–Mucho, mucho miedo. Mira esto.
Un segundo más tarde sonó el teléfono. Victoria pulso la pantalla y sonrió. Liam le había mandado una fotografía del castillo. Sirvientes uniformados montaban una gran carpa. Había sillas blancas por todos sitios. En medio, había una mujer con aspecto eficiente y una carpeta en la mano, un pinganillo en el oído y el cabello recogido. Resultaba muy atractiva dentro de su aspecto de severa institutriz.
–No da miedo –Victoria carraspeó–. Es guapísima. Y tiene pinta de hacer muy bien su trabajo.
–Es un robot –dijo Liam–. No me necesitan para nada.
–Va a ser una boda espectacular –dijo Victoria.
–Eso parece –Liam suspiró–. Así que será mejor que sigas escribiendo.
Victoria mantuvo el teléfono en la mano varios minutos después de que Liam colgara, preguntándose si el suspiro de Liam se debía a la melancolía que le causaba que Aurelie se casara con otro.
Unas horas más tarde, Liam no pudo reprimir el impulso de llamarla de nuevo para oír su voz. Su tono entre sensual y brusco lo excitaba.
–Deberías tomarte un descanso de veinte minutos y venir a verme –dijo, en cuanto Victoria contestó.
El día anterior había sido premeditadamente osado para conseguir que la mujer que conseguía volverlo loco con una sola mirada, reaccionara. Obligarla a admitir la química que había entre ellos.
Pero las cosas se le habían ido de las manos y había tenido que detenerlas cuando comprobó que Victoria no iba a hacerlo. Casi había acabado con él, pero aquella no era la ocasión adecuada. No quería que ninguno de los dos se arrepintiera. El momento llegaría, y cuanto antes, mejor.
–¿Te basta con veinte minutos? –preguntó ella con sorna.
–Para la primera tanda –contestó él–. Luego podemos quedar para el resto de la noche.
–¿Has estado bebiendo?
–Sabes que no.
¿Como su padre, que bebía hasta quedarse inconsciente? Nunca había sido violento físicamente, solo negligente. Pasaba el tiempo en el puerto o en el bar, y nunca mostró interés por su único hijo. Liam sacudió la cabeza para borrar ese recuerdo y centrarse en el presente.
–¿Por qué no aceptas que hemos sacado al genio de la botella?
Aunque no de palabra, Victoria ya le había dicho que sí. Hasta el final.
–Piensa en algo más original. Eso es un cliché –dijo ella.
Liam rio.
–¿Desde cuándo eres tan dura?
–Ya te he dicho que por fin he madurado.
Liam pensó en lo dulce y obediente que era cuando la conoció, y que sus padres exigían de ella la perfección. Miró por la ventana, preguntándose cómo se habrían tomado el cambio de su hija.
–¿Cómo están tus padres? ¿Los ves?
Hubo una pausa tras la que Victoria dijo:
–De vez en cuando.
–¿Están disgustados por la ruptura entre Oliver y tú? –Liam apretó el teléfono a la oreja para intentar captar cualquier cambio de tono.
–Mucho.
Liam sospechaba que la culpaban.
Oliver le había contado que una hermana de Victoria había huido de su casa en la adolescencia. Una rebelde que había acabado relacionándose con el tipo de gente con la que la familia de Victoria no quería tener nada que ver. Por eso habían roto toda relación con ella, habían prohibido hablar de ella y se habían desecho de todo objeto que la recordara. Luego, Liam había conocido a Victoria y se había dado cuenta de que evitaba hacer cualquier cosa que pudiera molestar. Mientras que cuando habían estado a solas había dado muestras de una personalidad fogosa y divertida, en público parecía anularse. Y eso había irritado a Liam enormemente. Solo de pensarlo, volvió a sentir lo mismo, e imaginar que sus padres la culparan del fracaso de su matrimonio disparó su indignación. Pero todavía debía hacer una pregunta más.
–¿Has vuelto a ver a tu hermana? ¿La has localizado?
La noche que se había quedado a ayudarla con las decoraciones, Victoria había mencionado de pasada a su hermana y el deseo de volver a verla.
Se produjo un silencio.
–¿Victoria? –dijo Liam.
–Sí, nos vimos hace poco –dijo finalmente en un tono que Liam encontró forzadamente animado.
–¿Qué tal fue?
–Bien.
–¿Seguís en contacto?
–Somos muy distintas. Le he mandado una tarjeta de Navidad –dijo Victoria, precipitadamente–. Escucha, mejor te dejo. Sigo retrasada.
Liam guardó el teléfono en el bolsillo y contempló el jardín, cuyo césped parecía fosforescer. Aunque habría preferido que le resultara indiferente, no podía evitar pensar que Victoria no debería estar sola.
* * *
El teléfono de Victoria sonó a las cinco y media de la mañana del día siguiente. ¿Cómo podía saber Liam que estaría trabajando de nuevo? Contestó al primer timbre con una sonrisa en los labios.
–Debes estar muy aburrido.
–Voy a por ti. Tienes que descansar un rato y comer algo.
–¿Quieres invitarme a comer?
–Pensaba más en desayunar. En la cama. ¿No te parece una gran idea?
–Eres incorregible.
–¿Verdad que sí? Si pienso en ti, inmediatamente pienso también en sexo. Vais unidos. Como fresas y nata; queso y pan; Victoria y sexo.
Victoria no pudo contener la risa.
–¿Por eso no paras de llamarme?
La pausa que siguió a su pregunta la incomodó. A ella le gustaba hablar con él, reír con él, mientras que para Liam no era más que la forma de conseguir lo que quería: acostarse con ella.
Sin embargo, ella no podía arriesgarse a acceder y luego perderlo para siempre. Quería más. Se dio cuenta de que desde que había llegado a Francia estaba sola, que quería reírse más… Y cada vez que hablaba con Liam, reía.
–Quiero que termines el trabajo –dijo él, sonando súbitamente serio.
¿Era eso lo que le importaba? Victoria se quedó paralizada. El trabajo era para Aurelie. Claro, Liam quería que su exnovia, con la que había pasado tres años, tuviera la boda de sus sueños. Coqueteaba con ella a la vez que se aseguraba de que hacía las cosas bien. Eso era todo; su principal preocupación era la ex a la que había dedicado tres años y no solo una noche.
–Entonces –dijo Victoria, sonriendo para que Liam no le notara la decepción en la voz–, será mejor que siga trabajando.
Liam guardó el teléfono en el bolsillo con el ceño fruncido. Por más que quisiera, no podía ir a distraerla. Quería que Aurelie tuviera las tarjetas que necesitaba, pero sobre todo, que Victoria fuera bien pagada y que su trabajo se diera a conocer. Quería lo mejor para ella.
Aunque lo que verdaderamente quería era que pasara el fin de semana y poder concluir lo que habían empezado. Victoria tenía razón: su sentido de la oportunidad era desastroso.
Liam recorrió la habitación. Solo le quedaban unos días antes de volver al mar, pero no quería marcharse antes de conseguir lo que quería.
Se odiaba por ello. Victoria no quería lo mismo. No quería