Identidad robada. Carmen María Montiel. Читать онлайн. Newlib. NEWLIB.NET

Автор: Carmen María Montiel
Издательство: Bookwire
Серия:
Жанр произведения: Философия
Год издания: 0
isbn: 9788412213119
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      Finalmente, Alberto abrió la boca y dijo:

      —Sí, señor Montiel.

      —Mami, ya puedes entrar. Cameron te está esperando.

      Su vocecita me despertó de mi sueño. La vi parada a mi lado. Me levanté y fui al despacho de Shafit.

      Estaba algo preocupada. La juez nos había prohibido hablar del caso y nosotras lo habíamos cumplido al pie de la letra. Así que no sabía cuál sería su versión de los hechos. Aunque sabía bien lo que había pasado, todo, absolutamente todo me causaba angustia.

      Entré al despacho y allí estaba Cameron con su asociado en este caso, Jim Smith.

      —Buenas noticias, Carmen. ¡La historia de tu hija es exacta a la tuya!

      —No hay otra historia, Cameron. Solo hay una.

      —¡Y la misma! Tu esposo llamó repetidas veces al sobrecargo sin ninguna razón —siguió diciendo Shafit—. El caso va a juicio en octubre. Sin embargo, ya me informaron que tiene que ser pospuesto.

      —¿Por qué? Yo quiero salir de esto lo antes posible.

      —El fiscal tiene conflicto en su calendario. Y, en fin, necesitamos más tiempo para investigar. Lo van a mover para enero, lo cual es muy bueno. ¿Sabes por qué?

      —¡Ni idea!

      —El fiscal de este caso se va a retirar a finales de año. Así que el caso será asignado a otro fiscal, y ¿sabes qué?

      —¿Qué?

      —Nadie quiere a sus hijos más que sus verdaderos padres. Este ha pasado a ser un caso huérfano.

      —Explícame mejor.

      —A nadie le gusta heredar el caso que otro trajo al tribunal. Especialmente este, donde la mayoría de la gente en el Tribunal Federal dice que nada de esto habría pasado si tu esposo te hubiera dejado reposar la cabeza en su hombro. A nadie le gusta este caso, es una papa caliente. Por otra parte, el fiscal que va a asumirlo es amigo mío. Lo conozco muy bien. Me lo encontré en el supermercado el otro día y me dijo que lo llamara después de Año Nuevo para hablar de esto. No se escuchaba muy contento de haber heredado el caso. ¡A lo mejor lo cierra!

      Así comencé a darme cuenta de hasta qué punto era importante quién representaba, quién conocía a quién… Al final, se trataba de a quién conocías y qué negociabas fuera del tribunal. Con el tiempo aprendí que eso también era peligroso, ya que podían negociar entre ellos por muchas razones. Después de todo, se debían favores.

      —Cameron, hay que pedir la caja negra del avión y todas las grabaciones del vuelo. He estado haciendo investigaciones y todo esto es importante. Además, la caja negra es lo primero que buscan en cada accidente de aviación. También hay que pedir el manual de los empleados, específicamente el de los sobrecargos. Me imagino que él rompió las reglas, lo que hizo fue inusual. Me lo han comentado amigos que vuelan para otras aerolíneas, incluso para la que usamos en aquel viaje.

      —Todo ha sido ordenado ya, Carmen. Y ahora tenemos más tiempo. Mi investigador ya habló con la mujer policía que estaba en el avión. Él va a realizar más entrevistas. Pero, como sabes, eso trae más gastos. Aunque me imagino que todos los detalles de dinero se resolverán en la audiencia de medidas provisionales en el Tribunal de Familia.

      Estaba pensando que todo iba bien cuando Jim Smith dijo:

      —¿Cómo es eso de que estabas peleando por maní en el avión?

      —¿Qué?

      —Escuchamos eso.

      —¿Con quién han estado hablando ustedes? —pregunté.

      Había sido Alejandro el que había peleado por el maní. Había sido algo muy sencillo: él había metido sus manos en mi maní y yo le había dicho que se comiera el suyo. ¡Aquello había pasado antes de que nos sirvieran la comida y solo él sabía a ese respecto! A menos que estuvieran hablando con Alejandro… ¿Sería eso?

