Michel miró a Caroline, la hermana gemela de Eleanor, que estaba a un lado. Se dio cuenta de que parecía tan infeliz como él, como si no quisiera estar allí. Eran tan iguales que Michel no se explicaba por qué prefería a Caroline, pero era así. A ella le gustaba hablar de los delfines y le encantaba ir a buscar conchas a la playa. A diferencia de Eleanor, a ella no le importaba que se le metiera la arena en los zapatos.
Michel entendía por qué habían elegido a Eleanor para aquella ceremonia. Era la mayor, aunque solo fuera por unos minutos. Con Caroline hubiera sido mucho más divertido y se podrían haber echado unas risas con aquel tema cuando lo hubieran comentado los dos solos, en una de las conversaciones a corazón abierto que solían mantener. Eleanor estaba tan seria que a Michel le entraron ganas de recordarle que no era de verdad.
Eleanor se comportaba como si fuera el evento más solemne del mundo, como su padre y el doctor Temple. Años más tarde, Michel se enteró de que lo había sido.
Michel volvió al presente y recordó la conversación que había mantenido con Lorne aquella misma mañana. Los hermanos se habían enterado de que la ceremonia del desposorio conllevaba un compromiso y seguramente su padre también lo sabía, lo que hacía suponer que esperara que su hijo sentara la cabeza.
«Falsas esperanzas», pensó Michel. La fama de ligón que tenía no era del todo falsa. Se la había ganado, pero los medios de comunicación también la habían exagerado. Tal y como le había indicado Lorne, adoptar al bebé de una de sus supuestas novias no había sido una acción muy discreta, pero a él le daba igual lo que dijera la gente, quería demasiado a aquel niño. Su vida privada nunca había hecho que desatendiera sus responsabilidades reales.
–No he dicho que lo hayas hecho –admitió Lorne–, pero si vas a hacerte cargo de un niño, deberías darle una familia estable, no te estoy diciendo que te cases, claro que no, por experiencia te digo que el matrimonio por obligación puede ser un infierno, pero antes de morir, Chandra me dio un hijo estupendo, así que no puedo decir que nuestro matrimonio fuera un error. Ahora tengo a Allie y al niño y quiero que tú también experimentes esta felicidad.
Michel sonrió. Eso no se lo decía el rey de Carramer, sino el hermano que se preocupaba por él.
–No hay otra como Allie
–A lo mejor sí –había contestado Lorne tendiéndole la revista con la modelo en la portada–. Después de todo, estáis prometidos por ley.
–Ninguno de nosotros sabíamos lo que estábamos haciendo –se defendió Michel.
–No por eso la ceremonia deja de ser un compromiso.
–Seguro que hay alguna manera de romperlo.
–En lugar de perder el tiempo buscándola, ¿por qué no haces que vayan a buscar a Eleanor y le recuerdas la obligación que ambos adquiristeis?
Michel frunció el ceño.
–No creo que Eleanor esté dispuesta a casarse conmigo por una ceremonia que protagonizamos cuando éramos niños.
–Entonces, haz que se quiera casar contigo –dijo Lorne con tono imperial–. Viendo cómo es hoy en día, conquistarla podría ser todo un reto.
–Me encantan los retos –contestó Michel sonriendo y pensando que incluso podría estar bien.
Capítulo 1
LA LIMUSINA que la esperaba en el aeropuerto de Aviso llevaba el escudo azul y jade de la casa real de Carramer. Caroline la vio, y también las motos de policía que la escoltaban, y pensó que ya no había marcha atrás. Se sintió nerviosa ante lo que estaba a punto de hacer.
Muerta de miedo, pensó que sería imposible convencer al príncipe Michel de que era Eleanor. Cuando su hermana había recibido el recado del príncipe para que acudiera a Carramer a casarse con él como habían acordado cuando eran niños, Eleanor le había suplicado que fuera ella. Caroline no sabía si iba a poder hacerlo.
