto a tratar, intentando una nueva redacción más clara y accesible, algunos temas que ya había abordado en otros libros casi siempre más difíciles de entender. Intento evitar así referencias a otras obras mías que, además, persiguen objetivos muy distintos, de tal modo que el lector pueda confiar en que tiene en sus manos un libro que se entiende por sí mismo.
Paul Rée, Lou Andreas-Salomé y Friedrich Nietzsche en 1882 haciendo un trío.
[1] Ted Gioia, Canciones de amor. La historia jamás contada, Madrid, Turner Noema, 2016.
[2] De hecho, como demuestra Ted Gioia en el citado libro, las canciones de amor han sido el vehículo de la voz femenina más contestataria, en todas las épocas y circunstancias.
PRIMERA PARTE
HACER EL AMOR
No sé por dónde me vino,
este querer sin sentir,
ni sé por qué desatino,
todo cambió para mí.
Por qué hasta el alma se me iluminó,
con luces de aurora al anochecer,
por qué hasta el pulso se me desbocó,
y toda mi sangre se puso de pie.
Conchita Piquer
El encuentro erótico comienza con la visión del cuerpo deseado. Me pierdo y me recobro. Nos perdemos como personas y nos recobramos como sensaciones.
Octavio Paz
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