      Mientras tanto, como había dicho Cameron, nos estábamos preparando para la audiencia preliminar de mi divorcio. Esa audiencia tendría como objetivo dictar una orden que regulara la pensión compensatoria y alimentaria que mi marido tenía que pagarme, para mis hijos y para mí. Allí se determinarían todas y cada una de las responsabilidades de cada quien.

      Shafit tenía que ir a esa audiencia, porque mis abogados de familia suponían que Alejandro utilizaría el caso del avión para aprovecharlo a su favor y había que evitar a toda costa que yo subiera al estrado. Aunque yo era inocente, era lo mejor, según mis abogados.

      Había estado investigando y todos recomendaban que la persona acusada no testificara. Eso me recordaba el juicio contra O. J. Simpson: él nunca testificó.

      —¡Si hablas, no sales caminando del tribunal! —me dijo un amigo.

      Todo en mi vida me producía miedo.

      Rezaba a diario muchas veces. Pedía calma y paz para mí y para mis hijos. Y, por supuesto, le pedía a Dios que me ayudara a salir de aquello. También le preguntaba: “¿Por qué? ¿Por qué tuvo que pasarme?”. Y mientras rezaba me decía a mí misma: “Si no hubiese venido a Estados Unidos no me habría pasado esto jamás”.

      Deseaba estar de regreso en Venezuela, hasta que un día vino a mi mente un pensamiento: “Si estuviera en Venezuela, no estaría viva”.

      Me dio escalofrío de solo pensarlo. Pero me di cuenta de cuán cierto era. En Venezuela, la situación política y económica se ha deteriorado tanto que por cualquier mísera cantidad de dinero los criminales se prestan a matar a la gente.

      Más de veinticinco mil personas al año son asesinadas en Venezuela y noventa y cinco por ciento de los casos no se resuelven. Allí nadie cobra muertos.

      Alejandro obviamente estaba tratando de deshacerse de mí. Primero, tratando de hacerme quedar como loca y al final acusándome de crímenes. ¡Habría sido tan fácil para él mandar a matarme y hacerme quedar como otra víctima más del creciente crimen en Venezuela!

      Unos meses después de tener esa premonición, Mónica Spear, Miss Venezuela 2004, fue asesinada junto a su pareja en una carretera, llegando a Caracas. Ella logró esconder a su hija entre sus piernas, por lo que la pequeña logró sobrevivir.

      Cuando me enteré de la noticia, aquello fue devastador, no solo porque se trataba de una de nosotras, una Miss Venezuela asesinada, víctima del crimen, sino también por lo que eso significaba para mí. Y pensé: “Eso pudo haberme pasado incluso antes que a ella”. Una vez más, me arrodillé a rezar y a dar gracias a Dios por mi suerte.

      La muerte de Mónica causó numerosas protestas ante la inseguridad que vive el país. La gente salió a la calle a manifestar su dolor y su ira por lo acontecido. Mientras tanto, yo solo podía pensar: “A mí pudo haberme sucedido antes”.

      Un día antes de la audiencia en el Tribunal de Familia, nos reunimos todos en el bufete de mis abogados encargados del divorcio. Llevábamos días trabajando en la parte financiera y decidiendo a quiénes llevar como testigos.

      Lo primero que les pregunté a mis abogados de familia fue si habían hablado con la mujer policía. Ella estaba sentada en la clase económica del avión, se había ofrecido a ayudar cuando iba pasando por su asiento y había informado al investigador de Shafit exactamente lo mismo que mi hija y yo habíamos declarado sobre lo acontecido.

      —Carmen, ella cambió su historia —me informó Jennie, la asociada en mi caso.

      —¿Qué?

      —Sí, lo que nos dijo ahora no tiene nada que ver con lo que está en el informe del investigador.

      —¡Dios mío! ¿Cómo puede mentir la gente sabiendo que va a arruinar la vida de una persona inocente? Pero el investigador grabó la conversación. Podemos probar que está mintiendo.

      —Es mejor que no la usemos.