Eleanor estaba a punto de casarse con el hombre al que quería, el heredero de una de las mayores fortunas de California. Su futura suegra ya se quejaba de que Eleanor dedicaba demasiado tiempo a su trabajo. Si se enteraba de que ya estaba prometida, sería el fin.
Caroline pensó que era todo culpa de su padre. El excéntrico antropólogo había ido demasiado lejos. Todos habían creído que era una especie de obra de teatro inofensiva, pero había resultado ser una ceremonia de desposorio basada en antiguas tradiciones de los Carramer. Como resultado, Eleanor estaba legalmente prometida al heredero del trono de Carramer, al que no veía desde que él tenía trece años y ella, once.
–Supongo que ya no estoy en Kansas –murmuró Caroline para sí misma mientras la acompañaban hasta el vehículo. En realidad, estaba muy lejos de Kansas, en la isla de los Ángeles, la segunda más grande del reino de Carramer, gobernada por el príncipe Michel de Marigny.
Desde el cielo, había visto claramente las dos alas, de donde tomaba su nombre la isla. Al otro lado del Canal de Carramer, estaba la isla principal, Celeste, en cuya capital, Solano, habían vivido ella, su hermana y su padre cerca de dos años. La única isla donde no había puesto el pie era Nuee, que estaba en una de las puntas de la Isla de los Ángeles y formaba una especie de punto de exclamación.
Un funcionario se le había acercado al bajar del avión y había mirado su pasaporte por encima. Aunque lo hubiera mirado detenidamente, no habría dudado lo más mínimo, ya que Eleanor y ella eran exactamente iguales.
Eleanor había empleado con ella sus conocimientos del mundo de las modelos. Le había enseñado a resaltar sus ojos color ámbar con una máscara que hacía que sus pestañas parecieran muy largas. Le había rizado el pelo, que llevaba por los hombros, para que fuera exactamente igual que la melena rizada que caracterizaba a Eleanor. Caroline estaba acostumbrada a llevarlo en coleta y sentía deseos continuamente de retirárselo de la cara.
La ropa de sport que ella solía llevar la había cambiado por un traje pantalón de lino color berenjena, un pañuelo de Hermès crema y dorado y aros de oro. Las maletas de cuero iban llenas de ropa de Eleanor, incluido el biquini dorado de su hermana, aunque ella había protestado porque prefería su traje de baño, más normalito.
–Michel no tiene ni idea de qué te pones para nadar –le había dicho a Eleanor. Pensar que el Príncipe la iba a ver en biquini la ponía nerviosa.
–Estamos hablando sobre la imagen –había contestado Eleanor volviendo a meter el biquini en la maleta–. Para resultar convincente, tienes que ser como yo las veinticuatro horas del día.
–Eso explica los saltos de cama de encaje –había apuntado Caroline.
Eleanor había aprovechado para quitar las camisetas que su hermana utilizaba para dormir. Caroline pensó que Michel nunca la vería con aquellos saltos de cama, pero no pudo evitar sonrojarse al verlos en la maleta.
–¿Cuándo dejamos de ir vestidas iguales? –preguntó Caroline a Eleanor. No había sido una decisión consciente sino algo que había sucedido siendo adolescentes como resultado de sus caracteres diferentes.
–Cuando yo descubrí a los hombres ricos –respondió su gemela medio en broma medio en serio. Siendo una adolescente, prometió casarse con un hombre de dinero para no llevar una vida tan insegura como había llevado con su padre. Danny O’Hare-Smith era ese hombre.
Qué ironía. Caroline había dicho entonces que ella prefería ser princesa. No se podía ni imaginar que un día le tocaría interpretar semejante farsa.
Eleanor no tenía ningún interés en la vida real. Le parecía que formar parte de la familia real era una obligación demasiado pesada. Eleanor le había dicho que, por mucho dinero que tuvieran los Marigny, no podían gastárselo porque el pueblo los criticaría.
Danny le ofrecía una vida fácil y cómoda, con el mismo dinero y más adoración. Lo único que debía hacer ella era estar siempre guapa