ARGEMINO BARRO escribe reportajes de política americana en El Confidencial y otros medios. Una tarea para la que se preparó, sin saberlo, en la antigua Unión Soviética.
En 2014 cubrió la guerra en el este de Ucrania y obtuvo el premio europeo «Belarus in focus» por su trabajo sobre la dictadura de Bielorrusia.
Estudió Periodismo en la Universidad Complutense de iMadrid y la ULB de Bruselas, aprendió ruso en el Instituto Pushkin de Moscú y ha sido investigador visitante de estudios postsoviéticos de la Universidad de Columbia.
En 2017 publicó en esta editorial El candidato y la furia: Crónica de la victoria de Donald Trump.
Hoy reside en Nueva York con su mujer y su hijo.
Una historia de Rus es una ventana hacia las profundas raíces de la tensión entre Ucrania y Rusia. Una crónica presencial de la guerra en la que pasado y presente se alternan de forma simbiótica, con un ritmo y un tono narrativo trepidantes. Desde las revueltas cosacas a la sublevación del Maidán, desde la hambruna estalinista a la nostalgia de la Unión Soviética.
Las diferentes caras de una vieja pulsión: el intento, por parte de Rusia, de revivir el reino mítico de la Rus de Kyiv.
«Historia hecha crónica periodística. Un relato cercano y escrito sobre el terreno para que el lector viaje a un momento clave de Ucrania y entienda los orígenes del conflicto», Mikel Ayestaran
«Argemino Barro ha escrito un libro muy bien informado y de una gran sutileza narrativa a la hora de desplegar los acontecimientos y las reflexiones», Cuadernos Hispanoamericanos, (sobre El candidato y la furia), Daniel B. Bro
Argemino Barro
Ensayo
UNA HISTORIA DE RUS
CRÓNICA DE LA GUERRA EN EL ESTE DE UCRANIA
© De los textos: Argemino Barro
Madrid, abril 2020
EDITA: La Huerta Grande Editorial
Serrano, 6. 28001 Madrid
Reservados todos los derechos de esta edición
ISBN: 978-84-17118-70-9
Diseño cubierta: La Huerta Grande sobre ilustración orginal de Tresbien Comunicación
Producción del ebook: booqlab.com
ÍNDICE
UNA HISTORIA DE RUS
CRÓNICA DE LA GUERRA EN EL ESTE DE UCRANIA
III. “Los ricos están con Europa y los pobres con Rusia”
A Ben y Constantine
NOTA LIMINAR
He respetado la ortografía original del ucraniano y del ruso, salvo por alguna simplificación puntual: al cosaco Jmelnytskyi, por ejemplo, lo he convertido en Jmelnitski.
Cuando no haya una versión española de uso común, los nombres geográficos de cada país están en sus respectivas lenguas oficiales.
La decisión más sensible hace referencia a la capital de Ucrania, Kyiv, que en España siempre hemos llamado por su denominación rusa, Kiev. Es sensible porque, para muchos lectores, puede resultar una palabra nueva y por tanto confundir, y es sensible también por las connotaciones políticas.
El Ministerio de Exteriores de Ucrania pide a la comunidad internacional que cambie el ruso Kiev por el ucraniano Kyiv. Es una manera de reivindicar su lengua oficial y mayoritaria, y de establecer una clara distinción frente a su vecino, Rusia, dada la historia en común.
Es un caso similar al de otros países que se independizaron en el siglo XX: Birmania quiso convertirse en Myanmar, Ceilán en Sri Lanka, o, si hablamos de ciudades, Bombay en Mumbai.
Varios gobiernos, empresas, aeropuertos, instituciones académicas y la práctica totalidad de los grandes medios anglosajones, como The Guardian, BBC o The New York Times, han adoptado el nombre ucraniano de Kyiv.
En España también han comenzado a usarlo algunos periodistas y académicos.
Por estos motivos lo he considerado apropiado.
I
EL REINO PERDIDO
1
Vaya pómulos y vaya expresión. La mujer parece una estatua comunista: una figura de bronce llamada a la acción y al sacrificio. Sus manos son como dos pulpos de piedra, y uno se la imagina subida a un tractor, inclinada sobre miles de espigas, construyendo el socialismo. Debería estar en un pedestal, y no ahí, comiendo pepinillos de un frasco, aburriéndose con la mirada en el paisaje. Es como si la mujer hubiera descascado el bronce, cual polluelo que sale del huevo, y se hubiera incorporado a la vida mundana.
El imperio ha muerto, pero su estela permanece. Por ejemplo en este vagón de tren. La tercera clase, o clase platskartny, es una institución de la antigua Unión Soviética. Un vagón comunal de literas, como un cuartel o un internado, en el que los desconocidos charlan y comparten comida. Dicen que en esta región del mundo las personas son poco dadas a la conversación ligera y casual. Ese diálogo instantáneo, tan anglosajón, les parece sospechoso: una treta para seducir y conseguir algo. En cambio, su maestría en la charla kilométrica es legendaria. El comienzo será torpe, habrá miradas huidizas, manos frotándose y preguntas a las que seguirán tímidos monosílabos, pero, cuando pase la primera barrera, cuando alguien infiera tu origen o haga un cumplido, ya está. La conversación rodará impetuosa. Se desplegará como una novela, sin tabúes, en carne viva.
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